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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Picasso

La exposición de Picasso en la galería Theo no tiene -ni seguramente lo pretende- un hilo argumental. Sería muy difícil, casi imposible, por otra parte, que una galería privada pudiera cumplir con tal propósito, reservado, nos parece -y nos parece razonable, desde luego-, a la capacidad (?) de las instituciones oficiales para poner en marcha dispositivos diplomáticos y arrostrar los enormes gastos de transporte y seguros, así como de instalación y promoción adecuadas, que una exposición más voluminosa y congruente exigiría. No fue capaz siquiera de ello la Fundación Juan March, quedando así aplazada sine die la oportunidad de que veamos en Madrid poco más que los aparatosos simulacros de su museo de Arte Contemporáneo. Theo ha organizado, simplemente, una típica exposición de temporada alta que reúne esculturas (1905-1962) y dibujos (1913-1971) de valor muy desigual. Esta disparidad merece, sin embargo, un comentario, porque una cosa es desentenderse, por fuerza y con razón, insistimos, de una imposible coherencia argumental y otra muy distinta intentar conciliar a toda costa piezas admirables, como el boceto para Femme assise dans un fauteuil (1913 -1914), cuya versión definitiva, procedente de la colección Ganz, se expuso este mismo año en Londres (Dada and Surrealism reviewed, número 1.30 del catálogo) y mediocres estereotipos «picassianos», como, por ejemplo, Pierrot et Arlequin (1970) y algunos dibujos más, donde se comprueba que aquel proyecto de Picasso de pintarlo todo, de acuerdo con las instrucciones de Delacroix al pintor moderno, no siempre se llevó a término decorosamente.Se nos ocurre que Theo, que podría muy bien, como ya lo ha demostrado en numerosas ocasiones, cubrir la necesidad que tiene Madrid de galerías donde se expongan obras de calidad más «excepcional» de lo que sin duda les es dado a las galerías modestas, sean o no esas obras -y valga la expresión- de su padre y de su madre, caiga a veces en la tentación de dar una homogeneidad enfáticamente nominal a sus exposiciones, aun a costa de sacrificar la necesaria y específica relevancia de lo expuesto bajo un título quizá forzado. En medio de un desolado paisaje de provincianismo artístico sería ocioso trocar el placer que resulta siempre de la contemplación de una rara belleza por el discutible prestigio de ciertas denominaciónes de origen, sobre todo cuando se trata de reproducir las de los capítulos en que se suele dividir la historia del arte moderno, tan discutibles a su vez. Los vientos están c ambiando en ese mismo arte moderno y ya no parece inevitable presentarlo en paquetes cuidadosamente rotulados. Deje, pues, Theo los argumentos historicistas y la retórica asociativa de la vanguardia, que ésta nos la darán otras galerías por añadidura y aquéllos no nos los dará nunca la Dirección General de Bellas Artes, a juzgar por lo que hasta ahora llevamos visto; deje todo eso, decimos, a cargo de otros y venga a exposiciones como esta de Picasso sin preocuparse en exceso de si deba titularse así y no, por ejemplo, Picasso/..., etcétera, o de si además de dibujos y esculturas hay también pinturas, grabados, litografías, cerámica.... todo ello de la mayor calidad posible.

Picasso

Galería Theo. Marqués de la Ensenada, 2.

Hablábamos de un maravilloso gouache de 1913-14, pero cabría destacar también en esta exposición algunas cosas más: un bronce editado por Vollard en 1905, Tête de fou, donde se reconoce sin esfuerzo a uno de esos saltimbanquis que Picasso pintaba obsesivamente por entonces; una versión en bronce de la cabeza de mujer que realizaría en cemento para el pabellón de la República Española de la Exposición Universal de 1937; un dibujo de Jemme nue assise (1922-23), de corte ingresiano; una versión del pintor y la modelo que haría las delicias de Hockney, quizá tan sólo porque recuerda una caricatura del Newsweek, etcétera. La selección de Theo ha sido decididamente habilidosa, por cuanto comprende casi todos los estereotipos gráficos e iconográficos del Picasso dibujante, que es sin duda el más reconocible; pero al fin y al cabo, en esa misma reiteración siempre acaba uno por descubrir algo fascinante, aunque a primera vista pasara inadvertido. En efecto: contrariamente a lo que presumían por puro voluntqrismo político muchos de sus fervorosos admiradores de estos últimos años, Picasso es un pintor difícil y lo va a ser cada día más, precisamente porque Picasso ha dejado de ser un problema de orden público para convertirse en un pintor controvertido. Me atrevería incluso a decir que, de algún modo, aquella militancia que.su obra y su persona suscitaron empieza a hacer agua por donde más necesario parecía: ya fuera la estéril contraposición con un Dalí, por ejemplo, ya fuera la afirmación del genio de la raza o del malagueño universal, su huera contrarréplica. Cuando toda esta escoria se derrumbe, será el momento de combatir un prejuicio no menos arraigado: la obviedad que se concede perezosamente ya a las «deformaciones» de Picasso y de la vanguardia en general, como si no resultara infinitamente más sugestiva la inocente, pero por desgracia trasnochada alarma con que vimos por vez primera una mujer con dos pares de narices y un ojo en la barbilla.

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