El bipartidismo, clave de la estabilidad política venezolana
En Venezuela, las elecciones presidenciales, que se celebran cada cinco años desde hace veinte, son un patrimonio del común de los ciudadanos. Si un candidato hurtara su presencia a sus posibles electores, por táctica o carácter, sería un candidato perdedor.Las elecciones venezolanas se parecen mucho, en el aparato publicitario y externo, a las norteamericanas. Se despliegan idénticas metas a la presidencia. Venezuela le gana a Estados Unidos, en este punto, gracias a las especiales características que el trópico y el sol confieren a la idiosincrasia del venezolano.
La polarización, aspecto clave
Los dirigentes de los diez partidos o grupos contendientes en las elecciones del día 3 comparten, cómo no, el aspecto folklórico de los comicios. Pero sus preocupaciones van bastante más allá de las caravanas y de los mítines. Se trata, simple y llanamente, de conquistar los resortes del poder de uno de los más prósperos países latinoamericanos.
Bien es cierto que de esos diez grupos tan sólo dos son los que realmente se disputan el triunfo final. La batalla electoral venezolana está, desde el principio de la moderna era democrática del país, sintetizada en los dos grandes partidos del país, Acción Democrática y el Partido Socialcristiano COPEI. El resto son buenos actores de reparto o simples comparsas de la representación. En las elecciones de 1973, que dieron un aplastante triunfo a Carlos Andrés Pérez, el actual presidente, y a su partido, Acción Democrática, el 86% del electorado votó por los dos «grandes» de la controversia política en el país. El 14% restante se repartió entre otros cinco partidos.
Las razones de esta preferencia bipartidista son fáciles de explicar: la historia democrática reciente registra el protagonismo de unos hombres, de unos dirigentes políticos fundadores o alineados con los dos grupos. Acción Democrática reclama para sí el título ole germen o embrión de la democracia venezolana. El Partido Social Cristiano se ufana de haber evitado el mexicanismo del sistema político del país. Y, salvo la excepción del Partido Comunista y de la Unión Republicana Democrática (URD), el resto de los grupos políticos existentes en Venezuela han nacido de escisiones de los dos primeros.
Todo gira, pues, alrededor de Acción Democrática y de COPEI, el partido de los demócrata-cristianos. La izquierda, desgajada en cuatro bloques, tres de los cuales surgieron del tronco originario de AD, no ha sido capaz de: ofrecer al electorado un frente común. Los partidos liberales, al estilo europeo, no calan en la joven mente venezolana. El pérez-jimenismo, reivindicado por el Frente Unido Nacionalista (FUN), o la Cruzada Cívica Nacional, apenas tienen adeptos. Y los independientes, por mucho empeño que pongan, nada pueden contra las maquinarias bien engrasadas de los dos grandes partidos que disponen de medios y organización para canalizar la atención del país.
Para nadie es un secreto, pues, que la lucha electoral del 3 de diciembre está circunscrita a los dos candidatos «grandes», Luis Piñerua, de Acción Democrática, y Luis Herrera, de COPEI. Lo que resulte de las urnas para el resto de los contendientes será anecdótico, incluso para los más puros analistas políticos.
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