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Al fin rompieron el cerco de las figuras

Plaza de Las Ventas. Undécima corrida de feria. Toros de Eugenio Lázaro Soria, terciados los tres primeros, con respeto los restantes; todos de mucha casta y aunque manejables, con los problemas que comporta aquella condición; apenas cumplieron en la prueba de los caballos; escobillado de un pitón el segundo y de los dos el tercero, por lo cual fueron protestados, y este último también renqueaba. Curro Vázquez: Estocada atravesada tirando la muleta y rueda de peones (silencio). Media estocada (silencio). Julio Robles: Estocada atravesada que asoma, cuatro descabellos, primer aviso, y otros dieciocho descabellos, segundo aviso (algunos pitos). Pinchazo y estocada (oreja). Roberto Domínguez: Pinchazo y estocada corta caída (división y saludos). Estocada delantera (oreja).Presidió sin acierto el comisario Mantecón, que debió devolver al corral al tercer toro. Roberto Domínguez fue paseado a hombros al finalizar la corrida.

No están a la que salta, pero sí al asalto, Julio Robles y Roberto Domínguez. Están al asalto de los primeros puestos del escalafón, que pueden ocupar sin ningún problema, con todo derecho, y aún con más derecho que muchos de los que permanecen ahí, desde hace años, en esos lugares de privilegio, haciendo el tapón, sin dejar paso a los demás compañeros, vengan o no apretando.

Un mundo de intereses arropa a estos que ni comen ni dejan comer. pero Robles y Domínguez están al asalto del búnker taurino con el incontestable argumento de la vocación y la calidad y han abierto brecha con sendos cañonazos que derribarán buena parte de la fortaleza de los exclusivismos. Por ahí van a entrar, y además muy pronto porque además les empuja una afición tan seria y tan exigente como la de Madrid, que ayer salió de Las Ventas convencida de que había dado el espaldarazo a dos toreros de muchas campanillas.

La faena de Julio Robles al quinto de la tarde fue la más importante de la feria, porque se la hizo a un toro de casta. No había allí otra cuestión que ese tu o yo que tantas veces se plantea cuando hay en el ruedo un diestro decidido y un toro de embestida noble, pero agresiva. Tenernos como puntos de referencia las dos faenas cumbres que se han visto hasta ahora en el abono, que son las de Galloso y Manzanares, pero tal referencia n puede ser, en absoluto, completa, s no tomamos en consideración también los toros. Y entre el samuel que correspondió a Galloso y el de Manolo González que colaboró al triunfo de Manzanares, por un lado, y el toro de Lázaro Soria por otro, hay una distancia abismal. Aquellos eran suaves y boyantes, tomaban entregados los engaños, mientras éste acudía a ellos con fuerza, crecido, arrollador.

El gran mérito de Julio Robles fue que aguantó con valor las primeras embestidas violentas, y las templó, y así pudo conseguir unas series de naturales y derechazos de gran hondura, al término de las cuales la pelea, de poder a poder, se había resuelto a favor del torero, y el toro, dominado, acabaría por aceptar, ya sometido, otra tanda de naturales más y tres finísimos ayudados, puro arte, con los que la faena se redondeaba en gran triunfo.

El sexto de la tarde fue de una gran nobleza, ideal para interpretar con arte las suertes, y Roberto Domínguez se centró con él en una faena que fue de menos a más construida con el mejor gusto torero, perfectamente llegada, principalmente en la conjunción del natural con el de pecho. Ni por asomo hubo la frialdad que tantas veces hemos achacado a este diestro, antes bien, la tónica de toda su tarea estuvo en el sentimiento, de manera que desgranaba los pases con reposo y cadencia, al ritmo que la espléndida embestida del toro requería. Hubo tres naturales de frente, esta vez sin ligazón -en la moda absurda del unipase ese- pero de gran categoría cada uno de ellos, y que aún sirvieron para dar variedad al trasteo.

Dos magníficas faenas, las de Julio Robles y Roberto Domínguez, con las que se rubricó una corrida interesantísima, rica en incidentes por la enorme casta que lucieron los toros. A muchos equivocó la condición de terciados de algunos de ellos, porque lo verdaderamente valioso de las reses no era su tamaño, sino lo que llevaban dentro. De nuevo podríamos referirnos a la corrida de Samuel, que ha sido la más aparatosa de toda la feria, pero que no apabullaba con sus corpachones gigantescos ni con su armamento tan desarrollado, porque detrás apenas si había temperamento. Los de Eugenio Lázaro, en cambio, no se cansaban de embestir, y torero tan experimentado como Curro Vázquez no pudo con el que abrió la plaza, aunque tenía mucha nobleza, ni Julio Robles con el segundo, que era una fiera, desarmaba a los peones y con un espadazo atravesándole el cuerpo aún atacaba, sin dejarse descabellar. Incluso el tercero, con razón protestado por flojo y despitorrado, tenía mucho que torear y cuando Roberto Domínguez, crecido frente a la protesta, se confió con él, le enganchó de mala manera, le corneó ferozmente en el suelo y no hubo una tragedia de pura casualidad. El cuarto embestía con la cara alta y Curro Vázquez, tras muchas porfías, logró sacarle unos bonitos derechazos y toreros ayudados a dos manos, pero en cuanto cortó la faena se fue arriba el toro y a punto estuvo de coger al matador y a un peón.

No fueron bravos con los caballos, pero a los lidiadores de a pie les embestían con codicia, sin entregarse, creando numerosos problemas que sólo podían resolver quienes se les enfrentaran con valor y con técnica. Pocos toreros hay en el escalafón que conjuguen estas vir tudes esenciales en tauromaquia pero entre ellos están Julio Robles y Roberto Domínguez, que ayer dieron el asalto definitivo al reducido cerco que cierran a cal y canto las figuras. Por cierto que ya era hora, pues llevábamos años esperando que se decidieran.

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