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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Mi vida sexual sana

Como parece que van a venir no sé cuántos millones de suecas, pese a la catástrofe esa del petróleo, voy a ver si pongo un poco al día mi vida sexual, mi herrumbroso instrumental galante (me parece que ahora ya no se dice así), del mismo modo que Don Quijote (ahora espléndidamente editado en dos tomos por Clásicos Castalia) revisaba sus adargas o Gary Cooper engrasaba sus winchester. Me he comprado un libro de Eugenio Amezúa..Este señor, que se titula y autotitula sexólogo -cosa que no sé lo que es, palabra que sólo entiendo aplicada a mí mismo-, este señor, digo, montó una vez una fundación para la cosa y la tituló, noble, ambiciosa y gratuitamente. Gregorio Marañón. A protesta y amenaza de la familia Marañón, tuvo que renunciar a tan alta y desproporcionada nomenclatura.

Es como si yo titulase esta columna Diario de un premio Nobel. Todo llegará, pero tampoco hay que pasarse. Frecuentemente coincido con Amezúa en coloquios y cosas sobre sexualidad. A él se conoce que le llaman en calidad de científico, de teórico, y a mí en calidad de practicón. Digo yo.

Dentro de mi natural ignorancia, en dichos coloquios nunca le he oído al señor Amezúa otra cosa que obviedades, chistes de consiliario en cursillo prematrional y ecleticismos de persona corriente o del que no sabe de qué va. De todos modos, como todavía practico esta cetrería de comprar los libros de los contemporáneos -si no me los mandan- para disfrutar con su manifiesta inferioridad, hoy me he comprado la Guía de los anticonceptivos, de Amezúa y Nadette Foucart, que debe de ser su señora, pero que siendo francesa queda bien como coautora. Si yo estuviese casado con una francesa, la obligaría a firmar conmigo todos mis libros, aunque ni siquiera los hubiese leído -cosa que suele ocurrir con las mujeres de los escritores-, porque firmar con una francesa hace europeo, hace mercadocomunitarlo y hace más científico. Siempre es un poco como firmar con Pasteur. O con madame Curie, vaya.

Que me devuelvan el dinero. Yo en este libro de Amezúa no he aprendido absolutamente nada, y casi casi he empezado a cogerle rabia al tema de la ingle, con la afición que yo le tenía. Los franquistas solían decir:

-Y para estó hicimos una guerra. Yo digo ahora: -Y para esto hemos hecho una democracia.

Para que se puedan publicar libros como éste, donde el autor se lleva una pastizara por explicarnos unos rudimentos sexuales de colegio, más unas normas de convivencia tipo cursillo de cristiandad, pero en new-look. Todo alegrado con los chistes fraileros del autor. No hago crítica de libros en este periódico, porque no me dejan, pero hago crítica de personas, que es más, y lo de Amezúa, desde secuestrar el nombre egregio de Marañón para su pseudocientifismo hecho en casa, hasta darnos la lista de todos los anticonceptivos que hay en la farmacia de abajo, es, y lo siento, crítica a lo Saint-Beuve. Crítica de la persona.

Dice de pronto Amezúa que «tener una caja de preservativos en la mesilla puede ser un detalle bonito», o que la mujer no debe introducirse perejil ni mostaza bajo ningún concepto. Y cosa tan obvia y nauseabunda como que cuando la mujer se ha puesto el diafragma anticonceptivo no debe ir a exonerar el vientre -él lo dice mucho peor- Claro, ya se supone que se ha puesto el diafragma para otras más líricas exoneraciones.

Le arrojo a la gata el libro de Amezúa, que está preñada y ya no puede hacerle daño su Guía de anticonceptivos, y tomo uno de Albert Ellis, que hace muchos años nos sorprendió con una gran obra de investigación científico-sociológica: La tragedia sexual norteamericana. Como ven ustedes, estoy dispuesto a hacerme una cultura sexual intensiva y nocturna antes de que llegue la sueca tres millones a volar en una nube de petróleo ardiendo.

Arte y ciencia del amor, de Ellis (aquí Grijalbo ha puesto técnica en vez de ciencia, para ir más al bulto), es un manual dedicado exclusivamente a matrimonios, lo que ya resulta irritante concesión al hipócrita puritanismo yanqui. Como cuando nuestros clásicos dedicaban a duques y prelados, por salvar la Inquisición, obras que iban a resultar blasfemas. Voltaire también tenía que hacerlo. Ellis se ha convertido en un Amezúa que sabe medicina y aconseja comprar bombones a la pareja. Hemos caído en el viejo Manual de buenas costumbres, pero en cueros. ¿Y para esto hemos hecho una democracia Efigenio?

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