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La educación preescolar como factor de corrección social

Las declaraciones del señor Vázquez que, por otra parte, se mostró absolutamente convencido de la incidencia que la falta de una educación preescolar ejerce sobre las cifras de fracasos escolares al final de la EGB, se sitúan dentro de la tradicional crítica que en España ha venido haciéndose a la filosofia pedagógica de los partidos de izquierdas.La derecha española ha pretendido demostrar siempre que una característica fundamental de dicha filosofía pedagógica reside en la intención última de destruir los valores de la familia y que a esta intención sirve de excelente pretexto la idea de que hay que escolarizar cuanto antes al niño con el fin de corregir discriminaciones sociales y económicas desde el origen. El resultado lógico de una escolarización «prematura» será el desarraigo del niño, que va a perder por completo su vinculación con los padres.

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Sin embargo, esta acusación vertida de modo sistemático por la derecha se asienta en una grave contradicción. Los padres de la familia de la aristocracia, de la alta burguesía y, en general, de las clases acomodadas han dejado tradicionalmente la educación de sus hijos en manos de preceptores y de nurses, mientras los niños de las clases económicamente débiles permanecían inevitablemente junto a sus madres en casa hasta el mo mento de iniciar su actividad laboral. Las guarderías, nacidas a raíz deja incorporación de la mujer al mundo del trabajo en los países industrializados, tarde y escasamente generalizadas en España, fueron pronto convertidas, entre nosotros, en costosos «jardines de infancia», al alcance exclusivo de aquellas mismas clases privilegiadas.

Una exigencia de la enseñanza secundaria

Pero la contradicción se acentúa si se tiene en cuenta el hecho evidente de que, de modo casi ininterrumpido, durante siglos el aparato educativo ha estado en manos de la derecha social y política. El sistema de estudios de nuestro país, ideado precisamente por dicha clase social, ha estado tradicionalmente caracterizado por el prematuro comienzo de la enseñanza secundaria. No conviene oIvidar, a este respecto, que hasta el año 1970 en que se puso en marcha la actual ley General de Educación, el bachillerato se comenzaba a los diez años y que hasta unos pocos años antes este bachillerato se iniciaba tras un examen de ingreso. La práctica diaria demuestra que la ensefianza general básica se inicia con la exigencia de que el niño de seis años venga dominando ya las técnicas de lectura y escritura.

Todo ello determina quélos padres se vean impelidos forzosamente a proporcionar al niño, antes de esa edad y del modo que sea, los instrumentos necesarios para que éste pueda hacer frente a su etapa de estudios obligatorios con un bagaje de conocimientos que le garanticen el éxito en la etapa de su formación básica.

Un superficial repaso del mapa escolar de las grandes urbes permite constatar cómo el porcentaje de escolarizacíón de los niños pertenecientes a las clases acomodadas no resiste la más mínima comparación con el de los barrios obreros.

Por otra parte, dejar en manos de familias que no han tenido acceso a la cultura la tarea de proporcionar esos conocimientos previos, sin los cuales el paso por la escuela va a resultar un período absolutamente perdido, supone, de hecho, perpetuar las desigualdades sociales e impedir el acceso a la cultura de millones de ciudadanos.

Desde esta perspectiva adquieren la máxima solidez los argumentos de la izquierda en favor de una corrección de tales desigualdades a partir de una escolarización de calidad desde las edades más tempranas. Pero no son sólo argumentos de igualitarismo social los que apoyan la conveniencia de una colabora ción de las instituciones docentes especializadas con la familia antes de la edad de seis años. Los expertos abrigan muy serias dudas con respecto a las posibilidades reales que los padres, el ámbito familia solo, tienen para educar por sí mismos infinidad de aspectos que intervienen en el proceso de. maduración del ser humano.

Educación para la solidaridad

Para el Movimiento de Educación Popular (en adelante, MEP), la familia sola no tiene posibilidades ni de conocimientos ni de medios materiales, ni de relación para poder cubrir todas las áreas de formación. Un niño en su familia será muy difícil que adquiera hábitos de solidaridad cuando no se relaciona con otros niños que sus hermanos, y esto en el mejor de los casos, en cuyas relaciones el parentesco es un factor determinant («Déjale el juguete porque es tu hermano»); no podrá ser generoso cuando no comparte su medio con nadie, no podrá ser rico en experiencias cuando su medio se reduce a la casa. Por otra parte, a los padres, por su aislamiento, les será mucho más difícil evitar los errores o las deficiencias que aparezcan.

Sólo una verdadera escuela infiantil (el MEP piensa que debe acuñarse definitivamente este término para erradicar el de «guardería», que tiene connotaciones bien poco educativas) puede representar el marco adecuado de ampliación de las posibilidades de desarrollo del niño. Tales escuelas infantiles deben entenderse, según los educadores del mencionado colectivo, como lugares con unas condiciones ambientales adecuadas e imprescindibles, cuya única finalidad sea la de «completar la educación de los niños en estrecho y directo contacto con los padres» y dirigidas por unas personas especializadas en los problemas específicos de esa etapa cronológica del educando, objetivamente interesadas y, por tanto, no limitadas por la simple relación del parentesco.

Por encima de este razonamiento público a favor de la necesidad de la educación preescolar, el MEP sitúa la necesidad de encauzar, y en ocasiones defender, la educación del niño frente a la acción de un contexto social que las más de las veces actúa al margen de la familia e incluso contra ella.

Los medios de comunicación de todas las clases, y sobre todo la televisión, actúan sobre el niño por encima de la familia, que no tiene posibilidad alguna de control sobre los mismos. De otro lado, el medio urbano asfixia al niño, reduce sus posibilidades de espacio al estrecho límite de las paredes de la casa en un momento en que las necesidades de espacio son fundamentales.

Frente a quienes pretenden que el niño necesita absolutamente todo el tiempo de la madre, los educadores del MEP afirman «lo raro que resulta que la necesidad fundamental de una persona, el niño, tenga que cubrirse a costa de las necesidades fundamentales de otra, la madre, de manera que aparezcan como excluyentes. En consecuencia, entendemos que no existen razones reales, sino razones sociales para tratar de sostener aquel principio, que apenas puede ocultar su clarísima intención de encerrar a la mujer en el estrecho rol que la sociedad machista ha venido asignándole tradicionalmente: ama de casa sumisa y madre de sus hijos. Es eso lo que late en el fondo del desprecio hacia una educación preescolar desde los cero años».

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