Un liberal en el Elíseo
Conservador ilustrado y moderno, elegante y aristocrático, frío y distante, supuesto descendiente de testas coronadas, economista reputado, político sutil, tal es la personalidad polifacética del actual presidente de Francia.Nació el 2 de febrero de 1926 en Koblenz (República Federal de Alemania), y pertenece a una familia de caciques políticos, como su abuelo, Jacques Bardoux, ilustre senador de la República.
En 1948 ingresó en la Escuela Nacional de Administración, uno de los principales viveros de la clase política francesa, y en 1954 era ya inspector de Hacienda, cargo que constituye el primer pedestal de una carrera política.
Su primera aparición pública fue como director adjunto del gabinete de Edgar Faure, quien intuyó en este joven economista una extraordinaria capacidad de acción. Efectivamente, Giscard en esos años sugiere la imagen de un joven ambicioso, diligente y dotado de un asombroso espíritu de organización y de autodisciplina.
Fue elegido diputado por el distrito de Puy-Dome, feudo de su abuelo Bardoux, el 2 de enero de 1956, por el Partido de los independientes y Campesinos. Pero continuó llevando una carrera más bien técnica que política.
Debido a sus méritos como economista y administrador eficaz, el general De Gaulle le escogió en el primer Gobierno de la V República como secretario de Estado del Ministerio de Hacienda. Su labor fundamental consistió en la preparación y formulación del presupuesto nacional francés. Después de la dimisión de Wilfried Baumartner, el general De Gaulle le eligió ministro de Hacienda, el 18 de enero de 1962. Se reveló entonces como un economista tradicional y ortodoxo. Congeló precios y salarios, restringió créditos y gastos superfluos gubernamentales y aumentó los impuestos. Concitó alborotos y protestas en todas las esferas de la opinión pública francesa, pero Francia, por primera vez en 36 años, logró un presupuesto equilibrado.
Naturalmente esta política restrictiva, aunque eliminó la inflación, llevó al país a una profunda deflación. Ante la oposición conjunta de los empresarios y de los obreros, el general be Gaulle y el primer ministro, Pompidou, le pidieron la dimisión. «Fue despedido como un criado», comentó un observador político. Muchos creían que era el fin de su carrera política. Pero desconocían que era también un político sinuoso y firme a la vez.
Liberado de sus responsabilidades ministeriales, se concentró en la reestructuración del partido de los Republicanos Independientes, logrando aumentar su representación, parlamentaria hasta 44 diputados en la Asamblea Nacional. En una campaña electoral comenzada el 10 de enero de 1967 bajo el lema del famoso «sí, pero», que hizo exclamar al general De Gaulle: «No se gobierna con peros», a lo que respondió Giscard: «... pero ni se dialoga ni se controla más que con si». Se manifestó entonces su habilidad política: jefe de la tendencia pro gaullista de su partido, supo oponerse a ciertos aspectos de la política del general De Gaulle sin romper decisivamente con él.
El "Kennedy francés"
Su primera medida como ministro económico fue la devaluación del franco, el 8 de agosto de 1969. Pudo entonces realizar su verdadera política económica con completa libertad e independencia. Medidas económicas que constituían una clara opción política. Así, un artículo del Economista, al celebrar el crecimiento económico de Francia, verificaba la incapacidad del sistema para realizar una equitativa y justa distribución de los frutos del crecimiento.
Su política económica, en definitiva, creó un abismo todavía más tajante entre las clases sociales. Sin embargo, tampoco se le puede definir como un derechista ortodoxo y empecinado.
A la muerte del presidente Pompidou, el 2 de abril de 1974, Giscard anunció su candidatura a la presidencia. Frente al gaullista Chaban-Delmas y el socialista Mitterand, realizó una campaña electoral basada en un «cambio sin riesgos». En realidad, anunciaba y prometía llevar a cabo una política conservadora y liberal. Sin embargo, dio a su campaña electoral un tono tan progresista que se le denominó el «Kennedy francés».
En realidad, obtuvo una mínima victoria, con el voto de la extrema derecha, que vio en él el mal menor, frente a Mitterrand. En su discurso celebrando la victoria anunció cambios políticos, económicos y sociales. No faltó a su palabra y cumplió sus promesas dentro de una política de austeridad esencialmente conservadora.
Para modernizar Francia, Giscard aprobó una legislación que elevó el salario mínimo, aumentó las pensiones familiares, las cuotas de la Seguridad Social, pero se limitó a estas medidas económicas, sin llevar a cabo reformas sustanciales. En contraposición, contribuyó a dignificar la condición femenina en Francia, nombrando a Françoise Giroud, dircetora de L'Express, como ministra de la Condición Femenina.
Sin embargo, su programa básico, el divulgado durante su campaña electoral de seguridad del empleo, derechos iguales para los jóvenes y las mujeres, redistribución de la renta nacional, no pudo ser llevado a cabo por el estallido de la crisis económica de 1973.
Para combatir la inflación, la peor del Mercado Común Europeo, decretó un aumento del impuesto sobre la renta, córtes drásticos de los gastos del Gobierno, reducción del consumo de gasolina y paralización del desarrollo urbano.
En lo que respecta a la política internacional, se manifestó equívocamente partidario de la unidad europea, pues no combatió abiertamente, como el general De Gaulle, la idea supranacional. Igualmente, acrecentó las relaciones economicas y políticas con la Unión Soviética, hasta el punto de establecer un sistema de cooperación política sobre la base de consultas y entrevistas periódicas con los dirigentes soviéticos. Con Estados Unidos restableció una política de colaboración más estrecha que en la época del general De Gaulle. También volvieron a conectarse las Fuerzas Armadas de Francia con la OTAN, sin llegar a comprometerse en una decidida política de integración.
"Democratie française"
El personaje político es claro, ordenado y simétrico, sin caer jamás en patetismos declamatorios a lo Racine. En su obra La democratie Française define su pensamiento político con admirable precisión y claridad. ¿Es un partidario del liberalismo clásico? No. Giscard es demasiado equilibrado para aferrarse a dogmas cerrados y hasta cierto punto desprestigiados. Conserva los principios elementales del liberalismo, pero tiene su propio plan de sociedad moderna. Así, propone una sociedad unificada por la justicia, sin grupos dominantes ni dominados, que sustituya la actual atomización social. Esta sociedad constituirá una comunidad de hombres libres y responsables y será una sociedad de comunicación y de participación. En esta obra, Giscard se opone a las nacionalizaciones, así como a la autogestión de las empresas.
Sereno de carácter, acusado de impasible, características personales que se reflejan en esta obra, Giscard no se contenta con dibujar los planos de una ciudad del futuro. «Un mejor reparto de las riquezas no basta para definir una nueva sociedad», dice. «Es necesario un mito liberador, el señuelo de una esperanza, la promesa de una liberación.» Difícil tarea para un conservador lúcido y clásico.
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