Piratas en aguas del Sahara
TODAVIA No es posible determinar sobre la base de una certeza razonable bajo qué bandera actuaron los piratas que abordaron al pesquero Cruz del Mar y exterminaron salvajemente a todos los miembros de la tripulación, salvo tres marineros que lograron escapar saltando por la borda. Las apresuradas declaraciones atribuyendo el atenta do al Frente Polisario o a Marruecos no aportan ninguna prueba para sus asertos. Lo grave de esa situación es precisamente que más de veinticuatro horas después del atentado subsistan esas dudas acerca de la identidad de los criminales.A lo largo de toda la historia del conflicto en el norte de Africa, entre Argelia, Marruecos y Mauritania, sobre la suerte del antiguo Sahara español, nuestras autoridades han ensayado casi todas las posiciones imaginables, pero no han logrado nunca adoptar la única postura previa que hubiera permitido a nuestro Estado una acción coherente: hacerse respetar por las naciones que tratan de convertimos en objeto constante de sus chantajes y amenazas. España es una potencia media, afortunadamente ausente de conflictos coloniales desde la década de los veinte, a la que la geografía y la historia aproximan a los países del Magreb, instalados todos ellos en niveles de desarrollo económico, progreso cultural, libertad política, distribución del ingreso y capacidad militar inferiores a los nuestros. Las aportaciones de las civilizaciones del Magreb a la personalidad histórica española y las obligadas relaciones de vecindad con los países de los que nos separa el estrecho no pueden, sin embargo, ser extrapoladas a los términos de una mítica amistad hispano-árabe por encima de las agresiones y de las amenazas. La mala conciencia derivada de nuestras intervenciones militares en Marruecos, sirviendo de carne de cañón a la estrategia colonial francesa, y de la ocupación y posterior abandono del Sahara tampoco debe funcionar como mecanismo de inhibición a la hora de rechazar los ataques y responder a los chantajes. Finalmente, problemas reales, tales como las reivindicaciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla o la discutida soberanía del litoral atlántico sahariano no pueden constituir una coartada para que súbditos españoles sean impunemente asesinados.
Una situación bélica en el norte de Africa que implicara a España en la contienda sería una catástrofe, al margen sus resultados, para el proceso político español. No se trata, pues, de exacerbar pasiones guerreras ni de calentar los ánimos. Ahora bien, el camino para que España se viera apresada por la lógica de una situación de ese género sería, precisamente, confundir las negociaciones con el entreguismo y la serenidad con la indiferencia. Así como la democracia tiene que terminar con el terrorismo para asegurar su supervivencia, así también ha de encontrar las vías para hacer imposible que las provocaciones y las maniobras de las naciones vecinas nos arrastren insensible e involuntariamente hacia situaciones para las que no haya otra salida que la intervención militar. Si el dilema que Maquiavelo dibujó en el Príncipe no fuera artificial, habría que concluir que es preferible ser temido a ser amado, pues hasta el presente todos los gestos amistosos, del Gobierno o de la Oposición; hacia Argelia y Marruecos no han hecho mejorar ni un milímetro nuestra posición en el Magreb.
En el supuesto de que haya sido el Frente Polisario, con el apoyo logístico argelino, él responsable de la matanza sobre la cubierta del Cruz del Mar, el alboroto organizado en su día por el Gobierno después de la asistencia del señor Rupérez al congreso polisario y de la liberación de los pescadores apresados en Argelia como rehenes sería una prueba de la frivolidad de la política exterior del partido en el Gobierno. Pero, en tal caso, tampoco la acción internacional del PSOE merece un juicio mejor.
No está, sin embargo, descartada -antes bien, todo lo contrario- la autoría de Marruecos, que ha reabierto últimamente el contencioso de Ceuta y Melilla y contempla con recelo el viraje dado por el Gobierno español para intentar un equilibrio entre Rabat y Argel. Si tal fuera la solución del enigma, la valoración de la línea de conducta de nuestro Gobierno tendría que ser, cuando menos, igual de negativa.
La incondicional alineación del Gobierno con Rabat en el asunto del Sahara hasta hace pocos meses, su temor a plantear en términos realistas y a largo plazo el contencioso de Ceuta y Melilla, sus bruscos cambios en las relaciones con Argelia, la subordinación de la estrategia española a los designios franceses en el tablero africano, las indecisiones y vacilaciones respecto al Frente Polisario constituyen un lamentable cuadro de acciones erradas y de omisiones culpables. A él hay que añadir la falta de protección a nuestros pesqueros y la incalificable actitud de los armadores que envían sus barcos a pescar en aguas prohibidas. Con ello ponen en grave riesgo las vidas de sus marineros y las relaciones internacionales de todo el país. El Gobierno debe ser también consciente de ello y aplicar las medidas oportunas.
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