Las estaciones
Bueno, ya está otra vez la guerra, el Alzamiento Nacional. Aquí en este país es que es el no parar. Venido recién (como dice la tele y ya -ay- algunos rotativos) de las vacaciones, encuentro en el buzón carta del alcalde Alvarez, carta que devuelvo al buzón y pido que me la suban en bandeja de plata, para empezar la guerra como es debido. En bandeja de plata y de calzón corto, que es como he vestido al parado para que haya uno menos en el país: Ruiz-Mateos-Rumasa y yo nos hemos propuesto acabar con el paro. El lo hace por miles y yo de uno en uno.Ahora, por cierto, el tenista Ferrer Salat ha hecho su campo de tenis en la Moncloa (sala de Consejos) y va a salvar a todos los parados de España mediante el liberalismo laboral, que suena a Keynes, pero no es de Keynes, sino de mi abuela:
-Esto son lentejas. Si las quieres las comes y si no las dejas.
Eso le van a decir al obrerito español, obrerito valiente, en el otoño templado que se avecina. El alcalde Alvarez, anticipándose al otoño, me dice en su carta:
«Leí tu artículo sobre las estaciones y quiero tranquilizarte un poco. Mientras de mí dependa, aunque sea en parte, no se las van a cargar.» Las cuatro estaciones que a mí me preocupan no son las de Vivaldi, sino sólo tres: las estaciones ferroviarias de Madrid.
A saber: Príncipe Pío, Delicias y Atocha. El alcalde viene a decirme que esas estaciones tienen un valor histórico y arquitectónico. Yo había denunciado, como cualquiera, en un artículo, el peligro que corren, peligro de derribo por la piqueta de oro del señor Prudencio o por la piqueta indocta de los especuladores, ahora que las tres han sido sustituidas, casi totalmente, por la macroestación de Chamartín, que tiene algo frustrante de aeropuerto: parece que los trenes te van a llevar por el aire y luego te llevan arrastrándote y arrastrándose fatigosamente por el secarral off-Tarradellas.
Alvarez me dice que lo primero es lograr que las estaciones pasen al Municipio y luego destinarles un uso adecuado y digno. Esto ya son burocratismos en los que yo me pierdo. Le agradezco la carta al alcalde, pero insisto en que la guerra no ha terminado, sino que acaba de recomenzar, tras la pausa estiveña. Uno de los últimos artículos de mi anterior temporada fue sobre las estaciones de Madrid, tan amenazadas.
Yo hablaba de Príncipe Pío, que es de un colosalismo ingenuo y fin de siglo, muy de poblachón español con pretensiones. Algo así como un balneario para tomar las aguas ferruginosas y carbónicas del viaje, porque el agua del tren siempre sabe a carbón, incluso ahora que son eléctricos. La noche que llegué al café Gijón yo iba a esa estación todas las mañanas, a las ocho, a recoger un paquete de periódicos de provincias para repartirlos por los quioscos de Madrid, en Metro.
Me daban mil pesetas al mes. Ese es mi carnet de prensa. Ahora que la estación queda hueca sin uso, como un apeadero de los trenes del pasado, que ya no pasan, yo quiero salvarla para la belleza quebrada y disminuida de Madrid, en ese paseo de la Florida, tan poético y ferroviario que hasta vive en él un poeta, Manuel Alcántara, y tiene su primera parada y fonda en la ermita de San antonio, con frescos de Goya y sidra de Mingo.
Yo hablaba de la estación de Atocha, con todo el optimismo funcional del nacimiento del siglo, y que en su hermosa curvatura es como la preñez funcional de donde podría nacer la torre Eiffel (aunque la torre sea anterior, supongo, y déjenme ustedes con la licencia poética, leñe) Yo hablaría de la estación de Delicias, sencilla, triste y honrada, de donde se salía para: los blanquipardos pueblos de La Mancha. ¿Por qué no un Don Quijote en que el hidalgo haga su primera salida en trenecillo de tercera? El casticismo madriles, que con Franco era de derechas se ha vuelto ahora de izquierdas y me llama Lauro Olmo para su happening castizo en La Corrala. O sea, que la derecha multinacional se cargará las tres estaciones del Vivaldi urbanístico y luego fusilará a Vivaldi, que soy yo.
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