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La Europa de Marchais, Mitterrand y Chirac

Secretario de Relaciones Internacionales de UCD

Creo recordar que fue Brandt quien afirmó que Europa sería socialista o simplemente no sería. En el contexto de las noticias que nos llegan de Francia esa afirmación es, cuando más, una vacía baladronada. Cuando menos, un chiste inútil. El socialismo nunca creyó demasiado en Europa, no han sido sus líderes los que la han hecho, ni parecen ser sus dirigentes los más entusiastas en su promoción. La interpretación del tantas veces citado internacionalismo, panacea gloriosa y milenarista para un mundo sin fronteras de clase, encuentra en los señores Mitterrand y Marchais una curiosa versión: la Península Ibérica y Grecia no tienen derecho a participar en los beneficios y en las responsabilidades de una integración económica que, en su visión, debe ser monopolio exclusivo de aquéllos que ya poseen precios suficientes para los vinos, las lechugas y los tomates. Según los comunistas y los socialistas franceses, Europa parece reducirse a un problema de hortalizas. Y en ellos son convencida y calurosamente apoyados, en una peculiar alianza non sancta, por el señor Chirac.

Esta primera reflexión va dirigida a aquellos que en estas mismas páginas, y poseídos del «optimismo de la voluntad» apostaron el pasado 12 de marzo por una victoria electoral de la izquierda en Francia. Va dirigida también a los miembros del partido que, tras una serie de conversaciones con su homólogo socialista francés, llegaron a escribir: «El radicalismo antiespañol del Partido Comunista y de la derecha francesa (en particular Chirac) contrasta, sin embargo, con la comprensión y el espíritu solidario de los socialistas franceses.» Ignoro como esa afirmación puede compaginarse con la reciente campaña antiampliación compartida por socialistas y comunistas en el vecino-país. Ignoro también cómo los socialistas franceses, y ciertamente como resultado de las presiones de sus correligionarios españoles, llegaron a firmar el pasado 23 de junio una declaración conjunta de los líderes socialistas de la CEE «apoyando con firmeza la adhesión de España, Grecia y Portugal a la Comunidad».

Porque si de lo que se trata es de mantener un electorado, pobre historia la de una izquierda que no ha conseguido integrar intereses legítimos en no menos legítimos proyectos políticos, pobre evaluación la que merece un internacionalismo atento únicamente a la posibilidad de adecuada colocación de unos productos en el mercado agrícola. Y tremenda ceguera la de todo un bloque de izquierdas que no duda en convertirse en aliado objetivo de la derecha reaccionaria para sabotear el único esquema político capaz hoy de reagrupar a los pueblos y a los Gobiernos europeos en un programa de acción común. Flaco favor y dudoso honor están haciendo las derechas y las izquierdas en Francia a una declaración objetivamente cierta y que también se encuentra en el comunicado conjunto de la conferencia de líderes socialistas de la CEE: «Consideran que la Europa democrática tiene la urgente responsabilidad de contribuir a la consolidación de la democracia en España, Grecia y Portugal, debe demostrar su solidaridad hacia los trabajadores de estos países candidatos. »

Los entusiasmos antieuropeos del señor Chirac se han visto por una vez ampliamente superados por las iniciativas del Partido Comunista francés -convocatoria de una «jornada de lucha» contra la ampliación de la comunidad- y por las tomadas desde el Partido Socialista de Mitterrand -solicitud de reunión de la Asamblea Nacional francesa para considerar el tema. El cálculo de las reacciones a este lado de los Pirineos ha sido tristemente justa y ciertamente nada favorable al propósito programático de consolidar la democracia en los países candidatos. Los nostálgicos de siempre, los que interesadamente miran al pasado con complacencia, han utilizado la ocasión para repetir lo que: el franquismo convirtió en lema sustitutivo de su impotencia internacional: «No nos quieren.» Cuando desde todos los ámbitos responsables en Gobierno y partidos se intenta explicar que la integración española en Europa cuenta ya con un fundamental respaldo politico, cuando desde esos mismos ámbitos se explica razonadamente que no por ello dejará de ser larga y compleja la negociación, la derecha recalcitrante encuentra sobrado pretexto en las actitudes de esos tres sectores partidistas franceses para estigmatizar el diseño europeo y explotar falazmente la por tantos años vapuleada voluntad colectiva española.

Y, finalmente, no deja de ser significativo el que la «jornada de lucha» sea convocada precisamente por aquel partido comunista que en la Europa Occidental se ha distinguido siempre por su servil obediencia a los postulados del internacionalismo proletario tal como son concebidos y dictados desde el prisma de los intereses soviéticos. No hace todavía muchas semanas, la agencia oficial soviética Tass daba a la publicidad un despacho solidarizándose con la postura radicalmente contraria a la entrada de España, Grecia y Portugal en la CEE adoptada por el buró político del Partido Comunista francés. Cualquier observador atento de la siempre muy oficial prensa soviética habrá podido detectar desde hace ya varios meses diversas manifestaciones contrarias a la entrada de España en la CEE.

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Ahí está el juego. Para todos aquellos que se reclaman de solidaridades partidistas que trascienden las fronteras, bueno sería el registrarlo. Para todos aquellos que distorsionadamente piensan que Europa nos rechaza, saludable sería el identificar los puntos de rechazo y no ampliarlos indebidamente ni al conjunto de un continente que nos necesita y al cual pertenecemos, ni tan siquiera al resto de las fuerzas políticas francesas, hoy en el Gobierno, y que por boca de su presidente y colectivamente a través del Consejo de Ministros han mostrado una actitud inequívocamente favorable al proyecto de ampliación. Por lo demás, bueno sería que los señores Chirac, Marchais y Mitterrand nos explicaran los razonamientos que les han llevado a compartir conjuntamente tan dudoso lecho.

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