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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Estabilidad y desarrallo político

Secretario general de Alianza PopularCada situación política tiene sus frases claves, sus tópicos, en función de los cuales se pretenden orientar determinados estereotipos, o cosas que se dan por supuestas, para provocar reacciones positivas o negativas, ante unos juicios de valor previos.

Así, por ejemplo, se maneja mucho el binomio «estabilizar» y «desestabilizar». En sí mismo, el criterio es válido: lo que proporciona estabilidad al sistema económico, a la convivencia social y a la organización política, es malo; lo que, por el contrario, desestabiliza la economía, la vida social o los arreglos constitucionales, es malo.

Profundizando más en el análisis, las cuestiones resultan más complejas. Resulta que utilizar la bandera nacional es desestabilizador, mientras que los insultos a la gloriosa enseña nacional deben interpretarse «sociológicamente». Parece ser que pedir un debate parlamentario sobre asuntos de evidente interés nacional es desestabilizar, mientras que se considera una prudente medida de prudente estabilización el discutir temas políticos en reuniones militares, de sargento a teniente general, en un cine con cerca de mil personas. Reclaman estabilización (supongo que la suya, y la de sus cargos y emolumentos) los que, de un plumazo, han destruido instituciones que funcionaban, sin prever el recambio, o que, toleran durante meses la inverosímil situación de nuestras instituciones penitenciarias. La reclaman, aún con más ahínco, partidos que mantienen en sus programas y congresos el carácter de revolucionarios. Y todos se reservan el definir, en medio de una transición política, por definición dinámica, lo que, a su juicio o en función de sus intereses, es estabilizador o desestabilizador.

Otra distinción

Cuando alguien señala alguna contradicción, de que se quiera un régimen parlamentario sin Parlamento, o una libertad de prensa que distinga entre periodistas «afectos» y «desafectos», entonces aparece el otro criterio: hay que apoyar a todo lo que es «progresivo» y estar en contra de todo lo que pueda suponer «involución». También la primera consideración ha de aceptar lo razonable de la distinción.

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Pero también aquí el análisis es necesario. Es obvio que la consolidación de la Constitución y sus instituciones democráticas es algo deseable; lo que es más opinable es si todas las decisiones tomadas antes de ella, en ella y después de ella son Igualmente buenas e irreversibles. Todo proceso de reforma política tiene una parte de experimentación, en la cual unas cosas salen mejor que otras, y hay que rectificar. Y el pedir, por otra parte, que se defienda en el orden público la seguridad de todos; y en una acertada política económico-social, los frutos de nuestro esfuerzo (sin lo cual hay que decir adiós al esfuerzo y a la productividad) es sumamente razonable, y no puede contestarse diciendo que «mejores no hay». Si al que se le piden soluciones, las niega, no puede quejarse si muchos las buscan en otro sitio.

En suma: el desarrollo político es cosa seria, compleja y difícil, que no admite ni modelos rígidos, ni que los slogans reemplacen a las ideas. Como ha dicho Alberto Moravia, una situación que hable en slogans en realidad no habla en absoluto, porque el slogans es, en verdad, la negación misma de la palabra.

Romanos y anglosajones

El desarrollo político se puede intentar de dos maneras: una, a la española, con los éxitos que se conocen, de 1808 a 1931; es decir, queriendo improvisar en meses lo que es la obra de años; confundiendo las palabras con las realidades; destruyendo antes de saber lo que se va a construir; dando bandazo tras bandazo, y, como suele decirse, poniendo el carro antes que los bueyes.

La otra es la que han utilizado los romanos y los anglosajones, grandes maestros de política y de Derecho. Consiste en empezar desde los cimientos; en medir las palabras; en dar tiempo al tiempo; en asentar unas reformas antes de comenzar otras; en multiplicar las precauciones y las válvulas de seguridad; en imitar a la Naturaleza, para perfeccionarla, en vez de enfrentarse con ella.

A la vista está cuál es el sistema mejor, en la práctica. Una vez más hay que recordarlo, ante la presión diaria de los acontecimientos. Y la consecuencia más importante es que no procede clasificar los hechos, sin más, en series de cosas progresivas e involucionistas, sino que hay que ir más al fondo y contemplar el conjunto de la situación.

El terrorismo desestabiliza; pero no va sólo contra la democracia, sino contra la unidad nacional, la seguridad del Estado y la paz civil, sea quien fuere el que gobierne. El golpismo desestabiliza, pero sólo es posible previa la división de las Fuerzas Armadas, y la creación de riesgos graves para la unidad nacional y la seguridad pública, o el abuso de unos poderes que no respeten la propia ley democrática. La prensa irresponsable desestabiliza, pero puede serlo, y de hecho lo es, en más de una dirección política.

Lo único que estabiliza es la estabilidad, valga la redundancia. Cuando uno se siente seguro, en las personas y en las cosas; cuando el dinero y los títulos del ahorro representan algo; cuando las empresas producen resultados aceptables; cuando el trabajo permite vivir y ahorrar un poco; cuando no se está obsesionado por lo que pueda pasar mañana, hay estabilidad estabilizadora.

Progreso real

Análogamente, no hay riesgo de involución cuando se nota un progreso real, una afirmación creciente, una consolidación gradual. Sólo la marcha hacia adelante impide el retroceso. En su famosa alegoría, Saavedra Fajardo representa el proceso político por una flecha disparada hacia arriba, que o sube o baja. Pero el ascenso ha de ser real, aunque sea lento, y no mera cuestión de imagen o de enfoque de las cámaras.

Y todo lo demás es demagogia. O caza de brujas. Lo que hay que tomar en serio es la estabilización de la sociedad española; tradicionalmente invertebrada, como ya observó Ortega y Gasset, y que hoy está viendo machacar, una tras otra, lo que quedaba de sus instituciones tradicionales, desde la familia y la escuela, a la magistratura y la Guardia Civil. Después nos extrañamos de tanto joven nihilista o delincuente, mientras cada día les proponemos más tentaciones y menos soluciones.

Ahí sí que está el verdadero peligro de la involución. Si la riqueza no crece, si no se crean puestos de trabajo, si la ley no se cumple, si no existe un respeto público de la moral, llega un momento en el que se crea una admisión difusa de «que pase cuanto antes lo que tenga que pasar».

España necesita propuestas concretas y no vaguedades; soluciones, y no palabras; Gobierno eficaz y oposición responsable, y no falsos consensos verbales; Gobierno y Administración, y no evasivas, compromiso serio y mojarse, asumiendo riesgos, y no evasivas e imágenes. Esto y no otro es lo que la nación reclama con urgencia. Aprobada la Constitución, pienso que nadie podrá buscar nuevos pretextos para no gobernar, o para no hacer una oposición seria. Cada uno en su sitio, menos miedo a torear, y Dios con todos.

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