Mal teatro inolvidable
He visto La inseguridad social una noche tranquila, sin nervios, con media sala. Los actores se entregaron muy profesionalmente a su trabajo. Y conmovieron a su audiencia. La conmovieron como ciudadanos, como seres vivos y no como habituales del teatro. Es lo que se proponía el autor, esperanzado escritor brasilero fallecido hace poco. Escritor de mimbres muy modestos, técnica corta, capacidad reducida al manejo de las simples escenas a dos culminadas, una y otra vez, con el enfrentamiento directo. Pero escritor con una virtud muy olvidada por los supercríticos: la pasión.La inseguridad social es una denuncia, un gran quejido, que afronta el vivísimo tema de la deshumanización de la medicina, la rigidez de la organización hospitalaria moderna; en fin, la indefensión del hombre que sufre. El método de Paulo Pontes es simplísimo: un paciente lúcido, histriónico, no muy simpático, sufriente y enervado entra en una gran clínica y lucha -dialécticamente, claro- contra la abrumadora mecánica del coloso hospitalario. La simplicidad de sus observaciones, la actitud general, la aplicación de una lógica convertida en diálogo percutiente hace del personaje un desfacedor molieresco que va acelerando su ferocísima sátira hasta llegar a la diatriba. Puede estimarse que la durísima crítica no es justa, en nombre de la nueva medicina, o que es merecida en nombre de los viejos humanismos. La habilidad -y la debilidad- de Pontes está en identificar al crítico con el paciente que observa su propio y fatal proceso. Es el conflicto entre la organización globalista y la conflictividad personal. El cáustico atacante puede no tener razón. Pero el yo del personaje la tiene, y la muerte se la da. De la sonrisa hemos pasado a la crispación. Pontes ha evitado el melodrama. No ha evitado, no ha querido evitar, la denuncia.
La inseguridad social,
de Paulo Pontes. Versión: César Oliveira y Raúl Soinado. Dirección: Ramón Ballesteros. Decoración: Mariano López. Intérpretes: Mara Goyanes, Julia Tejela, Jesús Enguita, Luis Lasala, Manuel San Román, Pepe A lvarezy Alfredo Alba. Teatro Valle-Inclán
El trabajo de Jesús Enguita tiene un tornasol muy valioso: su personaje es discursivo, profuso, ácido, pero el actor ha tenido la habilidad de rodearlo de leves matices de profunda humanidad. Poco pueden hacer los demás, tratados despiadadamente por el autor: son contrafiguras rigurosísimas de un esquema preescrito. Yo diría que admiré a Luis Lasala por encamar con convicción -y con una espléndida e infrecuente voz- al médico seco y testarudo. Los demás -con Mara Goyanes y Manuel San Román a la cabeza- vieron claramente la necesidad de gotear alguna humanidad en el desarrollo de la terrible historia. -
Interesante trabajo. Un ataque frontal como éste, incluso con sus notorios excesos, su construcción simple y su tono panfletario, está en la tradición crítica del teatro. No puedo juzgar las razones del acercamiento directo a la realidad española. Espero que se trate de un simple oportunismo sin base. Por otra parte, los médicos han sido siempre personajes muy interrogados por el teatro satírico. Esta comedia, desde luego, no es buena. Pero sí es, curiosamente, inolvidable.
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