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Homenaje a Andrés Segovia, vecino de Madrid

Es una lástima que todavía no haya aparecido en español el primer tomo de memorias de Andrés Segovia, cuya versión inglesa alcanza tanto éxito desde hace muchos meses. En algo nos compensa el discurso de ingreso en la Real Academia, pero este tipo de publicaciones no está al alcance de todos y, por otra parte, ni el fondo ni el tono son idénticos en uno y otro caso. Que Segovia sabe muy bien ser académico, y un libro de recuerdos, en cambio, no tiene por qué serlo. Con el texto al lado, muchos comprenderían mejor la razón de ser de una personalidad que es, a la vez, historia y presencia viva. Quien ha recibido el homenaje de sus compañeros músicos y del público que asistió al acto promovido por las Unidades de Acción Ciudadana, ha tenido a su lado, recibiendo de manos del alcalde, la Medalla de Oro de Madrid, a ese grande, humanísimo y experimentado joven que es Segovia; un joven con 75 años de juventud sobre la espalda, capaces de aligerar su espíritu como de mantener ágiles los dedos sobre las seis cuerdas de la guitarra.El llamamiento de las UAC, para rendir homenaje a Segovia, supuso para cuantos colaboraron algo así como una «llamada a rebato», y es fácil suponer que lo difícil fue no abrir la puerta a todos, ya que entonces el concierto todavía se estaría celebrando en el teatro Real. Hay que suponer, con razones de peso, que Alirio Díaz, Luis Galve, Alicia de Larrocha, Víctor Martín, Lucero Tena, Achúcarro, Zabaleta, Victoria de los Ángeles y la Orquesta de Cámara Española han representado centenares de nombres y, muy especialmente, a los compositores movidos por Segovia para crear música para la guitarra de Segovia, el viejo instrumento español, que nuestro concertista hizo nuevo en su esencia, su exigencia y su expansión. Porque el arte de Segovia ha sido, es y será, sobre todo, expansivo. Lo que supone mayor valor cuando se parte del sonido íntimo y cuidado, de la voz de la guitarra que, como dice Segovia, «no suena poco, sino lejos». El homenaje, por otra parte, tenía una significación concreta: se le dedicaba al vecino de Madrid. Ya era hora que la capital, además de ser «rompeolas de todas las Españas», se acordara de su identidad local. Supongo, y esto da nuevo valor al acto, que la medalla al egregio vecino abre una serie de ellas concedidas a otros vecinos ilustres y hasta a no pocos nativos. Ningún comienzo mejor que el trabajo, la fama y la gloria de Andrés Segovia, «héroe sacrificado para ser maestro de sí mismo» -como escribe Sopeña en la introducción al homenaje- y, podría añadirse, para serlo también de tantos guitarristas nacidos en las cinco partes del mundo. La universalidad del arte de Segovia no sólo reside en la calidad y la difusión de su quehacer, sino también en la múltiple proyección de su magisterio. Ha sido y es una voz cuyos ecos no se apagarán en mucho tiempo.

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