Francia e Italia ante el nuevo año económico
PROXIMO A concluirse 1978, y obligados a la presentación del Presupuesto a los respectivos Parlamentos, los Gobiernos de distintos países europeos aprovechan esta, semanas de otoño para reflexionar sobre el grado de acierto de sus previsiones económicas, trazar las líneas maestras de su futura política y estudiar los medios de financiar lo más ortodoxamente posible los inevitables déficit presupuestarios. Por la relativa semejanza de sus problemas con los nuestros y por el hecho de ser dos de las naciones miembros de la Comunidad Económica Europea, Francia e Italia constituyen dos ejemplos interesantes.El primer hecho destacable, en el caso de Francia, país pionero en lo que se ha llamado «planificación indicativa», es que en estos momentos se está operando un cambio profundo de perspectiva, en los círculos económicos gubernamentales, respecto al peso específico que el plan debe tener en la política económica. Esta modificación se ha iniciado mediante un intento, por el momento más literario que otra cosa, de readaptar el VII Plan a las condiciones actuales de la economía francesa. Como dijo el comisario del plan al presentar ese intento a la prensa, «se trata de un ejercicio de reflexión y prospectiva sobre los grandes problemas económicos del futuro». En definitiva, se busca restablecer definitivamente el equilibrio exterior, adaptar la industria francesa a ese reto de la competitividad en los mercados internacionales y mejorar la política de empleo.
La mención de esos tres problemas constituye él marco adecuado para encuadrar las preocupaciones que, al parecer, han dominado la confección del Presupuesto francés para 1979. Sostener la actividad económica, desarrollar las inversiones y mejorar el empleo constituyen las tres prioridades que pretende hacer compatibles entre sí el Gobierno Barre mediante su Presupuesto. Un volumen de gastos de 459.000 millones de francos (un 15 % más que lo votado por este concepto el año pasado, de los cuales los gastos corrientes experimentarán un incremento del 11 % y que originarán la creación de 22.000 puestos de trabajo)-, frente a 444 millones de ingresos, supone un déficit de 15.000 millones de francos, que se intentará colmar mediante métodos ya «clásicos»: subida dé los impuestos sobre licores, tabaco y gasolina; limitación del porcentaje de gastos profesionales deducibles en el impuesto sobre la renta, y subida de los tipos impositivos de ese impuesto para las rentas más altas.
El paro constituye la otra preocupación dominante. El mismo Consejo de Ministros que aprobó el proyecto de Presupuesto se ocupó de diversas medidas destinadas a favorecer la creación de empleos en las regiones más castigadas por el paro. poner a punto un programa general para desarrollar el trabajo a tiempo parcial, reducir la jornada laboral y propiciar la disminución de las horas extraordinarias.
La situación de partida en el caso de la economía italiana es indudablemente peor. Entre 1966 y 1968 la tasa media de crecimiento real fue del 6,4%, mientras que de 1976 a 1978 no superará, probablemente, el 3,4%. Por el contrario, el ritmo anual e inflación ha pasado, en todo ese período, del 3,2% al 17%, y el número de parados superaba, en julio, el millón y medio de personas. Los italianos están alarmados porque sus tasas de inflación y de coste de la mano de obra son, en la actualidad, dos veces más altas que la media de los países miembros de la OCDE (dudoso privilegio que nosotros compartimos), y la experiencia de los últimos años les ha probado hasta la sociedad que la inflación, más que favorecer el crecimiento económico, lo retrasa.
Con este telón de fondo, el Gobierno acaba de publicar un documento titulado «Una propuesta para el desarrollo, una elección por Europa», que comienza reconociendo que los datos antes resumidos son prueba clara de una debilidad estructural de la economía italiana. El momento actual es, sin embargo, favorable, pues la cotización de la lira es muy estable y la evolución de, la balanza de pagos, excelente. Ello permite enfrentarse con el futuro y sentar las bases de una política a medio plazo que sanee definitivamente la economía italiana.
Según el documento presentado por el ministro de Hacienda, Pandolfi, Italia ha de dejar de ser una economía de transferencias para pasar a una «economía de crecimiento». Se trata, en otras palabras, no de distribuir una riqueza que disminuye, sino de acumular riqueza para repartirla después mejor. Para ello es preciso cumplir con tres condicionantes: lograr una reducción sensible del déficit público, concertar un bloqueo de los salarios reales, al objeto de no agravar el coste del trabajo y, por último, conseguir una mayor movilidad de la mano de obra. Al parecer, el Gobierno Andreotti tiene una con fianza total en las posibilidades de la economía italiana, pero ha advertido a sindicatos, empresarios y partidos de la necesidad de llegar a un acuerdo básico antes de fin de año.
Resumiendo, Francia e Italia están sumidas, en estas semanas, en un intento de replantear, mediante una mezcla de análisis nuevos y recetas viejas, la situación de ambos cara a 1979. Con las lógicas diferencias, su situación presenta puntos de semejanza respecto al panorama económico español. Inflación, paro, necesidad de consolidar el equilibrio de sus intercambios con el exterior y urgencia de acelerar la inversión privada son puntos comunes de preocupación a las tres grandes naciones latinas. El anuncio de unas «jornadas de reflexión» entre Gobierno, empresarios y sindicatos, hecho público hace unos días por el ministro de Economía, señor Martorell, indica la existencia entre nosotros de un orden de preocupaciones muy similar. Sólo cabe desear que la economía española prosiga en 1979 el camino de recuperación iniciado en 1978.
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