Constitución, parada militar y consenso
Recientemente se ha publicado en este periódico un luminoso artículo del profesor Aranguren. Da gusto leer a estos escasos personajes que tiene la vida intelectual, política o dialéctica española, a quienes se les nota la independencia y el análisis por los cuatro costados. No importan los aciertos o los fallos. Los que escribimos no tenemos toda la información a la mano. Pero la autoridad de un texto sobre los acontecimientos de la vida presente se deduce de un solo compromiso y que no es otro que el descompromiso con los intereses, las ambiciones, las pasiones o los resentimientos. Una buena posición crítica dependerá de distanciarse lo que se pueda sin alejarse de nada. El tema de Aranguren era el de los poderes efectivos en la España de la transición y el sitio de los grupos políticos y sociales. Ocurre que Aranguren es un profesor y por ello academiza o intelectualiza las cosas. Probablemente habrán pasado inadvertidos para muchos la intención y el diagnóstico de ese artículo. Para mí, no. En resumen, Aranguren otorga las más altas significaciones de poder al Rey y al Ejército. Esto cada vez es más verdadero, pero con una sola condición, y que no es otra que constituyen -Fuerzas Armadas y Monarca- una realidad inseparable.Nada hay más delicado en la literatura política actual que este tema. Siempre es tentador en cualquier tiempo la localización del Poder. No he leído todavía un libro o un artículo donde alguien intentara, seriamente, una localización del Poder en el viejo régimen. Ni estaba, en exclusividad, en la persona de Franco; ni los célebres cuarenta años fueron la misma cosa, sino diferentes épocas en cuanto a la localización del Poder. Cierto alejamiento de actividades o protagonismos que tengo en la actualidad, y mayores estímulos de reflexión objetiva, me conducen hacia este tema, aunque ya sé que tengo que hacerlo con especial cuidado porque tengo va fatiga de incomprensiones, de susceptibilidades y de deformaciones interesadas. Por otro lado. tengo que decir, anticipadamente, que esto va a constituir un reconocimiento hacia todos aquellos que han hecho posible esta situación original, y hasta pasmosa, vista desde atrás. Esto tampoco me impide hacer otro reconocimiento de incertidumbres, porque estamos solamente en una comedia -dicho sea sin reticencia malévola- dividida en dos partes. La primera parte terminará después de que sea aprobada la Constitución, y luego viene la segunda parte. Es igualmente necesario hacer constar que así como en los asuntos políticos ha habido pericia y destreza singulares, en las cuestiones económico-sociales se ha producido una impericia y una frivolidad inimaginables; precisamente en las áreas de la vida española donde la democracia o los políticos deben dar la respuesta más urgente y decisiva. En las postrimerías de este siglo los problemas económicos y sociales tienen bastante más entidad que los asuntos políticos. Un país nunca se va a pique por lo político, pero puede irse todo al traste por lo económico-social. Voy a tratar los hechos objetivamente.
La diferencia entre la primera Restauración de don Alfonso XII -bisabuelo del actual Monarca y esta segunda Restauración de don Juan Carlos de Borbón, consiste en que aquella situación del siglo XIX la fabricaron los políticos, y esta situación la ha fabricado el Rey. Los políticos de entonces trajeron a don Alfonso XII, mientras que don Juan Carlos ha traído a los políticos que están en el ruedo. Este es un hecho históricamente básico para comenzar cualquier relato o especulación. Es un hecho decisivo. El motor del cambio en la primera Restauración fue Cánovas. El motor del cambio en esta segunda Restauración es el Rey. Y todo esto lo ha hecho el Monarca, prodigiosamente, sin alardes, sin comprometer a la Corona ni un ápice. Eligió a los políticos que habrían de asumir, a título personal, las responsabilidades y el riesgo del cambio. Confió en la destreza de todos ellos para que lo hicieran en un período determinado de tiempo, con grados, o paciencia y con todos los recursos de audacia y, de desagaste que tienen los políticos. Pero todo el mundo sabe, y se proclama fuera Y dentro, que el conductor de esie país -una vez muerto Franco- hacia la democracia parlamentaria europeizante ha sido el Rey. Tres hombres resultaron básicos en este cambio: Fernández Miranda, con sus poderosos recursos dialécticos para el paso de la vieja legalidad a la nueva legalidad, Adolfo Suárez, que fue el que trajo y, engatusó a la España desterrada o marginada, y el teniente general Gutiérrez Mellado, que ha sido el mecanismo militar reformador y seguramente la gestión más difícil, aún no acabada y todavía generadora de tensiones y problemas. Realmente, el Ejército es la parcela que lleva más directamente el Monarca: en primer lugar, porque es el comandante general de las Fueczas Armadas, y después, porque nadie habría tenido con el Ejercito más atractivo y más fuerza moral que el Rey.
Hay que reconocer que cosas tan prodigiosas como que Santiago Carrillo y Felipe González, el comunismo y el socialismo, asistan como invitados de honor a un desfile militar en la Castellana -precisamente de ese Ejército originario de donde viene y cuyos jefes tienen la historia militar que todos conocemos- han tenido lugar en muy poco tiempo. Es, como digo, todo un prodigio. Dos años escasos han transcurrido para llevara término este cambio. Una operación así, divulgada con antelación, programada como una estrategia política, hubiera parecido a los más abiertos o liberales en la lealtad o en la compañía del Rey, como una locura. Las viejas y las nuevas generaciones sabían la separación insalvable de las ilos o de las cien españas y la imposibilidad de meter la Monarquia a la izquierda. Y ahí está el espectáculo. El comunismo español no es lo que era antes -aunque lo presidan Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo- ni lo que era en el exilio; ni este socialismo de Felipe González, o de Múgica, o de Peces-Barba, tienen nada que ver con el antiguo socialismo de la última Monarquía o de la República, ni con el socialismo en las catacumbas del viejo régimen. El conflicto de la derecha y de la izquierda parlamentarias (con los extremismos fuera) nos llevó a la guerra civil de 1936. El centrismo de Gil Robles no pudo entenderse con el izquierdismo de Largo Caballero o de Azaña. La Monarquía no entraba, ni siquiera, en juego. Los partidos de la izquierda son ahora, en sus cabeceras -no en sus bases- como corderitos lechales y sabrosos que dicen sus antiguas letanías demagógicas para no perder la imagen. pero no se notan en sus radicalismos, ni alarman a nadie en la vida española, excepto si triunfaran. Alguien dice que están disfrazados. Yo no lo creo. Lo que están es seducidos, felices. El poder y, la influencia social corrompe tanto, que nadie se da cuenta de su desfiguración, porque los papeles están bien distribuidos.
Esas dos cosas casi simultáneas de la gran parada militar y de ponerse de acuerdo los políticos, bajo cuerda, para tragarse, de un golpe, los artículos referidos a la Corona, constituyen una verdadera maravilla y que aunque hubiera sido producto del azar merecería que se inscribieran en la propia estrategia de la transición. Hay un poder moderador, árbitro y generador de la unidad de los españoles. representados por el Rey y tutelados por el Ejército, y después, los políticos o se ponen de acuerdo o no sale la experiencia democrática. El diputado socialista Peces-Barba ha dicho seriamente lo más ocurrente de todo; resulta que entenderse todos los diputados, buscar el consenso fuera del Parlamento, para llegar luego todos juntos al Congreso pensando lo mismo, señala que es un gran hallazgo, «una peculiaridad de la vida política española actual». A mí que me han prohibido, durante una breve temporada, que no me ría con exceso -entre otras restricciones- he tenido que hacer grandes esfuerzos para contenerme. Lo que es de verdad un gran invento es hacer que el Ejército y el jefe del Estado sean un poder institucional disuasorio de cualquier aventurerismo político. Portugal, en otras circunstancias, y con otros métodos, ha hecho una cosa parecida, probablemente menos sólida.
Por lo demás, el cuadro político va alcanzando cierta estabilidad, por el imperio de cierto pragmatismo que les dice muy claramente que o se ponen de acuerdo en muchas cosas o se ponen en peligro. El socialismo asume su papel referido a la imagen europea como es ser una fuerza de control del sistema capitalista. El comunismo se integra en la democracia sin ensoñaciones revolucionarias que no formen parte del propio proceso de la historia, y la derecha se moderniza en sus responsabilidades sociales, en su convivencia con la empresa pública y ya sin la Iglesia a su costado.
La gente no deja de hablar sobre cambio de chaquetas y la mala memoria de los políticos. Pero esto no es una novedad. La política es un género dramático, Lo que ocurre es que esta comedía (esta de la transición) está siendo escrita e interpretada fantásticaniente. Por las circunstancias en las que ha tenido hacerse un cambio político e histórico, ha resultado una fabulosa comedia de enredo, y es mágica. Lo peor es verla desde dentro. Mi maravilla, y la de Aranguren, es que la estamos viendo desde fuera. Cualquiera que sea el volumen de sus riesgos, es todo un espectáculo. Después de la muerte de Franco no había más que un poder efectivo: el poder del Ejército. Las instituciones del viejo régimen carecían de autenticidad y de vigor. Entonces el Rey tenía que tener el poder de tutela del Ejército para realizar el proceso democrático. Lo ha ido consiguiendo trabajosamente. Los políticos de la izquierda -por su parte- han descubierto que la realidad de España vista desde las responsabilidades públicas, es muy diferente a la que se observa desde la marginación. Parece que han descubierto -inteligentemente- que deben ser buenos chicos. Por lo pronto, mientras no tengan el poder ejecutivo. La derecha es la que anda desorientada. Lo más triste es que todo esto río genera todavía confianza popular. Es solamente un espectáculo apasionante.
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