La falsa sofisticación de los premios
Ermanno Olmi y su película El árbol de los zuecos acaban de conseguir la Palma de Oro del Festival Internacional de Cine de Cannes, un premio importante, sin duda el de mayor lanzamiento europeo y el segundo tras los Oscar, que consagra un estilo y una personalidad cinematográfica importante, aunque discutible.El jurado otorgó un premio especial ex aequo a The shout, de Jerzy Sokolimowski, y Ciao maschio, de Marco Ferreri. El premio de interpretación femenina fue, también, doble, concediéndosele a Jill Clayburg por su papel en Una mujer libre, de Mazursky, y a Isabelle Hupert por su labor en el último Chabrol. Jon Voight logró el de interpretación masculina por su trabajo en Coming home, de Hal Ashby, y Nagisa Oshima se llevó el premio a la mejor dirección por su obra El imperio de la pasión.
El número de premios menores otorgados por multitud de cenáculos, gremios y capillas alargarían en exceso esta crónica final, de ahí el que los eludamos, puesto que su repercusión y trascendencia publicitaria es incomparablemente menor.
Otorgar el primer premio de un festival a un filme etnológico, como es el de Olmi, en el que se muestran las distintas labores agrícolas y hábitos de comportamiento del campesino lombardo, puede tener una doble finalidad: el snobismo de quienes quieren demostrar por encima de todo su honestidad, a la vez que su preocupación por lo que se ha venido a bien llamar cultura, es decir, que el jurado ha querido demostrar su rigor intelectual para distanciarse de la imagen-tópica, o bien que, en efecto, sienten como propia la convicción de que el filme era el mejor de los presentados a concurso, un concurso en el que, no nos olvidemos, intervenía Mazursky, Saura, Fassbinder, Parker y Oshima, entre otros.
Si se acepta el supuesto de que el filme premiado es el mejor, se podría deducir que Cannes va a dar un giro espectacular en su línea habitual, giro que habría comenzado en 1977 con el premio a Padre, padrone, de los hermanos Taviani. Personalmente pienso que Cannes no dará ningún giro mínimamente serio, pues en todo su complejísimo entramado pesa mucho más el factor industrial, las compras y ventas de las grandes compañías y de los pequeños industriales, que un afán decidido por avanzar cualitativamente en la tradición festivalera.
El árbol de los zuecos es una película de algo más de tres horas, producida por la televisión italiana y con una finalidad básicamente científica incluso no exenta de connotaciones didácticas. En este sentido es un filme ejemplar y bellísimo, pero al premiarlo se opta por un tipo de cine que es exactamente el antagónico del que ha justificado a la industria del cine, en su acepción más poderosa y divulgada. Premiar a la etnología, lo que en verdad es bellísimo, pero, sin duda, tendría mucho más valor si el jurado estuviera presidido por Julio Caro Baroja o cualquier otro antropólogo de talla mundial y no por el realizador de Los hombres del presidente, como era el caso.
Un festival más en el que la sorpresa, relativa, de los premios ratifica el convencimiento generalizado de que una cierta mala conciencia del gremio cinematográfico está todavía a años luz de aceptar, de una vez por todas, que el cine, es antes que nada, espectáculo, emoción y sensibilidad.
Babelia
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