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Otra ganadería de bravos que pasa a la historia

Leopoldo Picazo de Malibrán, ganadero de reses bravas, falleció en Madrid a principios de semana. Días antes sufrió una embolia, de la que llegó a recuperarse, pero le sobrevino un proceso hepático irreversible. Con la desaparición de Picazo de Malibrán va a desaparecer una de las ganaderías de bravo que tenían más prometedor futuro.

Picazo debutó como ganadero en Madrid en 1977 y su éxito fue resonante. Trajo unos novillos con trapío de toros fortaleza insólita y casta asombrosa. Recordamos aquel que, herido a estoque, y después de doblar, aún se arrancó sobre el puntillero, el matador y el resto de las cuadrillas, y los perseguía corriendo ¡de rodillas!Produjo una conmoción en la plaza. Ese novillo puso al público en pie (los restantes también dieron emoción a la lidia) y la divisa de Picazo de Malibrán empezó a tener cartel en Las Ventas. Sin embargo, en sucesivas repeticiones se pudo apreciar que la ganadería, aunque tenía casta, era mansa. Picazo, que estaba en esto por afición -una afición desmedida, fruto de una sana locura por la fiesta- decidió no volver a Las Ventas hasta que hubieran mejorado sus reses.

Para ello compró vacas a Victorino Martín. Esta era su fórmula: casta y esmerada crianza. Nos decía Leopoldo Picazo que el problema del toro de lidia no es otro que la alimentación deficiente. «Al toro hay que alimentarle desde que nace, obligarle a que ande, y seguir así sin descanso, hasta que se le lleve a la plaza. Para que soporte la dureza de la lidia sin claudicar, no hay más secreto que este.»

La actividad de Picazo era increíble. Todos los días, antes de las seis de la mañana, ya estaba levantado, en Miraflores, donde vivía desde hacía poco más de un ano, y se iba al campo a dar de comer a los toros. A veces lo hacía en solitario, sin importarle los rigores del frío y las nevadas. Después traía a sus hijos a Madrid, para llevarlos al colegio, y él se dedicaba a su trabajo de gestor y diversos negocios, hasta las seis de la tarde, en que recogía a los chicos, y volvía a Miraflores, para de nuevo. dar de comer al ganado y emplearse en las tareas de la crianza de las reses, hasta la hora de cenar.

Quizá haya sido demasiado ajetreo, aun para un hombre fuerte y joven -cuarenta años como era Leopoldo Picazo. La ilusión podía con todo, y esa ilusión se centraba en su reaparición en Las Ventas, que tendría que ser en 1981, con una corrida de toros, ya remozada con la sangre de los victorinos. La muerte, sin embargo, ha llegado antes, y según nos dicen quienes fueron los mejores amigos de Picazo, la ganadería se va a deshacer, pues la viuda no podrá dedicarse a la difícil y costosa labor de sacar adelante una explotación de reses bravas.

Leopoldo Picazo de Malibrán y su obra han pasado ya a la historia de la tauromaquia y ocupan un digno lugar en ese capítulo abierto para quiénes todo lo hicieron por un verdadero amor a la fiesta.

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