Estreno mundial del "Concierto del Albaycín", de Montsalvatge
Desde Albéniz hasta Montsalvatge, pasando por Barrios y tantos otros, el viejo barrio granadino ha sido motivo de inspiración musical. En el caso de la nueva obra del compositor catalán, más que inspiración es acto de homenaje y testimonio de la fascinación que la imagen albaycinera ejerce en el ánimo de Montsalvatge.Así lo asegura el músico pero yo diría que, en el fondo, sin necesidad de citas, cadencias o ritmos andaluces, hay en los más recientes pentagramas de Montsalvatge una soterrada presencia de la mágica colina de Granada: la de un misterio pleno de luces o sumergido en la noche que se torna identificación sonora. Claro que la sugerencia inmediata proviene del instrumento -el clave- y su tañedor, Rafael Puyana, a quien la obra está dedicada y para el que fue pensada. En la madurez alcanzada por Montsalvatge, en el encuentro definitivo de su propio yo, reside, desde hace tiempo, la razón de una obra realizada, además, con excelente pulso.
Componer para clave en España, con el antecedente del Concerto de Falla, supone todo un desafío, más si se aceptan, como hace Montsalvatge, principios estético-técnicos que no rompen violentamente con el pasado. Sin embargo, el autor del Concierto del Albaycín ha encontrado no ya matices propios, sino singular originalidad para una partitura que, desde ahora mismo, se inscribe entre las mejores escritas para clave y orquesta. Los timbres clavecinísticos provocan la atmósfera orquestal y de Falla llegan tan solo a Montsalvatge los ecos de una especial austeridad para la lírica del movimiento central.
La parte solista está tratada soberanamente, con un conocimiento del clave que más parece adivinación de sus posibilidades. Clave y conjunto instrumental se articulan en un mensaje de honda significación poética a la que contribuyen los instrumentos de percusión -determinada e indeterminada- trabajados por Montsalvatge con esa experiencia y estilo integrador que aparecen definitivamente decididos a partir de las Invocaciones al Crucificado. Los tres movimientos de la forma concierto no comprometen en nada el lenguaje ni sujetan la forma. En menos palabras: el siglo XVIII no aparece por ninguna parte ni siquiera en la menor alusión estilística de tipo arcaizante.
Estamos ante plena música de nuestro tiempo realizada con materiales de todos los tiempos y, concretamente, con aquellos que demandaron las ideas del músico al impulso de un pensamiento instrumental de tanto encanto como fuerza creadora. En otras ocasiones he escrito sobre lo sintético como elemento constitutivo de la estética montsalvatgearia. Frente al nuevo concerto será inútil detectar esa síntesis cuando aparece evidente la creación en libertad. Para explicar a Montsalvatge no es ya necesario acudir a referencias que no sean del propio Montsalvatge. En otras palabras: la reafirmación de la personalidad del compositor gerundense se enseñorea de un concepto ideal: ser clásico de sí mismo.
Rafael Puyana tocó la obra no sólo con primor Sino con profundidad de concepto. Habita en ella, ha asimilado sus valores y significaciones. De ahí el frescor de una versión igualmente firme en el director, García Asensio, y en la orquesta. El público tuvo para el autor y sus intérpretes cálidas y repetidas muestras de entusiasmo.
También lo hubo para el fragmento de la Divina Comedia, de Conrado del Campo, página que llamara la atención de Debussy cuando la escuchó en París, el año 1913, por la pujanza de su construcción y su parentesco con los poemas straussianos. Se recordó así al maestro de tantas generaciones en el centenario de su nacimiento. García Asensio coronó en triunfo la jornada con una de las obras que le son más queridas y que mejor interpreta: la segunda sinfonía de Schumann, expuesta con claridad, vigor, contraste de planos, lógica discursiva y exacta disposición de las tensiones. El patio de Carlos V registró tantos aplausos que la Sinfónica de RTVE, y su director tuvieron que prolongar el programa con dos encores de Falla.
Babelia
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