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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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A Dámaso

Dices, Dámaso, que el español ya no será español, por votación del Congreso, y yo a un lado veo la plaza partida de los diputados, el pozo de la política, siempre confuso, revuelto, comprometido y hortera, y al otro lado del día, del tiempo, al otro lado de Madrid, en este barrio nuestro, Dámaso, tan aireado de nortes, tan ennortado, te veo a ti, trabajando puro en el idioma, acendrado en el espíritu de la colmena milenaria, leyendo los castellanos que yacen en el castellano a la luz y la lupa (lupa/luz) de la mañana que por el Este te entra.Gracias por tu palabra, maestro, amigo, vecino, gracias por dejar las cosas claras. Los idiomas son muchos, en España, pero tú has señalado, con tu infantil y sabia suspicacia:

-¿Cuántos?

Porque la Constitución no los determina. Podemos hablar en bable, o en castúo, con Chamizo, podemos retroceder, por el árbol lingüístico, perdemos en nuestra torre de Babel hortera y nacional, hasta que el dios de la Historia, la Historia como único dios del hombre (la Historia de los hechos, como quiere Foulcault, y no la de los acontecimientos), nos castigue a todos y eche abajo la torre, y Paredes Jardiel u otro postsurrealista, será un Brueghel, será un Bosco que cuente a los bárbaros del futuro mazinger cómo una cultura se fragmentó a sí misma por beocia.

Estabas una mañana, Dámaso, vecino, trabajando en la piedra milenaria, relojero de portal de nuestro idioma, trabajando en tu portal sencillo de hombre humilde, con el sol naciente luciendo en tus herramientas, como siempre, cuando lejos de ti, allá en el corazón poliédrico y político de la ciudad, alguien decidió por ti, por nosotros, con cobardía y trato, con concesión y dolo, con vilipendio, no llamarle español al español.

Qué bien lo has denunciado, qué sencillo, qué sosegado hijo de la ira para decirles a los hemiciclos -plaza partida de caras partidas- tu verdad y la nuestra.

Yo voy y vengo, ya sabes, Dámaso, soy zascandil de la literatura a la política, no he sabido, como tú, maestro, quedarme en un portal de relojero arreglando el idioma, poniendo en hora en punto los relojes de todas las catedrales góticas y las ermitas románicas de España, que son ¡os que dan la hora en español/ castellano. Yo no tengo tu ciencia, Alonso, amigo, sólo soy recadero, azacaneo lo que puedo, y, asomado al tendido de sol de aquella plaza, que es el de la Prensa, he visto a veces cómo venden aguas jurisdiccionales, hipotecan idiomas, chalanean con Dios, y ahora han sacado adelante la abolición de la pena de muerte, eso está bien, y la mayoría de edad a los dieciocho (tú y yo sabemos, maestro, cómo besan las de dieciséis), pero, han vendido, en cambio, por las treinta monedas de unos votos, al idioma español, al castellano.

Dicen que la derecha y sólo la derecha apoyó la moción de la Academia. Yo no sé si es verdad, pero mira, Dámaso, vecino (tú, glorioso poeta, hondo amigo, profundo paseante, sabio solo), ya es triste que la derecha, que no se atreve a presentar batalla en otros temas, porque los tiene perdidos, hoy presente batalla con nosotros, haga de nuestro idioma su trinchera. Ya sé que si eso te importa. Nadie como tú, relojero en tu portal que han rodeado de rascacielos, ladrillos, restaurantes, que han colonizado de moqueta y lenocinio, sabes, hablas, conoces, gozas los idiomas tuyos y míos y nuestros de las Españas, y me has leído en catalán -lo tengo escrito- con dicción pr6funda y versó lleno de viento. Pero ellos, ellos, los que no tienen autoridad ni saben de eso, los que andan escribiéndonos el futuro con unas docenas de palabras -no hay más que leer la Constitución-, te han enmendado la plana, tu limpísima plana, en nombre de unas lenguas que ignoran y que jamás serán de fuego en su cabeza. Diógenes con tu barril, tu sol y tu linterna, los ignorantes, una vez más, te han dejado en cueros.

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