Irán y los tiempos modernos
COINCIDIENDO CON una nueva ola de desórdenes, el sha de Irán ha anunciado un nuevo paso en la liberalización del régimen, que consistiría en la celebración. de elecciones generales, completamente libres, en el mes de junio de 1979. El sha ha tenido buen cuidado en afirmar de nuevo que la apertura no está coaccionada por ningún tipo de presiones y que su condición de monarca hereditario es la que únicamente le habilita para conceder una libertad qu econsidera necesaria para el bienestar de su país. Sin embargo, queda por saber cuál será él alcance de esta liberalización política y si el calendario se ajustará totalmente a las prudentes previsiones de Reza Pahlevi.Con un sistema autoritario de gobierno, una temible policía política y un partido único, llamado Rastakhiz, Irán ha alcanzado un nivel apreciable de desarrollo, posibilitado tanto por la propiedad de los pozos petrolíferos como por la ayuda de Estados Unidos. Por su especial localización geográfica, que le hace figurar como una avanzada hacia la Unión Soviética, la orientación atlantista de su política exterior y su posición moderada en la cuestión de los precios de los crudos, el país es una pieza esencial situada en el centro de vecindades peligrosas y del juego de influencias entre superpotencias. Iran, en definitiva, es un Estado obligado a tener muy en cuenta estrechas relaciones entre política interior y política exterior. En pocos países como él se presentan con tanta acuidad los problemas de la legalización del Partido Comunista, la hegemonía regional y el necesario mantenimiento del equilibrio entre un vecino peligroso, la URSS, con el que tiene lugar un elevado volumen de intercambios comerciales, y un amigo lejano, Estados Unidos, que nunca podría ver con buenos ojos que se repitiese en la zona un movimiento pro soviético como el de Afganistán.
El sha de Irán ha solucionado, o al menos afrontado, todo este abanico de cuestiones, manteniendo ante todo una política de gran dureza hacia cualquier tipo de disidencia y asegurando su posición internacional con formidables compras de armamento. Han aparecido -signos de cierta tregUa en la represión política, como la desaparición, al menos formal, del temible Savak, cuyo jefe, el general Nassiri, fue destituido en el pasado mes dejunio. En las próximas elecciones no se sabe todavía si podrán concurrir partidos entendidos al modelo occidental, ni si todos los partidos podrán hacerlo. De lo que sí hay bastante certeza es de que no podrá luchar por los votos el Partido Comunista, el Tudeh, continuamente denunciado por el sha como agente de los designios desestabilizadores de la Unión Soviética. También el sha quiere que lo que nunca se ponga en duda es su propia permanencia al frente de los destinos del país y la identificación de la monarquía con el Gobierno de Irán.
Esta liberalización tiene marcado un ritmo que se altera constantemente por los incidentes sangríentos que sufre el país y que no han dejado de producirse desde noviembre de 1977. Las autoridades iranies repiten una y otra vez sus acusaciones a los manejos de Moscú y, sin embargo, no parece que allí resida la explicación de alborotos de origen confuso en los que se mezclan elementos dispares. Efectivamente, los sucesos de Irán, por ejemplo los ocurridos el pasado día 10 en la ciudad de Isfahan, registran casi siempre la coincidencia entre la reacción religiosa a la modernización con la protesta de los estudiantes y los elementos de izquierda. Pese a la lentitud e incertidumbre en la liberalización o a los beneficios logrados por el desarrollo, surgen elementos pertenecientes a la creencia chiita, que reclaman la vuelta a las puras enseñanzas de Mahoma, y cuyo descontento los hace aparecer en la calle al lado de los estudiantes o los elementos del Frente Nacional, que siguen la estela dejada por Mossadecq.
Un descontento agresivo, fruto de diversas motivaciones, moviliza repetidamente a la oposición iraní. El régimen del sha se ve obligado a atajarlo en dos frentes, el de las libertades políticas, que poco parecen importar a los reaccionarios religiosos, y el de la modernización nacional, hecha con sacrificio de todo aquel que se opusiese a la política autoritaria. En unos y otros es áspera la protesta y no son en absoluto despreciables sus posibilidades de convocatoria de masas. Entre los que se oponen a la modernidad y los que reclaman la desaparición del absolutismo o una democratización acelerada, el sha se ve metido en un estrecho callejón que pondrá duramente a prueba su ya dura imagen política.
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