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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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El campo del Moro

Los borbones, a veces, tienen estos detalles para quienes no somos borbones, o sea el resto del personal, aquí, en España: ahora nos devuelven a los madrileños el Campo del Moro, que llevaba cuarenta años cerrado, como un jardin de los Finzzi-Contini de la dictadura.El detalle es bonito, en principio, porque es una devolución directa de los Reyes al pueblo. Luego, porque el Campo del Moro es una hectárea, o lo que sea («solo como una hectárea», decía yo en un poema a una chica), que no ha sido jamás hollado por el franquismo, pues que Franco mismo le echó la llave, como si tuviera dentro el sepulcro del Cid, y luego la tiró al Manzanares, que pasa cerca, ignorando que todas las llaves de la historia las tenía don Ramón Menéndez Pidal, y no él, porque don Ramón era el sereno legal de las Españas. ¿En qué parque, plaza, avenida o monte no hemos pecado los españoles de franquismo? Precisamente en el Campo del Moro, que Franco tuvo cerrado. «Ni para los borbones ni para mí, debió pensar, y menos para la horda.» Gracias a lo cual, los medios seres que somos, tiznados de autocracia, engualdrapados de democracia, pisaremos por fin un aura nueva, una tierra prometida, jardín cerrado al horror, abierto ahora al futuro. Campo del Moro, tierra prometida, única tierra, aunque breve, por donde el caballo de Atila no ha pasado masticando la hierba. No es la verja del parque, sino la verja de la Historia, lo que se nos va a abrir. Y véase en este periódico la bella foto que la bella Marisa Flórez ha hecho de ambas perspectivas en una. Bien, Marisa.

Ahora los rusos traducen a unos cuantos autores españoles: Delibes, Gloria Fuertes, Dolores Medio y más gente. Una vez me habló un jerarca ruso de traducirme, en el Meliá Princesa, delante de Angel María de Lera. Pero antes me había contado las censuras que él había tenido que hacerles, «en nombre del pueblo ruso», a Oscar Wilde y García Márquez, y entonces le dije «yo paso», Y él me dijo (creo que lo he contado alguna vez): -De todos modos, envíeme sus libros para que me divierta yo.

¿Por qué no nos traducen los rusos a Carlos Luis Alvarez y a mí? (Echanos una mano con los rusos, Carmen Garrigues, amor). Pues, porque Carlos y yo hemos leído a Gramsci antes que ellos y nos sabemos el cuento. Pero es igual: iremos al Campo del Moro a pasear cogidos del brazo, como Larra y el marqués de Molíns (Carlos hará de Larra, naturalmente, y yo, de marqués), y expresaremos altos conceptos en nuestra paseata.

Con el espectáculo Elvis, del Barceló, se nos abren los años sesenta, la década prodigiosa y retro, y con el Campo del Moro se nos abre el siglo XIX. La democracia se presenta llena de posibilidades. Y por si fuera poco, el alcalde, señor Alvarez, nos invita a nadar los cien metros no sé qué, en el Día de la Natación, que el Ayuntamiento anuncia para pronto.

En Vallecas he conocido a Clara Cosials, la niña quinceañera que quedó la última en el maratón municipal. Es alta y de ojos claros como yo la había imaginado. La naturaleza sigue imitando al arte, pero sobre todo a mi arte. No caigas en la trampa natatoria, Clara, amor, que llegarás la última otra vez, aunque seas la más guapa en bañador, y son ya muchos traumas para tan corta edad. Corres el peligro de acabar feminista. Mejor vente conmigo al Campo del Moro.

Al Retiro habíamos ido los madrileños durante cuarenta años a besarnos detrás de un guarda. A la Casa de Campo hemos ido a comer tortilla, simular tímidamente la Fiesta del Trabajo y ver cómo orina el elefante, que también son ganas. Pero por fin se nos abre un espacio democrático, incontaminado, para hablar de democracia: el Campo del Moro, Allí podremos llevar a nuestras nuevas novias novicias (ramo de palabras que son todas la misma) para hablarles de democracia como se hablaba en Grecia: en un espacio ileso y democrático, anterior o posterior a Esparta. (Esparta queda hoy por el Valle de los Caídos.)

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