Escándalo mayúsculo por la lidia de un toro inútil
Paula y Vázquez entusiasmaron con el capote en la tercera de feria de San Isidro
Plaza de Las Ventas. Tercera corrida de feria (lunes). Cinco toros de El Campillo, desiguales de presentación y comportamiento; los dos primeros, impresentables; inútil el sexto; manejables en general. Devuelto al corral el quinto, se le sustituyó por uno de Martín Borrocal, bien presentado, manso, toreable. Rafael de Paula: pinchazo perdiendo la muleta, otro en el que sale perseguido, nuevo pinchazo y otro hondo y caído (algunos pitos). Dos pinchazos, estocada ligeramente atravesada, numerosos capotazos de los peones y descabello (aviso, algunos pitos). Media atravesada, rueda insistente de peones, media trasera y otra rueda de peones (pequeña bronca). Andrés Vázquez: estocada caída (oreja protestada). Pinchazo, otro perdiendo la muleta y estocada desprendida (palmas y también pitos cuando saluda por su cuenta). Estocada caída (aplausos).
Presidió mal el comisario Mantecón. Por negarse a devolver al toro inválido se produjo un fuerte escándalo en los tendidos. Lleno total.
Nada más empezar la feria, a la tercera corrida, ya llegó el escándalo. Empresa y autoridad no parecen haberse dado cuenta de que la afición de Madrid no quiere que le pase lo que a la de Sevilla, por culpa de la falta de seriedad del espectáculo y la incompetencia de os presidentes.Ayer pudo haber dudas respecto la protesta del quinto toro, por que no era llamativamente chico, como aseguraban unos; ni descaradamente cojo, como afirmaban otros -y que, finalmente, fue devuelto al corral-, pero no acerca del sexto, cuya invalidez resultaba evidente desde que saltó a la arena.
Cuando ya la bronca era cerrada, y en el momento mismo que al recibir un picotazo, rodó por la arena el animalito, el funcionario del palco se apresuró a cambiar el tercio. Andrés Vázquez se apresuró a matar. Reducían así los tiempos del escándalo, pero no el escándalo mismo, que se produjo con lluvia de almohadillas, insultos y el abandono de las localidades por parte de amplios sectores de público.
La indignación en los tendidos era total, porque la gente se sentía burlada. Por arte de birlibirloque, la escamoteaban un toro, cuya inutilidad absoluta para la lidia había podido apreciar el más lego en la materia. Aquí no hay escarmiento para nadie y ya es hora de que, desde más altas instancias, metan mano en esto del taurinismo. La empresa ha hecho una feria de retales y no ha pasado nada. Ha subido los precios un disparate y tampoco ha pasado nada. Ayer la presidencia dio por bueno un toro inservible, y a reclamar al maestro armero.
La incongruencia de estos sucesos es tanto mayor si tenemos en cuenta que la plaza registraba un lleno a reventar. Hay un renacimiento palpable de afición; a los españoles les vuelve a interesar el espectáculo; muchos de quienes lo abandonaron, porque rechazaban de plano la caricatura de toreo en que lo había convertido el fraude, vuelven, con curiosidad, a tantear si la lidia es otra vez aquella liza argumentada y auténtica de antaño, siempre emocionante y bella, aunque no se resuelva en triunfos.
Ayer mismo, la intuición, la esperanza -sólo remota, no nos engañemos- de que podía haber en el ruedo de Las Ventas lidia y toreo puro -pues los dos espadas anunciados saben hacerlo- puso los tendidos hasta la bandera. Y la ilusión de los primeros momentos acabó como queda dicho: en repulsa abierta contra el planteamiento mismo de la corrida y su absurdo desenlace. La palabra que más se oía entre cuantos abandonaban el coso era estafa.
Las carencias de la corrida de El Campillo debieron haber sido apreciadas en el reconocimiento veterinario. Rechazaron tres toros, trajeron otros tres del mismo hierro, pero el corrido en primer lugar no debió pasar por corto y romo, ni el segundo por su escaso trapío. Con ambos se lucieron Paula y Andrés Vázquez en lances exquisitos con el capote. El gitano de Jerez aún los mejoraría, en un quite al tercero, que remató con dos medias, la segunda sensacional, para una antología del toreo. El de Villalpando se emborrachó de torear en una serie de verónicas de garbo y empaque, rematadas en el centro del ruedo con media belmontina, y dibujó un par de chicuelinas preciosas. Las palmas hacían humo con estas muestras de toreo, caro de ver, pues ya se sabe que el capote les sirve para muy poco a la mayoría de los diestros, figuras incluidas (y sobre todo éstas).
Con la muleta, no hubo tanto cante. Paula se pasó la tarde intentando el derechazo, y los pocos que colocó no tuvieron duende. Vázquez redondeó en el primero una faena variada, llena de detalles aunque no fuera ligada; como es habitual en él, atemperó en cada momento la construcción del trasteo a las condiciones del toro, y desgranó así lentos ayudados por alto, ganando terreno; derechazos y naturales de gran temple, buenos de pecho, un molinete y varios de la firma, para acabar con un ayudado magistral, con el que dejó perfectamente cuadrada a la res. La faena habría sido de oreja de tener el toro ese trapío que es exigible en la plaza de Madrid. Por eso, cuando la concedió el presidente, hubo fuertes protestas de los aficionados.
El otro toro que lidió (en el sexto no hubo lidia) quizá sufrió una conmoción tras un fuerte derrote en un burladero y además era manso. Se iba de la muleta y Vázquez le dió pases sueltos junto a tablas, desde el siete a toriles. Paula no se confió nunca con la muleta, y con la espada estuvo desastroso. No eran tan remalos los toros como para tales pánicos. Con las desigualdades de presencia, fuerza y bravura que caracterizaron a los campillos, la corrida salía manejable. Hasta que llegó el escándalo. Ojalá sirva de lección, ahora que no ha hecho más que empezar.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.