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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Leguineche

Manu Leguineche puede ser un buen ejemplo -grande, gordo, niño y listísimo,- de lo que es una juventud vasca consciente que no quiere jugar el espatadanzari de los viejos fueros, ni el ballet sangriento de la parabellum, ni el mus lluvioso de los señoritos de Neguri.Para todo eso ha tenido que dar la vuelta al mundo varias veces, en coche, en jeep, a pie, en tren, en avión, en mehari, como sea. Manu Leguineche saca ahora su libro El camino más corto, donde cuenta todo lo que sabe y recuerda, con infinita ciencia de reportero del planeta azul, que a él le ha tocado ver y vivir en todos los colores. Nos lo dijo Keyserling, conde y filósofo, en los años veinte, cuando ni Manu ni yo habíamos nacido al periodismo ni al pelargón, a su paso por Madrid:

-El camino más corto para conocerse uno a sí mismo es dar la vuelta al mundo.

Me gusta que Leguineche, tan trabajado por el moderno periodismo anglosajón, haya echado mano de este viejo energúmeno camp de la bella época, que se comía los pollos con la mano y bebía el champán de la botella, para titular su libro. Yo le sugerí una cosa mucho más literaria y pasota: «Estoy muerto en el Ganges viendo orinar a Buda.» Demasié. Manu, con una estrategia del silencio que ha heredado a pesar de todo -ay-de los jesuitas de Bilbao, calla y al final hace lo que le da la gana. Pero ha acertado.

Conozco a Leguineche desde hace muchos años. Le he tenido por delante y por detrás en la profesión. El ha venido por fin a mi periodismó literario y mordoré, y yo he ido -siquiera me he aproximado- a su periodismo cibernético y computarizado. Manu es un oso de peluche con un cerebro de Norman Mailer vasco que está despeinándose el último repeinado psicológico de los jesuitas. Ambos hemos elegido como patrón local, espontáneo y común, a Miguel Delibes, que con Manu colinda por la perdiz roja conmigo por el delfín y de Ancora y Delfín, la vieja y bella colección literaria de Vergés. Los tres juntos lo pasamos bien. Lo pasamos vallisoletano.

En una primera lectura humana de Leguineche se diría que este hombre grande, bebé furioso de todas las revoluciones y todas las sobremesas, está realizando el viejo sueño infantil que ninguno nos hemos atrevido a realizar: el sueño de la aventura y el viaje, la épica del tebeo, el trauma de Salgari.

Esto puede que sea así en buena medida, y ayer mismo me contaba él de un mendigo que ha descubierto y que, entre la Legión y el asilo, liberado de ambas cosas, lleva cuarenta años en la filosofía peripatética de Vallehermoso/Cuatro Caminos, con una perla en la boina y el saco de pedir al hombro. Todos estamos realizando en la vida un modelo humano, claro, el modelo de otro. (Barthes, liberado de la estructura estructural, confiesa ahora estar realizando el modelo Gide, incluso, ay, en lo inconfesable.) Manu, rizoso, confuso de puro y noticias, facundo de tripa y coñac, alto de raza e ingenio, ha realizado el modelo Hemingway, y el día en que murió Juan Pablo I le cogí en el télex, a las nueve de la mañana, puesto de puro y copa, escribiendo una crónica del caso directamente. Es así.

Pero me interesa sobre todo -aunque apenas hayamos hablado nunca de ello- su evolución ideológica, que saltó lúcidamente de la guitarra clandestina de los jesuitas y su Guernica natal y universal, al etarrismo antifranquista teórico, que nada tiene que ver, claro, con ese manubrio del ludibrio del bodrio y la sangre en que se ha convertido ETA hoy por hoy. Y creo y digo y pienso,que Manuel Leguineche, que la otra noche se fumaba un puro viendo jugar al Bilbao en Madrid, puede ser signo y emblema de una nueva generación vasca que, asqueada de la política de sangre por un lado, y de la farsa del madrileñismo por otro, ha resuelto una y otra vez el irresoluto problema vasco (natal para él), dando la vuelta al mundo, viajando, informando, aireándose de universalidad y apoyando literariamente, vitalmente, peligrosamente, las mil causas de la libertad minoritaria, racial y progresista que arden hoy como pequeñas hogueras en la noche de los tiempos.

Cuando lucha por una secta hindú o un sandinismo americano, Manu está haciendo vasquismo, aunque no lo sepa ni lo diga en su libro. Pero por procedimientos más nobles, hermosos y byronianos que los etagraposos de la marietta. El camino más corto para comprender a una minoría étnica es dar la vuelta al mundo.

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