Un fantasma recorre Europa
Julián Marías y Fernando Savater vienen a coincidir -oh- en tribuna y tesis sobre el no-ser del mayo/París/68. Nanterre-ParísPraga. Tres primaveras enlazadas como las Tres Gracias de Boticelli, hasta que llegan los gendarmes a limpiar de desnudos la cosa ecológica. ¿No ha quedado nada del levantisco e imaginativo 68?Ha quedado, por ejemplo, Frantisek Kriegel, un fantasma de buena voluntad que recorre Europa. Es polaco como Günter Grass, que también nos visita ahora, y si el escritor tiene un tambor de hojalata irónico, infantil, para burlarse de la gran locura de los tambores que fue el nazismo, Kriegel tiene en la solapa una rosa que cogió en otra primavera de Praga, en 1931, cuandó se hizo miembro del Partido Comunista polaco.
En 1936 era médico en el frente de Madrid. No sale en la película Morir en Madrid, pero podía escuchar,y escuchaba, mediante el fonendoscopio, el Ay Carmela, que sonaba agonizante en el pecho de los republicanos heridos. Fue jefe médico de la 45 división de las Brigadas Internacionales. En el 39 abandona España como comisario de una de las últimas un idades de las Brigadas. Tras los campos de concentración, viaja a Hong-Kong, en apoyo de la España democrática, y lucha en Birmania ,hasta el 45. En Checoslovaquia llega a ser ministro de Sanidad, hasta que es expulsado por Stalin y tiene que trabajar en una fábrica.
En el 60 es consejero de Sanidad de Fidel Castro. En el 68 es presidente del Comité Central del Frente Nacional, en Checoslovaquia. Apresado junto a Dubcek, es trasladado a Ucranía y posteriormente al Kremhn. Se niega a firmar los protocolos de Moscú. Es separado de todas sus funciones, expulsado del partido y jubilado forzosamente en su hospital. Hace dos años era atacado en su casa por dos hombres enmascarados.
Mientras escribo la glosa de este hombre, me llega un libro de Jorge Semprún: La segunda muerte de Ramón Mercader. Kriegel, firmante de la Carta 77, se ve privado de carnet de conducir, pasaporte y teléfono. Dos policías le vigilan incluso cuando duerme. Cuatro esquinitas tiene su cama, cuatro soviéticos que se la guardan.
Efectivamente, las conmemoraciones de aquellos mayos y aquellas primaveras nos han traído más folklore que enseñanza, más escepticismo que entusiasmo, más ironía que ejemplo, pero en el ámbito apacible de nuestro neoliberalismo individualista, rockero o ramoncín, en el reformismo pasota de toda la hora española, he aquí que irrumpe, silencioso y fantasmal, un médico europeo, un señor que se cruzaba con Kafka por la calle, temprano, cuando uno iba con su maletín de médico al hospital y el otro iba con sus orejas de murciélago a la oficina. Y mientras los líderes estudiantiles de aquella gran romería europea de la libertad se han conf¿rtabilizado y parecen cantantes de penúltima hora, con muchos redondos en los hit y algunos niños por el jardín, he aquí, asimismo, algunos hombres patéticos -todos conocéis más nombres- que no hacían la inevitable y biológica revoluciónjuvenil para curarse los granos de las masturbaciones con pólvora anti-De Gaulle o anti-Stalin, sino que hacían la improbable y ontológica revolución de los viejos, de los adultos, de los maduros, para cambiar de verdad, no una asignatura de historia, sino la Historia.
A los jóvenes, Stalin y De Gaulle -que siguen vivos- les han perdonado, porque la juventud tiene eso, le pone a todo la chispa de la vida. Pero a los históricos, a los que han hecho y vivido Europa como ellos, a los Kriegel, Carrillo, Dubeek, a ésos, no los perdonan. Hoy Kriegel está en Madrid. Sk, en la fugaz revolución de los jóvenes todo era mentira, salvo los viejos.
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