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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Deuda y reservas exteriores

HACE UNOS días, el Banco de España anunció que el nivel Je reservas exteriores de nuestro país, al concluir abril, era de 7.131 millones de dólares. Esta cifra rebasa ampliamente la cota histórica máxima, 6.800 millones en diciembre de 1.973, suponiendo una prueba, del éxito rápido conseguido por la devaluación de julio de 1977, al tiempo que suministra un respiro a una economía cuya situación habitual ha sido una debilidad crónica de su balanza de pagos. Por eso pueden sorprender las recientes declaraciones del gobernador del Banco de España y del secretario de Estado para la Programación Económica, coincidentes en manifestar un cierto temor ante lo que consideran un nivel «alarmantemente elevado» de nuestras reservas y denunciar algunos peligros implícitos en semejante situación. Ante tales manifestaciones, el español medio se pregunta por qué se le ha hecho creer que lo malo era carecer de divisas cuando el peligro parece residir en la situación contraria.Lo cierto es que ni las creencias del ciudadano medio sobre la conveniencia de tener un volumen elevado de reservas ni el temor de las autoridades a que éstas rebasen determinados límites son incompatibles o erróneas, aun cuando ciertos matices de las declaraciones del secretario de Estado bordeen la zona de confusión teórica. Se trata. sencillamente, de una cuestión de teoría económica que requiere cierto detalle en su tratamiento, no siempre asequible en el marco de declaraciones o conferencias de prensa.

El primer problema es cómo juzgar lo conveniente de un determinado nivel de reservas exteriores. Las reservas, en cuanto pasivos o deudas de países terceros, suponen la materialización del ahorro de un país y constituyen la posibilidad de que la nación poseedora pueda convertirlas en bienes y servicios facilitados por otras comunidades nacionales. En este sentido, cuanto más elevadas sean mayor poder de compra tendrá España en el extranjero. Pero, al mismo tiempo, como cualquier ahorro que no se gasta, esas reservas suponen la esterilización de nuestra capacidad para adquirir toda una gama de bienes de los que nuestro país está necesitado. O sea, manteniendo ociosas nuestras reservas se está privando a los españoles de aumentar su aparato productivo o su consumo de bienes y servicios y ello, nadie lo duda, es perjudicial. Esto no es del todo cierto, pues el Banco de España, que es quien custodia y maneja las divisas, invierte su mayor parte en los mercados financieros internacionales y obtiene así una rentabilidad. Pero es más, en contra de la opinión, señalando los inconvenientes de un nivel excesivamente elevado de las divisas, puede y debe argumentarse que éstas son una válvula de seguridad para el desarrollo de la política económica, permitiendo que ciertas fluctuaciones de la misma no se traduzcan de inmediato en la necesidad de aplicar una política restrictiva, con los consiguientes costes sociales que la misma conlleva. España ha debido soportar en los últimos veinte años más de un «plan de estabilización », porque su nivel de reservas se acercaba a cotas alarmantes.

¿Pero puede un nivel elevado de reservas, como teme el secretario de Estado, originar inflación? La respuesta es no. Las relaciones entre el tipo de cambio y los mecanismos interiores de precios son complicados, pero en nuestro caso cabe resumirlas diciendo que el peligro provendría de una apreciación excesiva de¡ tipo de cambio efectivo de la peseta. Pues bien, si desde la devaluación de julio pasado se ha registrado una apreciación frente al dólar del orden de¡ 8%, frente a los países de la Comunidad Económica Europea, la depreciación media ha sido ligeramente inferior a ese porcentaje. No cabe, por tanto, temer presiones inflacionistas por esa vía. Otra cosa muy diferente sería que el Banco de España, en su instrumentación de la política monetaria, permitiera que los aumentos de reservas se tradujeran íntegramente en incrementos de la cantidad de dinero y, por consiguiente, en la financiación interior. Pero lo lógico es que eso no suceda.

El peligro proviene, corno dejó entender en la misma rueda de prensa el director general de Política Financiera, de que se esté permitiendo un recurso excesivo a los mercados de capitales internacionales por parte de nuestras empresas, públicas y privadas. En ese caso, la solución está en manos del Gobierno: proceder inmediatamente a una reordenación de la política de deuda exterior.

Es éste un terna importante, pero de difícil tratamiento. Su nivel no se puede fijar con precisión y, mucho menos, el calendario de vencimientos. Se ha dicho que el endeudamiento exterior es de¡ orden de los 14.000 millones de dólares y que algo más del 50% es deuda exterior pública. ¿Es elevado o bajo ese nivel? La pregunta no admite respuesta categórica. A simple vista, y teniendo en cuenta las magnitudes de la economía española, parece razonable. En efecto, ese volumen de endeudamiento supone tan sólo el 73% de los ingresos totales por cuenta corriente registrados por la balanza de pagos en 1977. Además, si suponemos que en ese mismo año el servicio de la deuda estuvo en torno a los 1.300 millones de dólares, comprobamos que un solo mes de exportaciones de bienes y servicios cubre con holgura esa carga Financiera -otro caso será en el futuro, si la deuda sigue incrementándose. En todo caso, estas medidas son meras aproximaciones a una realidad cambiante cuyo factor esencial es la confianza que el país y su política económica despierte en la comunidad financiera internacional. A este respecto, España, a pesar del rápido crecimiento experimentado por su deuda exterior durante los últimos años, parece tener una imagen de solvencia externa que esos 7. 100 millones de dólares -probablemente bastantes más al finalizar el verano- refuerza considerablemente.

De todas formas, de lo que quedan dudas razonables, y la aludida rueda de prensa del secretario de Estado no hace sino reafirmarlas, es de que la política de endeudamiento exterior seguida haya sido la más adecuada. Es más, a fuer de sinceros, debería decirse que Incluso dudamos si dicha «política» ha existido. Por todo ello, una explicación sobre este punto, detallada dentro del grado de discreción que el tema requiere, del ministro de Economía en el Congreso sería muy conveniente.

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