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Entre el compromiso y el desencanto

Organizadas, como las del pasado mes de enero, por el Foro del Hecho Religioso, se acaban de celebrar un as jornadas sobre Libertad y poder en la sociedad actual, de las que no voy a hacer aquí una reseña, porque mi propósito es, más bien, el de relatar mi experiencia vivida dentro de su contexto. Las jornadas han tenido lugar esta vez fuera de Madrid cerca, por cierto -lo que, aun cuando suene a extraño, me parece significativo- de donde, hace unas semanas, una pareja -pareja irregular, como tantas hoy- puso fin a su vida entre la intoxicación por la droga y el suicidio, es decir, en el radical desencanto. Alejados de los centros de decisión y recluidos casi todos los participantes en régimen de internado, casi de retiro, aunque esta vez el tema fuese, en principio, laico, tras la presentación de las ponencias previamente elaboradas, el tema general y el grupo, de tinas 75 personas, se dividieron en cinco sub temas tratados, a lo largo de un día, en seminarios separados, puestos luego, para terminar, en común. Los subtemas fueron éstos: 1) Libertad y poderes simbólicos. 2) El poder: ¿Qué es lo indeseable de él? 3) El poder político (Estado, capitalismo... ¿Cómo hacer viable la utopía?) 4) Escepticismo (nuestro talente), y 5) Educación, ¿para la libertad?, ¿para la integración?

Yo preferí no elegir sin probar. Primeramente asistí a la más sabia discusión : los sistemas simbólicos, el del lenguaje y, a partir de él, la ciencia y las ciencias sociales, la filosofía, el arte, la religión, la cultura en general, la cultura, incluida la cultura de masas, en su uso aplicado, se convierten en poderes, poderes ambivalentes, bien al servicio y justificación del poder establecido, bien en poder crítico y contrapoder... Estuve luego en el seminario sobre el Poder político. (No tuve tiempo de visitar el en cierto modo previo a él, y estrechamente relacionado con él, del poder en cuanto, cuando menos en ciertos aspectos, indeseable -espacio peligroso, como de tentación, en el sentido cuasi-religioso de la palabra- y, a la vez, inevitable. Aquí, aun cuando las actitudes anarco-utópicas estaban bien representadas, dominó una consideración realista del Estado, el poder, los partidos que, necesarios, no deben constituir, junto con el voto, los únicos cauces de participación democrática, etcétera. Era, repito que con excepciones, el seminario de los políticos.

La utopía cedía el puesto a la alternativa (de poder) y la democracia ideal a la progresiva democratización. El lenguaje que aquí se hablaba era el más pare cido al lenguaje de los partidos de izquierda y de los independientes en las Cortes.

Vagando así, y sin tiempo tampoco de visitar el seminario sobre la educación como modo de transmisión y reproducción del saber establecido o, por el contrario, como redistribución democrática del conocimiento de los sistemas simbólicos y, por ende, del poder que otorgan, como fomento de la crítica y de la búsqueda de innovación y por consiguiente, como medio de liberación, atraqué finalmente, para quedarme allí, en el seminario, predominantemente descriptivo del talante actual que, mejor que de escepticismo, encontré ya acertada y definitivamente calificado de desencanto: desencanto de quienes tenemos la palabra, y sólo la palabra, indiferencia, ni siquiera llegada a desencanto, de quienes, los más, ni palabra tienen. La tendencia al desencanto está inscrita en la condición humana, porque aquello que se sueña es siempre más brillante que su consecución. Pero en nuestro caso la enorme distancia entre el ideal por el que se luchaba y los pobres resultados hasta ahora obtenidos es claro que inclinan a un profundo desencanto. La democracia nos exaltaba bajo el franquismo y nos desilusiona bajo la forma consensual, partidista y bastante pseudodemocrática de la llamada predemocracia; el ideal de las autonomías se burocratiza y pierde su fuerza exaltante regateado en las llamadas preautonomías; y la esperanza puesta en la liberación de la religión y por la religión se ve rebajada a indiferente permisividad de la Iglesia con respecto a sus disidentes. Una Iglesia, como la anterior, legitimadora del franquismo sublevaba y exaltaba a quienes aspiraban a liberar la fe del apartado de represión religiosa, estrechamente conectado con el de represión política. Mas, ¿cómo exaltarse hoy, ni cómo luchar contra una institución que se presenta y pronuncia como neutral y que sólo solapadamente -aun cuando no por eso menos eficazmente, dadas las nuevas circunstancias apoya al régimen establecido? Desencanto general (desde la viabilidad de la utopía autogestionaria hasta la de las comunidades cristianas de base), desencanto como talante que, paradójicamente, coincide con un proceso real, de sentido opuesto al hasta ahora propio de toda la época moderna, de reencantamiento o necesidad sentida de reencantar el mundo, única manera de volver a hacerlo habitable, vivible.

De enero acá ha crecido el desencanto en el Foro..., probablemente porque ha crecido el desencanto en el país y el Foro no ha sido, para nosotros, sino el termómetro en el que hemos registrado el descenso de temperatura. Pero quizá ciertas características de nuestra reunión, el hecho de que, como decía al principio, se haya celebrado en régimen de claustración y alejamiento físico de la realidad, ha podido inducir al ensimismamiento y, con él, a una suerte de autocomplacencia en el juego del desencanto. En un momento dado, ya hacia el final, y como réplica a la declaración por Alfonso Comín de su Insatisfacción por lo que en el Foro se había hecho, yo le pregunté si esa insatisfacción no era, a su vez, la expresión de su desencanto de nuestro desencanto. Compromiso frente a desencanto venía a ser lo que él nos urgía, lo propio y admirable de un hombre que, de verdad, y no con la vieja retórica, es «inasequible al desaliento». Y pienso que si desencanto equivale a desaliento es preciso darle la razón.

Ahora bien, el desencanto que, según pienso, es real y, además, en mayor o menor medida, justificado, debe ser compatible con el compromiso. Compromiso a otro nivel, quizá, que el de la militancia en los partidos de izquierda, alguno de los cuales, como el PSOE, se diría que por imitación competitiva con UCD, está cada vez menos interesado en acrecentarla, porque puede preferir a una militancia masiva y difícilmente controlable, un modelo de cuadros reducidos y bien disciplinados junto con el mayor número posible de meros votantes. A un nivel, en cualquier caso, no por ajeno a la militancia en partido, menos militante en la política en cuanto tal. El desencanto comprometido, el desencanto que se resiste a reemplazar la «utopía» por la «alternativa» (de poder) no es, en fin de cuentas, mala actitud. Y, sobre todo, buena o mala, es la única posible para muchos de nosotros. (Cada vez más: el no-partido de los sin-partido aumenta y entiendo bien que eso preocupe a quienes conservan la fe en la posibilidad de autenticidad representativa de los partidos.) En fin, y por poner un ejemplo (menor): dentro de unas semanas yo, comprometidamente desencantado, votaré a la Constitución. Desencantado, porque a nadie puede encantar un mero texto escrito que no constituye nada, que lo deja todo entreabierto y entrecerrado, a lo sumo prendido con alfileres. Comprometido, porque es urgente hacer cuanto esté en nuestras manos -en este caso, una simple papeleta- para salir de la penosa situación de predemocracia, dicen, en que nos encontramos.

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