1980, fecha clave, legislativa y constitucional
«Tenemos que tomar conciencia plena de que la crisis que vive Portugal no es episódica ni coyuntural ni puede disiparse en pocos años con un modesto sacrificio. Es necesario que tengamos el coraje de saber y de afirmar que se trata de una crisis profunda que pone en juego la propia independencia de Portugal, que sólo será vencida con la completa movilización de los recursos humanos y materiales de la nación, que exigirá un alto precio que todos los portugueses tendremos que pagar.» En estos términos, nada optimistas, se expresó el presidente de la República de Portugal, general Ramalho Eanes, en el acto oficial con el que se conmemoró el cuarto aniversario de la revolución del 25 de abril de 1974.El marco escogido para la ceremonia lo fue, con toda intención, la Asamblea Nacional, con su hemiciclo sobrio y luminoso. En los escaños, los claveles que los diputados comunistas y socialistas llevaban en la solapa marcaban claramente la diferencia con la derecha parlamentaria, socialdemócratas y demócratacristianos, que negándose al símbolo del 25 de abril marcaron sonrientes, con la aquiescencia socialista, el nuevo tempo institucional, a lo largo de sus respectivos discursos. La revolución, ya enterrada en fondo y forma, sin movilizaciones populares en las calles, forma parte del pasado, y sus secuelas más importantes, plasmadas aún en la Constitución -reforma agraria acionalizaciones y construcción de una sociedad socialista, como afirma el propio texto constitucional permanecen hoy sumidas en la libre interpretación del poder establecido y caminan, en silencio, hacia su legal eliminación en busca de un modelo típicamente occidentalista.
Por si alguna duda quedaba, el propio presidente Ramalho Eanes decidió, de motu proprio, abordar este tema tantas veces espinoso y polémico en la vida política lusitana: «La Constitución -dijo Eanes- es un instrumento de libertad y seguridad. Pero no es un texto inmutable, ni podría serlo, porque se asienta sobre la voluntad popular y no fue redactado para siempre. Ella misma prevé su alteración. Tiene virtudes y defectos y tiene, con todo, la flexibilidad suficiente para permitir una interpretación adecuada de las necesidades nacionales.»
Aquí está la clave del nuevo rumbo portugués. En la opción definitiva o inmediata del tipo de sociedad en construcción. Ello, salvando en lo que se pueda la independencia portuguesa, permitirá al Occidente patrocinador de la nueva democracia lusitana acelerar y mejorar su ritmo de ayudas y garantías -la pronta renegociación de los acuerdos militares y de cooperación Washington- Lisboa, el proceso de integración en la CEE, los créditos pendientes del Fondo Monetario Internacional, etcétera, están a la vuelta de la esquina- en favor de una economía severamente castigada y sin recursos. Con un índice de paro e inflación a la cabeza de Europa, con una producción más que limitada a una pesca y agricultura poco modernizadas y comercializadas, con una deuda exterior y una balanza de pagos altamente deficitarias, con una emigración pivotante, que no acaba de volver de las colonias y que amenaza con regresar de la Europa comunitaria.
En el centro del hemiciclo del palacio de Sao Bento el Consejo de la Revolución, órgano de soberanía hasta 1980, escuchaba impertérrito las flores obligadas que los portavoces de los partidos Políticos lanzaban a la labor de las fuerzas armadas y a su histórico protagonismo del 25 de abril. Los capitanes históricos estaban ausentes, aunque no de una cena conmemorativa que, al ya lujoso precio de trescientos escudos per capita, celebraron con la presencia de más de quinientos oficiales de distinto rango. El tono general de los discursos estuvo en favor de la normalización y estabilización de la democracia en Portugal, que es, en serio, la gran conquista del 25 de abril. Pero la novedad de las misivas que los oradores de tierra, mar y aire lanzaron a sus compañeros de arma fue: la defensa de la Constitución.
Y aquí continúa la clave. Los hombres del golpe se refugian en las conquistas revolucionarias inscritas en el mayor texto legal del Estado. Los prohombres de la política lusitana del momento se debaten en cómo adaptar la Constitución a las exigencias occidentalistas y socioeconómicas del momento. 1980, fecha clave para la revisión constitucional y para la elección de una nueva asamblea, constituye ya el punto de mira de las distintas fuerzas en presencia.
Los socialistas, en busca de una progresión difícil hacia la mayoría, se debaten entre un quiero y no puedo en la izquierda, mejorando sus relaciones con el Partido Comunista pero, también, contemporizando con sus compañeros de Gobierno, la CDS demócratacristiana, que, casi de puntillas, recuerda, con cuadros competentes y de la mano de su líder, Freitas do Amaral, la credibilidad política y democrática que les fue negada en los primeros comicios de la nueva era portuguesa. El PCP, Alvaro Cunhal, implacable, a la cabeza, mantiene su estrategia, aunque flexibilizó su táctica después de su intento fallido de contragolpe revolucionario del 25 de noviembre, y hoy, fuertes en organización y casi dueños de los sindicatos organizados, conviven democráticamente, a la espera de la convocatoria de los ochenta.
La socialdemocracia, los PPD-PSD de Sa Carneiro, oposición permanente a los socialistas de Mario Soares, atraviesan el torbellino. En plena contradicción ideológica y sumidos en enfrentamientos personalistas, no acaban de encontrar el camino y más bien marchan hacia la bifurcación. Sa Carneiro prepara su reaparición como capitán de popularistas y nacionalistas. Capitalizando el descontento de la burocracia y de la pequeña burguesía y facilitando a los hombres de Soussa Franco una salida airosa, que bien podría encontrar correspondencia en los descontentos socialdemócratas del Partido Socialista.
La espantá de Sa Carneiro y su vuelta tumultuosa a la cabeza del PPD-PSD viene acompañada de ruido. En las Azores, donde los socialdemócratas gobiernan, se ha levantado una polémica muy dura: la derecha e independentistas se acumulan, en torno a la oposición socialdemócrata, frente al Gobierno de Soares. Todo quedará en simple autonomía regional, pero el embate sirvió para dar la señal: la derecha agazapada pierde complejo y da la cara; la izquierda, buscadora de fantasmas, lanza arengas contra la vuelta del fascismo, y el poder establecido apenas consigue mantener el barco. La Constitución sigue siendo, para el Gobierno, el centro neurálgico, todo un problema: faltan las leyes ad hoc que sancionen separatismos, exaltaciones del fascismo -conmemoraciones del nacimiento de Salazar como las recientemente celebradas- y que desarrollen a fondo el primer texto legal del país. La función legislativa de la Asamblea fue, hasta ahora, muy insuficiente, y en ello lleva su castigo.
De todas maneras, la suerte occidentalista está echada en Portugal. La tercera vía nunca existió el pueblo portugués, sumiso pacífico y de austeridad en austeridad, camina con paso firme hacía su nuevo y lejano destino.
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