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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hacia el desarme de Europa

LAS CONVERSACIONES de Viena entre los representantes del Pacto de Varsovia y de la OTAN para la reducción de fuerzas militares en Europa pueden verse con más optimismo. La Unión Soviética ha otorgado una importante concesión en lo que se refiere al establecimiento de un nivel máximo de efectivos de 700.000 hombres, tanto para el dispositivo occidental como para el de Europa del Este.Al aceptar este nivel máximo, la Unión Soviética no hace sino reconocer la disparidad numérica existente a favor del Pacto de Varsovia puesta de manifiesto con cifras más o menos exactas y objeto de preocupaciones renovadas a medida que cristalizaban los acuerdos directos entre la URSS y Estados Unidos. Un límite máximo de fuerzas en el viejo continente supone la aceptación de la famosa asimetría, elemento principal de discrepancia a todo lo largo de las conversaciones de Viena. El Pacto de Varsovia pretendía una reducción igual de fuerzas, lo que, amparado en la superioridad inicial, no hacía sino consagrar el predominio de su dispositivo frente al de la OTAN. Por el contrario, los representantes del Pacto Atlántico rechazaron siempre esa reducción paritaria, esa simetría en la disminución de efectivos, reclamando que los contingentes más poderosos se redujeran en mayor proporción.

El Pacto de Varsovia siempre consideró que, de hecho, existía un equilibrio de fuerzas entre ambos contingentes. La OTAN, por el contrario, estimó que al menos existía una disparidad, en contra suya, de unos 150.000 hombres. En el curso de la sesión 172, el delegado soviético parece haber aceptado al fin las tesis occidentales, lo cual puede considerarse como un principio de progreso.

Mucho queda por hacer en la reducción de fuerzas en Europa, algo que recibe progresivamente más confianza que los acuerdos globales entre soviéticos y norteamericanos. Con creces se ha demostrado que los relativos éxitos en los acuerdos SALT en modo alguno han eliminado riesgos peligrosos y situaciones gravemente conflictivas. En cualquier caso, al mismo tiempo en que parece existir un endurecimiento EEUU-URSS que pone en peligro la firma de un nuevo convenio SALT, es curioso que se propicie un terreno de acuerdo en el viejo continente.

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Hasta ahora los únicos progresos visibles, en lo que al desarme se refiere, sólo tuvieron una cierta virtualidad en la limitación de armas estratégicas entre Estados Unidos y la URSS. Apenas en las conversaciones de Viena y tampoco en las de Ginebra. Pese a la pluralidad de lugares de conferencia, todos los tratos han estado presididos siempre por los designios de las superpotencias, monopolio contra el que fuertemente se está empleando China. El largo camino del desarme hace ver que los actuales problemas del mundo requieren que en las tres conferencias exista cierta alineación y proporción en sus resultados. Y ello porque la necesidad de pacificación se plantea tanto o más gravemente en el uso de las armas convencionales que en el de las nucleares. A la larga, pues, de poco sirven los progresos logrados por las SALT si no se completan de algún modo con los resultados de Viena y de Ginebra.

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