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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Mesa redonda, cama redonda

Se oye hablar por todas partes de la posibilidad de un Gobierno de coalición post constitucional entre ucedistas y socialistas. Hay un despliegue general de libertades en España y, sin embargo, sigue floreciendo el rumor como en los viejos tiempos de la restricción informativa. De aquí no se desarraiga el amor a la cábala. Los más inocentes hasta se atreven a distribuir afirmaciones y especulaciones después de haber visitado al Rey. Pero de la misma manera que en el viejo régimen había que conocer la asignatura principal de Franco, ahora, en la democracia, hay que saberse -por lo menos, aproximadamente- la asignatura del Rey. El monarca de este período de la historia de España es el mas políticamente instintivo de los dos últimos siglos. Su aprendizaje fue excepcional, y no por las asignaturas que tuvo que cursar para la educación de un príncipe, sino para sortear todos los riesgos en un régimen en el que las adhesiones al príncipe como sucesor de Franco no eran generales; cuando existía el difícil problema de Estoril, con las pésimas relaciones entre don Juan de Borbón y Franco, y cuando la aspiración de hacer en su día una «Monarquía de todos» encontraba el grave asunto del republicanismo activo e histórico de la mayor parte de los miembros de la Oposición, exterior e interior. Este era el difícil panorama de don Juan Carlos, y lógicamente tenía que desaparecerle la ingenuidad al mismo tiempo que la inocencia. Otra cosa sería decir, en función de todo esto, que tiene los caminos abiertos del futuro o que no puede equivocarse nunca. Lo humano es equivocarse y la historia está empedrada con los errores de sus grandes hombres. Pero a lo que me refiero es a los visitantes del Rey que luego cuentan esto o aquello. El Rey toma inicialmente la medida de sus visitantes o interlocutores y acostumbra a darles gusto. Salen de su despacho, entonces, como locos de contentos. Pero luego el Rey hace lo que le parece. Y esto es natural. El monarca es toda una asignatura. Ni siquiera Ios que han sido y son sus más grandes colaboradores -Fernández Miranda, Adolfo Suárez y el teniente general Gutiérrez Mellado- se la saben entera. Ya es conocido que un Rey, por razón de sus responsabilidades y por su función vitalicia, puede dar siempre y cuando menos se piense, grandes sorpresas.Pero a lo que íbamos: el Gobierno de coalición de socialistas y ucedistas, ¿puede ser? Puede ser. Pero es difícil que sea, y no por otra cosa que por estas razones:

Primeramente, porque los socialistas están encariñados con unas elecciones próximas -las municipales y las generales- y confían en tener más diputados y senadores que en junio del 77. En este caso se plantean razonablemente que es mucho mejor no estar en los momentos actuales de la transición, de crisis económica, de turbulencias sociales y de remodelamientos de la política exterior de desgaste del partido en el Poder, que va a ser su gran competidor en los comicios. Los socialistas tienen ganas de gobernar, pero no apresuramiento.

Y después, Felipe González es difícil que acepte una vicepresidencia en un Gobierno presidido por Suárez. Son dos grandes adversarios jóvenes. Están llenos de brío, de seguridad, de nerviosismo triunfal, como dos caballos de carreras. Y la cosa es que son muy parecidos de elasticidad. Ninguno de los dos da una perra gorda por su pasado. Suárez ha enterrado el viejo franquismo, y Felipe está empezando a enterrar el viejo marxismo. Parecía que la segunda restauración iba a tener menos políticos con conchas que la primera. Y lo que está sucediendo es que los políticos actuales -y cuanto más jóvenes, más- son verdaderos galápagos de exposición. Se aman o se detestan con un solo gesto sonriente. Se engañan y se prometen, como decían los escritores antiguos que hacían las mujeres galantes. La diferencia zoológica entre los políticos del viejo franquismo, que yo he conocido tanto, y éstos que estoy empezando a conocer ahora, es que aquéllos eran cocodrilos, y éstos son galápagos. Las características pienso que son puramente retóricas. Pero la gente sabe hacer esta distinción por puro instinto.

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¿Y sería aconsejable una coalición de ucedistas y socialistas? Pues no, y por todas estas cosas:

Primera. Porque el período de la transición debe terminarlo -y cuanto antes- quien lo ha empezado. Suárez podía llevarse el triunfo de cuantos han contribuido a fabricar una democracia, alentada por el mundo, y haberla coronado con una constitución. Este papel de Washington a escala española -pero muy en serio- no debe compartirlo con nadie. Es legítimamente suyo bajo la dirección e inspiración del Rey. Estoy seguro que esto se lo dirá su amigo Abril Martorell desde dentro; pero yo se lo digo desde fuera. A los grandes papeles históricos no se debe renunciar, aunque a veces conduzcan al patíbulo. (La mención al patíbulo es también, por mi parte, una exnresión retórica).

Segunda. Los dos grandes partidos mayoritarios no deben tener un desgaste común por las mismas cosas. Siempre hay que arbitrar en la democracia una esperanza. Felipe González y su partido debe ser solamente -y en estos momentos- una esperanza, aunque fuera lejana: una fórmula de repuesto. Pero este criterio hay que reforzarlo con otro argumento. El socialismo actual es completamente nuevo. Su precedente terminó en la guerra civil y en el largo exilio. Este es un socialismo fundacional aunque sus raíces están en la historia próxima y remota. Y este socialismo nuevo está precisamente ofreciendo su respuesta política a una sociedad también nueva que no tiene nada que ver con las antiguas sociedades que tuvieron que afrontar primero Pablo Iglesias y después Prieto, Largo Caballero o Besteiro. La falta de rodaje del socialismo en la Segunda República fue el origen de sus errores y a pesar de que tenía personalidades muy relevantes. Al socialismo actual le faltan dos formas de rodaje: una la de familiarizarse con el Parlamento y el Estado, y la otra, la de quitar miedos o alarmas a una nación en la que la economía social de mercado o la economía concertada -lo que se quiera- obliga a tener un sector privado de empresarios y de capital que no deben tener miedo a los socialistas, aunque esperen de ellos su poder o su influencia de control. Todavía no ha llegado la hora de los socialistas. Esta es la hora de la derecha moderna, de UCD y de otros sectores, si fuera capaz de convertir en un gran partido lo que por el momento no es más que un privilegio o una manufactura de Poder. Y precisamente por esto la UCD tiene las más grandes responsabilidades.

Tercera. El Parlamento no debe quedarse sin una Oposición vigorosa. Un Gobierno de coalición de socialistas y ucedistas dejaría como opositores a los comunistas y a los de Alianza Popular, cuya suma de diputados es insignificante para constituir una oposición y que además discreparían entre sí en cosas fundamentales. Prácticamente no habría Oposición. Entonces, esto no sería una democracia deseable y correcta. El Gobierno alcanzaría cerca del 70% de la asistencia de las Cámaras, que es, prácticamente, una forma encubierta de dictadura parlamentaria.

Y cuarta. Los programas de ambos partidos no son aptos para gobernar en común; son la derecha y la izquierda, sin perjuicio de los buenos apuntes sociales que tiene en UCD el sector socialdemócrata de Fernández Ordóñez. Este tipo de Gobierno enloquecería a un país, lo desorientaría, lo confundiría, carecería de coherencia y se limitaría, para no disolverse, a ponerse de acuerdo en las cosas de menor interés colectivo. No es nunca un remedio, sino una solución heroica para salir de una situación catastrófica. Cuando en España la derecha de Gil-Robles tuvo que aliarse con la izquierda de Lerroux, ésta había perdido su significación de izquierda -ante la rivalidad de Azaña y de los socialistas- y se había convertido en un partido republicano de centro. La derecha y el centro pueden gobernar juntos. La derecha y la izquierda, sería una atrocidad.

Por ello lo que parece razonable es que estén haciendo todos el esfuerzo imaginable o inimaginable para elaborar juntos una Constitución, el célebre consenso. En este asunto se pueden hacer virguerías de aproximación, siempre que estén dispuestos a que la Constitución tenga principios elásticos. Una buena Constitución será siempre aquella que sirva de guante a todas las manos y que no sea una pieza ortopédica. Pero el Gobierno es otra cosa. Gobernar es llevar al Boletín Oficial del Estado el compromiso adquirido con los electores, y además de esto, tener como cierta grandeza para detectar y servir los grandes intereses generales. Un Gobierno eficaz es aquel que sea homogéneo y no tenga disentimientos o reticencias dentro. La autoridad de un Gobierno se delata por la firmeza de sus actos, por la consecuencia con sus opiniones y por la demostración de sus responsabilidades.

El país está para exigir a la UCD la respiración necesaria para llegar hasta el final de la transición. El país está necesitado, también, de que haya un vencedor claro al final de esta transición. Así es como puede funcionar una democracia. Felipe González y Adolfo Suárez están obligados a sentarse en una mesa redonda. Así están procediendo en muchas ocasiones. Lo que no podrán hacer nunca, sin sorpresa o sin escándalo, es una cama redonda.

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