El franquismo olvidó las tradiciones del urbanismo español
España ha tenido cuarenta años de desgracia arquitectónica. Los experimentos, la investigación del planeamiento urbano, la entrada en España de corrientes estéticas modernas, estuvieron ausentes de nuestro suelo. Por supuesto, los ideales artísticos -o su ausencia- del franquismo influyeron de modo decisivo en la atonía y el monumentalismo que azotó como una plaga el suelo español.El libro del profesor Bonet Correa no alude directamente a este período histórico, aunque en la obra que prepara -Iconología de la autarquía-, con un grupo de colaboradores, el tema de las preferencias estéticas de la situación política anterior es el que domina.
En cierto sentido, Morfología y ciudad supone un punto de partida para emprender ese estudio crítico e histórico de la autarquía como generadora de ideas estéticas. El profesor Bonet Correa recuerda los ideales medievales que surgieron a raíz de la guerra civil. «La guerra civil supuso una ruptura con la sensibilidad artística que se formó en la España de este siglo hasta 1936. Los mejores arquitectos murieron o desaparecieron como consecuencia de la contienda. Algunos de los que permanecieron aquí intentaron retomar el racionalismo.»
«Pero el franquismo no podía generar arquitectura», dice el profesor Bonet Correa. «Ni el planeamiento ni la arquitectura eran posibles como fenómenos coherentes bajo un sistema autárquico de aquellas características.»
Fue una frustración, porque los falangistas hubieran querido copiar a sus correligionarios. «Los alemanes y los italianos construyeron sus ciudades de acuerdo con las ideas estéticas de sus movimientos totalitarios, pero aquí no fue posible la ciudad falangista.»
Franco tenía en todo caso sus preferencias, a pesar de su incultura arquitectónica. «Había por parte de Franco una negación de la arquitectura como tal. Parecía sólo interesado por los espacios abiertos, una tendencia que quizá le venía de su carácter y de su experiencia militar, en contacto con los patios de armas y otras áreas de parecida dimensión. Las grandes plazas jugaron un gran papel en su vida. En la de Salamanca organizó su aclamación como Caudillo. Las misas de campaña eran también una pasión suya. Su entierro al aire libre fue el último exponente de esta inclinación del anterior jefe de Estado por los espacios abiertos, y el Valle de los Caídos un ejemplo ideal de su criterio estético.»
Los arquitectos que estaban cerca de quienes detentaban el poder político tampoco recibieron orientaciones claras con respecto a la arquitectura que se debía hacer. Pero, recuerda el profesor Bonet Correa, «aparte de la Universidad Laboral de Gijón y de algún conjunto como el Centro Superior de Investigaciones Científicas, o espacios como el estadio Santiago Bernabéu, sólo hubo acciones puntuales, pero no un gran conjunto urbano que definiera una opción arquitectónica ».
«No hubo jamás una política coordinada de la arquitectura y del planeamiento. Ni siquiera hubo una conexión entre el Ministerio de Educación y la Dirección General de Bellas Artes en asuntos en que sus intereses llegaban a chocar. El centralismo administrativo obligó también a una uniformidad arquitectónica en todas las regiones de España, de acuerdo con los Ministerios que programaban las construcciones. Este centralismo produjo lo que podríamos llamar un caos ordenancista.»
La guerra civil rompió una tradición de preocupación por el urbanismo. El profesor Bonet Correa considera que fueron los españoles los primeros en mostrar interés por la planificación urbana. «El plan Cerdá, para el ensanche de Barcelona, elaborado en la segunda mitad del siglo XIX, indica el inicio de esa preocupación urbanística. El plan Cerdá y los planes de ensanche que siguieron supusieron la creación de una nueva forma de vivir, ligada con las tradiciones urbanas de nuestro país. En los años veinte, en este siglo, resurgió el interés por un urbanismo de vanguardia, y desde ese tiempo a la época que precedió a la guerra civil hubo equipos municipales y destacados políticos preocupados por una racionalización del urbanisrno.»
Después de la guerra las ideas en este campo se hicieron imprecisas, vagas, faltas de imaginación. Los especuladores contribuyeron a hacer imposible la creación de núcleos urbanos verdaderamente habitables.
«Las ciudades de hoy son caóticas», dice el historiador Antonio Bonet. «Esto no es únicamente verdad en las grandes urbes, sino en ciudades y núcleos más pequeños. Todas han sufrido las agresiones de la especulación, de la falta de imaginación y de la escasez de capacidad de las autoridades. Ha habido en la organización de las ciudades, no sólo incultura histórica, sino ausencia de una medida racional de lo humano. Se trata de un reflejo de lo peor que se ha hecho en urbanismo en el mundo, y es la terciarización constante de las grandes ciudades, que se han convertido en zonas repletas de oficinas, que han relegado a los ciudadanos a la periferia, marginándolos.»
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.