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Tribuna:CRONICAS PARLAMENTARIAS
Tribuna
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El calor dilata las ideologías

Manuel Vicent

Como un río va a la mar, que según dicen es el morir, el debate constitucional atraviesa ahora esa zona baja donde comienzan los grandes meandros de la desembocadura. Desde la altura del artículo 99 se divisan ya el delta, los arenales de las disposiciones transitorias, la playa donde este verano se van a bañar los padres constituyentes con el jipi-japa puesto como próceres de sepia antigua. Sucede que nadie tiene ganas de reñir. Con este bochorno de junio, que parece una manta mojada, la morbidez del consenso flota en una calma aceitosa y el calor dilata las ideologías, de manera que entre los diputados de la Comisión, que ya se han contado todos sus amores y quebrantos, ha comenzado a funcionar ese hermaneo de carnes que marca la frontera del tedio en las parejas.El artículo 63, con el reparto proporcional de escaños, aún permanece vivo en los corralesyse va a lidiar como sobrero al final del festejo. Ahora resta una somera disputa referida al poderjudicial, y el tema más erizado de la estructura de las autonomías. Pero si el jugo gástrico del consenso funciona, eso se puede arreglar con un par de cenas. Ayer los diputados estaban contentos. Los portavoces se habían desayunado el artículo 85, diluyéndolo civilizadamente en el té con tostadas, y la sesión de la mañana comenzó derribando el escollo del referéndum sin elevar el tono de voz. Sólo Fraga se opuso a la enmienda de Solé Turá, que reforma el artículo 85 e impide que la iniciativa de un plebiscito pueda partir directamente de un determinado número de electores sin pasar por las Cámaras. Se trata de un juego peligroso, de un populismo sujeto a cualquier demagogia, que la enmienda de Solé Turá ha cortado.

Pero Manuel Fraga adquiere su género belleza cuando habla solo contra todos. Esa soledad del risco le sienta muy bien. Disparando sentencias romanas y citas anglosajonas, desde allá arriba toma un aire romántico de empecinado, entre culto, cabreado e irónico. Ayer defendíá la democracia directa entre grandes truenos. Pero Solé Turá, que se sienta a su lado y tiene el cerebro muy bien amueblado, derribó al campeón con un tirachinas.

Después llegó Antón Canyellas con el maletín de viajante catalán de los derechos humanos y habló un rato sobre la jerarquía superior de los tratados internacionales referentes a los derechos de la persona, que España tiene obligación de suscribir, y la Constitución de hacer constar. Antón Canyellas leía con ese tono neófito de creer muche, en esas cosas. Todos estaban de acuerdo. Dejaron que se expansionara y luego votaron en contra por razones técnicas. En vista del caso, Antón Canyellas cerró el maletín. y se fue. Ayer no hubo más. Sólo que el presidente Emilio Attard se parece mucho a un juez del condado, en plan John Ford, cruzado de síndico del Tribunal de las Aguas, con blusa y alpargata valenciana que marca de cerca con un calle vosté y parle vosté el prurito reglamentario de Peces-Barba. Esa pugna irónica entre ambos es la pequeña alegría de esta huerta.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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