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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Y al Oeste, Portugal

LA PRESENCIA de los Reyes de España en tierras lusitanas abre, de manera definitiva, una nueva etapa de las relaciones interibéricas. Los primeros embajadores del Reino, conocedores y amantes del pueblo lusitano, rompen con su presencia en Portugal el mito del recelo y de la absurda competencia que invadió los ánimos de los pueblos hermanos y de sus dirigentes a lo largo de tantos años de enmudecida vecindad.Esta es la realidad y esperanza primera del encuentro de los Reyes con la nación portuguesa, basadas ambas «en el conocimiento de las virtudes de nuestros pueblos y en la convicción de que portugueses y españoles desean llegar a un entendimiento cada vez más profundo, a una comprensión recíproca más íntima, que abra el camino a nuevas e importantes acciones solidarias», como lo declaró el propio Juan Carlos ante las cámaras de la televisión vecina, la misma víspera de su llegada a Lisboa.

El deshielo, el encuentro y la cooperación progresiva, son los tres escalones inmediatos de las relaciones hispano-lusitanas de los últimos meses, de los dos últimos años. La simultaneidad de los procesos democráticos de uno y otro país dio ritmo y credibilidad a este camino que están ya a punto de ingresar en su tercera etapa con la puesta en marcha del Tratado de Amistad y Cooperación. El oscuro y forzado Pacto Ibérico pasa, desde ahora, a los anales de una historia triste que los regímenes dictatoriales de una y otra orilla de la frontera interibérica forjaron en el solo beneficio de su supervivencia y en menoscabo de las relaciones de los pueblos español y portugués, «vueltos de espalda de manera intencionada por las dictaduras», como lo declaró recientemente el presidente lusitano, general Ramalho Eanes.

La cooperación. He aquí un objetivo ya puesto en, marcha por las respectivas administraciones de ambos países, en el marco del nuevo Tratado, y que tiene que cuajar de lleno y con realidades tangibles inmediatas en los niveles políticos, culturales y económicos. En ello tienen responsabilidades los distintos estamentos sociales y políticos de la Península y no solo la gestión de los Gobiernos. Para esto, portugueses y españoles cuentan con un paisaje apropiado, que dibujan sus respectivas y jóvenes democracias, con un terreno amplio y diferenciado para el entendimiento y con unos objetivos políticos y económicos similares que, a corto plazo, tienen su punto de mira homogéneo en las candidaturas presentadas al ingreso en las Comunidades Europeas.

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