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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra de la tenaza

LOS SANGRIENTOS sucesos de Pamplona, San Sebastián y Rentería constituyen esa otra cara de la Luna, cuya existencia algunos se niegan a reconocer, pero que influye de manera negativa en las perspectivas de pacificación del País Vasco. El tejido social, la prosperidad económica y la convivencia ciudadana de Euskadi están siendo destruidos por una garra de tenaza que ha hecho presa de un pueblo que no merece tan triste destino. Las dos pinzas que están triturando, empobreciendo y sembrando el odio en el Norte de la Península son, de un lado, el cruento fanatismo de los grupúsculos independentistas (en su doble vertiente de bandas armadas que asesinan y de violentos alborotadores callejeros que provocan) y, de otro, la ceguera y la torpeza de la Administración central en el planteamiento de la cuestión vasca, muy especialmente en su política de orden público.Parece un hecho demostrado que la estrategia del independentismo violento descansa en el supuesto de que los asesinatos y atentados de ETA presumiblemente provocarán en el Gobierno y en las fuerzas de orden público respuestas desproporcionadas o irracionales. Las cuales, a su vez, serán un eficaz motivo de agitación para las movilizaciones populares de protesta contra esas medidas y suscitarán, de manera indirecta, la solidaridad implícita con los terroristas, transfigurados así de verdugos en víctimas. El señor Martín Villa insistió, en su intervención televisiva de anteayer, en diferenciar cuafitativamente los «crímenes» de los terroristas de los «errores» de las fuerzas de orden público. Seguramente a muchos espectadores les saltaría a la memoria aquella frase célebre pronunciada por Fouché al ser informado del asesinato del duque d'Enghien por orden de Napoleón: «Ha sido peor que un crimen: ha sido un error.» Porque el eventual cierre de filas de algunos sectores del pueblo vasco con ETA no es consecuencia de un gusto depravado por la sangre, sino el movimiento reflejo de una comunidad cuya identidad histórica y cultural ha sido objeto de ataques y ofensas durante la dictadura y cuyas heridas todavía no han cicatrizado.

Las mismas causas originan los mismos efectos, tanto en la dictadura como en la democracia. Si las pesquisas policiales en búsqueda de los culpables de un atentado utilizan la tortura, ETA obtiene una victoria y la democracia cosecha una derrota.

Si los órganos del Estado toleran las actuaciones criminales de la extrema derecha contra los parientes o los simpatizantes de los terroristas o algunos miembros de los cuerpos de seguridad colaboran oficiosamente en las razzias, ETA obtiene una victoria, y la democracia sufre una derrota. Si las fuerzas de orden público desencadenan represiones indiscriminadas contra la población civil, ETA obtiene una victoria, y la democracia sufre una derrota. El resultado final es que los extremos se tocan: los funcionarios que violan los derechos humanos de los detenidos, que se toman la justicia por su mano, despojándose del uniforme, o que se comportan como miembros de un cuerpo expedicionario en territorio enemigo, se transforman, aun sin quererlo o sin saberlo, en cómplices objetivos de los terroristas.

La afirmación de ETA y de sus compañeros de viaje de que nada ha cambiado en España después de la muerte de Franco es una falsedad nacida de su fanatismo. Pero los sanfermines sangrientos y los sucesos de San Sebastián y Rentería han regalado una apariencia de veracidad a su tesis. El continuismo en la concepción y en la ejecución de la política de orden público, la permanencia al frente de los centros de decisión de quienes bajo el antiguo régimen mostraron sobradamente su incompetencia y solo lograron efectos contraproducentes con sus medidas, es el mejor regalo que se le puede hacer a ETA.

Más que nunca se necesitan soluciones políticas para el País Vasco desde el Estado. No basta solo con la destitución de los responsables de los errores y atrocidades cometidos durante esta semana. Son precisas, también, medidas que impidan la repetición de hechos semejantes. Si nuestras autoridades no entienden el lenguaje de los derechos humanos, al menos podrían comprender el más prosaico de la eficacia.

Y para encauzar hacia una salida viable y pacífica la tensa situación de Euskadi, también se precisa, más que nunca, la colaboración de los partidos políticos de carácter democrático. Sobre las negociaciones entre el PNV y el resto de los grupos parlamentarios convergen hoy las miradas de todos los españoles que desean la consolidación de la democracia en nuestro país y la pacificación de Euskadi; y quizá de manera especial, las esperanzas de los ciudadanos que votaron el 15 de junio -en proporción mayor que a los nacionalistas- por otras opciones políticas en las provincias vascas.

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