Argentina trata de cobrar su deuda
Ya está inaugurado el Campeonato del Mundo de Fútbol en Buenos Aires, en el estadio del River Plate, que es el número uno del país. ¡Cuánto se ha dudado en años anteriores de que esto sucediera! La capacidad argentina para organizar, las posibilidades económicas de la nación, cuya moneda ha bajado en un slalom gigante, la situación política con la presencia de subversión armada, la lentitud de las obras de infraestructura. Pues bien, estos y otros motivos más, que determinaban que cada semana se pusiese en duda no el Mundial de Fútbol, sino el Mundial argentino y hasta que se dispusiese de soluciones de reserva, han quedado -como ya se veía en los últimos meses- en el limbo donde quedan los rumores que no se confirmaron, los deseos negativos que no se cumplieron.A poco que pudiera, y una nación o un Estado pueden mucho si se lo proponen en realidad, Argentina tenía que organizar su Mundial, aprovechar su gran ocasión, la que al cabo de muchos, muchos años, pasaba ante su fútbol. El fútbol es para los argentinos lo que los encierros de San Fermín en Pamplona, y, por eso, nada podría extrañarnos si hubiese decidido anunciar su apertura soltando un chupinazo el presidente de la República desde el balcón de la Casa Rosada. Cuando se especuló con que los estamentos subversivos podrían boicotear decididamente el Mundial, pensé que aunque sólo fuese por táctica, no se atreverían a realizarlo. Contrariar al fútbol en Argentina es cosa arriesgada: ponerse enfrente de una locomotora en marcha, que esto y no otra cosa puede ser la afición argentina al fútbol.
Argentina es uno de los grandes solares futbolísticos del mundo y si su actuación desde 1928 acá sólo ha sacado dos premios mayores (una final olímpica, una final mundial) y una serie de decepciones, cuando no desdenes propios ante posibles o pretendidos desdenes ajenos (el desdén con el desdén) ha sido siempre poseedora de un fútbol de primera fila mundial, que se ha desangrado haciendo sus jugadores jugar y cobrar laureles a medio mundo europeo y americano en sucesivas y continuas levas desde Monti a Kempes, pasando por DiStéfano. Quizás este Mundial llegue algo tarde a Argentina para cobrar en él por primera vez, con el viento a favor, esa fabulosa deuda. Pero a partir de hoy iniciará su escalada mundial apoyando su confianza en dos puntos. En la inmensa tradición futbolística de Argentina y en la seguridad de que el fútbol de la nación organizadora se potencia siempre en la clasificación final con un coeficiente de aumento. Por otra parte, las hinchadas futbolísticas argentinas, famosas en sus banderías, cerrarán sus ánimos en torno a la selección.
La tradición, el ánimo del graderío, son las armas mejores con que contará Menotti, a poco que las cosas empiecen a salir bien desde hoy. Los brasileños, eternos rivales y que por ello se conocen al dedillo, temen a la selección argentina como a ninguna, precisamente por lo dicho. Puede que el Mundial argentino se asemeje al Mundial inglés (ojalá no concurran en su solución tanto los arbitrajes como entonces) en la imagen de una selección de casa que se hace día a día, partido a partido, Y una selección nacional que descargará, en fin, ante sus públicos, «la amargura de haber sido y el dolor de ya no ser», como reza el tango. Los ingleses habían sido por tradición inveterada, los mejores, pero cuando se lanzaron a legitimarla entrando en filas no lo pudieron hacer en Brasil, en Suiza, en Suecia, ni en Chile. También los argentinos han sido los mejores del mundo, precisamente, en los años en que no había mundiales, desde 1938 a 1950. Un hipotético Mundial de 1942 ó 1946 hubiese tenido a una selección argentina de entonces (hagan juego de nombres, caballeros), en el primerísimo plano mundial, quizás en compañía de los suecos en esta otra banda , como aún denotaron en los Juegos Olímpicos de 1948.
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