El intercambio de parejas, una nueva costumbre en auge
Los católicos dicen que la primera piedra la tiró Eva. Los demás tenemos dudas, pero lo cierto es que, empezara el hombre, empezara la mujer, la fidelidad sexual ha sido siempre algo más propio de los poetas líricos que de la realidad. Nuestros tiempos no han inventado nada en este terreno, lo que si ha hecho la bendita liberalización de las formas de vida es sacar a la luz pública lo que antes, por estúpida pudibundez, se escondía.Fue en los años sesenta y en California donde el swinging y el swapping tomaron carta de naturaleza. El lugar era obligado y el momento casi también. La palabra swing significa «balancear», pero en los años treinta, gracias a su aceptación musical, empezó a significar «persona que se mueve bien»; para de ahí nacer la palabra swinger (persona que cambia con facilidad de compañero sexual, vulgarmente «ligón») y swinging pasó a significar «cambio sistemático de compañero sexual». Por lo que respecta al swapping es, simplemente, una variante del swinging. Swap significa «intercambio, trueque». Shapping es, pues, el intercambio de parejas: tú me das compañero y yo tomo el tuyo, tú me das tu esposa y yo me quedo con la tuya. Al final nos los devolvemos y todos contentos.
El swapping no necesita grandes complicaciones. Todo lo más un anuncio en un periódico. La cita será en una casa particular o en un restaurante y el final en la casa de una de las parejas. Además, lo usual es que sea practicado por parejas o matrimonios amigos. En cuanto al swinging la cosa ya es más complicada, por mas social. Es necesario un lugar, un marco, por ello nacen los clubs de swinging.
En Nueva York tenemos, en la calle 74 Oeste, el famoso Platons retreat (increíble nombre: El refugio de Platón). En Holanda tenemos el club Paradise. En Francia el Saint-Germain. En Barcelona -y dentro de poco en Madrid- tenemos el Playclub. El éxito de este último, en pocos meses de funcionamiento, es, simplemente, extraordinario, a la par que sus beneficios.
Club español
Playclub fue constituido como sociedad hace un año, bajo la razón social de Promoclub, SA. Su capital sociales de sólo 100.000 pesetas. Su consejo de administración fundacional estaba formado por José Martínez Martínez (presidente), Luis Abadal Montal (secretario) y los vocales Jorge Orfila Solsona, Antonio Solé Trepat y Guillermo Fernández Garriga. Desde el pasado mes de diciembre el administrador único de la sociedad, y persona clave en su funcionamiento, es Juan Carlos Lliro Blasco, de 32 años de edad.El objeto social de Promoclub, SA, «promoción y explotación, por cualquiera de los títulos permitidos en derecho, de clubs sociales donde puedan desarrollarse actividades deportivas, recreativas y culturales». En la práctica, según afirma el propio Lliro Blasco, el gran tema, por no decir el único, es el sexo, el intercambio sexual.
Antes de que se fundara Play club, Carlos Lliro se había dedicado a la publicidad y había creado el Club Español de Relaciones y Amistad (CEDRA), que publica un boletín interno con anuncios de carácter sexual: «Señor desea Señora», «Señor desea señor», «Señora desea señora», «Señora desea señor», etcétera. Este otro club, CEDRA, continúa existiendo al margen del Playclub, y cuenta con 6.000 socios, que reciben cada mes el citado boletín.
Respecto al Playclub -que es el club de swinging propiamente dicho-, Lliro manifiesta que con sólo siete meses de funcionamiento cuenta como socios con 335 parejas, así como con 152 señoras, y 159 señores, en calidad de socios individuales.
El club cuenta con dos locales y dentro de poco tendrá un tercero además del que piensa abrir en Madrid. Uno de ellos se encuentra en la calle Diputación, número 235, de Barcelona, exactamente dos pisos encima de un local del Arzobispado barcelonés. El segundo local está situado a unos veinte kilómetros de Barcelona, cerca de la carretera de Sitges. El tercero que aún no ha entrado en servicio se halla en la calle de Espinoy, de Barcelona. El coste de este último local es de varios millones.
En el piso de la calle de Diputación se reúnen los asociados todos los días que lo desean, entre las cuatro y diez de la noche. Pueden ir tanto los socios individuales como las parejas. Se trata de un típico piso burgués del Ensanche de Barcelona. Hay un bar, una sala de juegos, dos salones, una sala de juntas, una sala de proyecciones -normalmente utilizada para pasar películas «porno»-, un estudio fotográfico -lógicamente para hacerse mutuamente fotos eróticas-, un laboratorio para el revelado, una sauna y una camilla para masajes, además de las oficinas administrativas.
Todo parece indicar que este piso es un mero punto de contacto entre socios individuales o entre parejas. Es el entrémés. El plato fuerte se consume en el segundo local, el situado a veinte kilómetros de Barcelona y que no fue visitado por nosotros. Allí se dirigen, a partir de las diez de la noche, los socios que lo deseen, siempre y cuando -manifiesta el director de Playclub- vayan aparejados.
El número fuerte es de fácil imaginación. Consiste en hacer colectivamente todo aquello que puede hacer cualquier pareja en la intimidad. Su descripción detallada queda, pues, aquí, totalmente fuera de lugar. Según la fuente citada se puede bailar, se puede hacer strip-tease, y también, se puede buscar una habitación tranquila para estar con una sola persona, si bien parece ser que la mayoría de habitaciones tiene más de una cama. El local no cierra hasta muy avanzada la madrugada, y parece ser que los socios pueden pasar toda la noche allí.
Las personas que EL PAIS pudo ver en el piso de la calle Diputación correspondían exactamente a la descripción del socio medio que efectuó el director de Playclub. Se trata de parejas de la burguesía media, es decir ejecutivos, y pequeños industriales y miembros de profesiones liberales, todos ellos de una edad comprendida entre los 35 y los cuarenta años. Era innegable que hasta entonces el aspecto de las parejas era el modelo típico de matrimonio burgués, en lo que a apariencias respecta.
Juan Carlos Lliro afirma que: «Se trata de parejas que bucan romper con la monotonía sexual.» El importe de las cuotas hace que lógicamente no pertenezcan a clases populares. En efecto, todo hombre debe abonar 30.000 pesetas como cuota de ingreso y 4.000 de cuota mensual. Las mujeres no deben abonar cuota de ingreso y su cuota mensual es de sólo mil pesetas.
La misma fuente agrega que un 60 % de las mujeres que son socios individuales están separadas de sus esposos. Un 30% están casadas, pero van al club sin su esposo, y el 10% restante son solteras. Añade que el club excluye toda forma de prostitución: «Si supiese de un caso, la persona en cuestión, seria excluida.» Pero no hay duda que, pese a todo, aún hay actos privados de difícil control.
Lo que sí está fuera de duda es que Playclub constituye un buen negocio. Sus cuotas son altas y no dan derecho a otra cosa que a la utilización de los locales, ya que las consumiciones no sexuales -las bebidas y las comidas-, son cobradas aparte, a precios perfectamente rentables para el club.
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