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El arte japonés, sorpresa en el Festival de Otoño de París

Si el año pasado fueron las danzas (bobongo, bahemba, hira-gasi) y la música (del indad, la kora o la sanza) africanas lo que sorprendió al público del Festival de Otoño, este año la sorpresa, la maravilla y el encanto vienen de Japón.

Salvando, porque se lo merece, el magnífico espectáculo Mori el Merna, de la CLACA, todo lo que hasta ahora se ha visto en la edición de este año (el pretencioso montaje de Brecht, realizado por Lavaudant, la irremediablemente decadente-estético-pretenciosa dirección de Rodogune, de J. M. Patte, e incluso el pedagógico-cruel Bestiarium, de Kagel) quedan en segundo plano, cuando se penetra, con más o menos intensidad, en el para nosotros occidentales bastante desconocido universo del arte japonés.Como una iniciación hacia la comprensión de un concepto fundamental del pensamiento japonés, el museo de Artes Decorativas presenta una exposición MA: espacio-tiempo de Japón, montada por Arata Isozaki, el conocido arquitecto, con la intención de poner de relieve una de las razones esenciales de la diferencia entre las expresiones artísticas japonesas y las occidentales: los japoneses identifican el espacio-tiempo en una sola y única entidad, un único concepto expresado por la palabra MA, que fundamenta la comprensión de la expresión japonesa en todos los dominios desde la vida cotidiana al arte, hasta tal punto que la arquitectura, las bellas artes, la música, el teatro, el arte de los jardines japoneses, etcétera, son llamados artes del MA.

Para ilustrar la representación de este concepto la exposición comprende siete manifestaciones diferentes del mismo, a través de otras tantas expresiones del espacio-tiempo: Michiyuki, expresión del espacio junto al desarrollo de una situación (jardín tradicional, por ejemplo); Suki, que significa la apertura (representada por una casa de té tradicional); Himorogi, espacio sagrado visitado por el dios (cuatro postes unidos por una cuerda bastan para simbolizar un santo lugar); Utsuroi, juego de sombras, el espacio como momento de variaciones, un instante de la Naturaleza en su paso de un estado a otro (esculturas en cobre); Hashi, un puente, una baranda, lo que «une dos cosas por encima del MA» (escultura de Kuramata); Sabi, serenidad, devastación, con el tiempo los objetos se transforman (esculturas de Takamatsu), y, por fin, Yami, las tinieblas de la noche, el cambio de luz, representado por un espacio del teatro Nô, donde Ashikawa Yoko, discípula del heredero de las tradiciones chamánicas japonesas y del teatro Kabuki, Hijikata Tatsumi, danza las tinieblas, la princesa del Sol, o el agricultor usado por la fatiga, haciendo realidad lo que de forma simbólica repite este mago que es Hijikata, «la danza es un cadáver que salta con todas sus fuerzas», y el cuerpo de Yoko, acompañado por el sonido del viento de Tohoku (pueblo natal del maestro) se retuerce, se paraliza, tiembla y se deforma, como un cuerpo agredido por «la crueldad, la enfermedad y el tíabajo».

Si el estatismo, una de las tres características de la músicajaponesa, se pone fundamentalmente de relieve en la danza, el carácter ritual (otra de ellas), el de la ceremonia estrictamente reglamentada, es evidenciado en los cantos del Shomio (del sánscrito «voz clara») nacidos de los cantos budistas chinos, y donde las profundas voces de cinco monjes de la secta Tendai dejan oír la monodia vocal, comparable al gregoriano, que acompaña sus ceremonias, reglamentado por el empleo de címbalos, campana, placa metálica suspendida o bloque de madera, que señalan el final de cada secuencia, en un ritmo libre.

En Japón, dentro de la música tradicional (la música occidental no se introdujo hasta el siglo XIX, el festival presenta nueve conciertos, 42 obras y diecinueve compositores contemporáneos), cada clase social posee su propia música y géneros, sus técnicas y su forma de ejecución; así, por ejemplo, el Koto (cítara de trece cuerdas), uno de los instrumentos más antiguos de música japonés (siglo II), junto con el Biwa (laúd de cuatro o cinco cuerdas), fue uno de los instrumentos preferidos de la aristocracia durante el siglo XI, pero a través del tiempo esta situación ha sufrido modificaciones, y el Koto (único género musical determinado) a veces acompaña al Shamisen (laúd de tres cuerdas importado en el siglo XVI) dando lugar a formas musicales originales y populares, y el Schakuhachi (flauta vertical de cinco agujeros de 54,5 centímetros, uno de los instrumentos fundamentales del conjunto del Gagaku: música culta, instrumental y bailada) durante algún tiempo fue el patrimonio de monjes-músicos errantes, y la forma musical denominada Mosô-biwa, otra de las múltiples modalidades a que ha dado lugar este instrumento, fue utilizado exclusivamente por los monjes ciegos.

Para completar esta panorámica del arte japonés no podía faltar la caligrafía, y en la Chapelle de la Sorbonne se recoge una muestra, realizada por la Asociación Mainichi, que comprende todas las ramas de este arte japonés, nacido de una tradición china de más de 3.000 años de antigüedad, que ha sintetizado los ideogramas chinos (sistema kanji) y el alfabeto japonés (sistema kana) y abarca el arte del sello (tenkoju, en mármol ni muy duro ni muy blando), caligrafías de textos antiguos, de poemas modernos, escultura caligráfica y caligrafía de vanguardia.

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