Los millones
Ya lo he contado aquí el otro día y perdonen ustedes que vuelva sobre el tema, pero es que le he estado dando vueltas y no acabo de aclararme: que me ofrecen millones por anunciar cosas en la tele.Yo, naturalmente, he dicho que no, y ellos me han pedido que les guarde el secreto. Por eso no doy más detalles. Y porque, a fuerza de detalles, caeríamos en la publicidad del producto, al fin y al cabo, y encima sin cobrar.
Vienen de Lui y me preguntan:
-¿Qué es el éxito?
-Anunciar cosas.
Un hombre que ha triunfado es un hombre que anuncia cosas o, cuando menos, se anuncia a sí mismo. Aquí también vale eso que dice Aranguren de la representación. El éxito es representarse uno a sí mismo, consumar la representación, llevarla a sus últimas consecuencias. Y el éxito menor y manchego, como el de uno, es que vengan las tentaciones de San Antonio en figura de ejecutivos del marketing, a ofrecerle a uno una pasta por anunciar sopas o sujetadores.
-Tu mujer ideal- me preguntan también de Lui.
-Isabel Tenaille.
En esto que salta Michi Panero:
-La Tenaille es un caldo maggi.
-Es que a mí me gusta el caldo maggi.
(Al final me ha salido un anuncio, aunque de otra cosa, y sin cobrar).
Le cuento a mi señora lo de los millones. Damián Rabal, como buen cheli, a los millones de pesetas los llama quilos.
-Debías haber pedido el doble dice mi santa esposa.
Se lo cuento a la otra, que nauralmente es progre:
-Si sales anunciando cosas, lo nuestro se ha acabado. Eso es alienante.
No, no saldré anunciando cosas, pero no porque sea alienante, sino porque no necesito los millones para nada. No necesito los quilos. Para quilos, los que estoy poniendo últimamente, con tanto comer con Luis Calvo y merendar en La Zarzuela.
O sea que se resiste uno a tomar el tema en serio, pero tiene un trasfondo moral, o inmoral, que es para meditarlo con el Voltaire de Alfaguara al lado.
Uno se deja los ojos, durante toda la vida, en los papeles de la calle, en los libros que roba, en las bibliotecas y las lecturas de autobús, uno se hace una cultura como puede, uno escribe libros, muchos libros, con grosor y entidad, más o menos, de cajas de puros, uno redacta artículos todos los días, para comunicarse con el personal, y al final lo que ha conseguido uno, no es la gloria ni el éxito ni la fama ni el respeto ni el decoro ni nada: lo que ha conseguido uno es que le llamen para anunciar lavavajillas o exprimelimones por la tele.
Se dice de Suárez que ha conseguido demostrar al país que es un buen locutor. Me parece injusto, aunque no sea nada fácil llegar a convertirse en un buen locutor. Uno, cuando cree haberse convertido en un clásico Rivadeneyra, resulta que se ha convertido en un buen anunciante. Pero no me encampana el tema, sino todo lo contrario: creo que es una lección de humildad merecida.. ¿Y para qué sirve el haberse hecho una imagen, sino para venderla? Y de paso que se vende la imagen, ¿por qué no vender una enceradora después del telediario y antes de La casa de la pradera? Todos somos consumibles.
No he debido hacer caso de mi señora ni de la otra, o sea la progre. La gloria no existe, la Academia es un club de literatos, el Nobel es una foto con un rey extranjero que no nos ha leído, la posteridad es una lección de COU. El único signo de que uno ha triunfado, como uno quería triunfar la noche en que uno llegó al cafe Gijón, es que a uno le ofrezcan varios millones por sacar en la tele la camiseta tal (yo soy hombre de camiseta).
Mi editor dice que vende poco (su IBM no le aconseja pagarme más), en el periódico no me suben el sueldo desde el mes pasado, los diarios de América no pagan nunca. Estos señores de las camisetas, los patucos o lo que sea, son los únicos que han comprendido y valorado mi imagen. Ya no se vende el alma al diablo porque el alma era la gabardina del ego, y no se lleva la gabardina. Hoy se vende la imagen. ¿Por qué me aceptan ustedes a diario vendiendo palabras y no me aceptarían vendiéndoles un diccionario ilustrado? He dicho que no, por ustedes, los lectores, que conste. Me han hecho perder ustedes una pasta. O sea que a ver.
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