Ceaucescu intenta recoger la herencia tercermundista de Tito
En un esfuerzo por acentuar aún más su política de aparente «independencia» de la Unión Soviética, el presidente Nicolás Ceaucescu visitará Pekín a mediados de mayo. Con este viaje, precedido del efectuado por Ceaucescu a Estados Unidos en abril, Bucarest intenta también preparar su futuro liderazgo en el Tercer Mundo, que espera heredar de Yugoslavia a la muerte de Tito, y fortalecer, con el espaldarazo de Washington y de Pekín, su creciente proceso de acercamiento a los países árabes y a los del Mediterráneo, España incluida, entre los que se propone fomentar la idea de un posible «neutralismo» regional, muy bien vista, naturalmente, por la Unión Soviética.En lo que a España se refiere, esta política descansa en buena medida en la amistad del régimen rumano con el Partido Comunista del señor Santiago Carrillo, que por el momento es, por así decir, el único intérprete oficial de la situación española en Rumania. Aunque ya ha sido suprimida Radio España Independiente, que hasta hace poco dirigía desde Bucarest el señor Ramón Mendezola, representante personal de Carrillo (las autoridades rumanas negaron hasta el último momento la existencia de la emisora), todo lo que aquí ocurre, desde una huelga hasta el debate constitucional, en Rumania se ve con la óptica del PCE, excepto, claro está, las cuestiones relativas al «centralismo democrático» y a la «dictadura del proletariado», que ni siquiera ahora, en pleno congreso del PCE, han merecido muchas explicaciones por parte de Scinteia o Romania Libera.
No obstante, los objetivos hispanos de Ceaucescu tropiezan con algunas dificultades. En primer lugar, las relaciones diplomáticas entre Madrid y Bucarest son demasiado jóvenes (enero de 1977) y el intercambio comercial demasiado débil (no más de setenta millones de dólares anuales en total). Las Comisiones Obreras del señor Marcelino Camacho están tratando de resolver, mediante vuelos charter mensuales y vacaciones de trabajadores españoles en Constanza (balneario rumano sobre el mar Negro), otro de los problemas existentes: el desconocimiento mutuo, histórico, político y cultural. Pero, al fin y al cabo, en Rumania sólo viven 139 españoles, incluidos los siete diplomáticos y funcionarios de la embajada, u hombres como José Juaristi, ex delegado del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y de la ETA, o Eduardo Priloyano, de Moldavia, casado con una hija del conde de Casas Rojas. Por lo demás, nuestro ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, no parece haber prestado mucha atención hasta ahora a las sugerencias de aproximación de Ceaucescu, y hasta aplazó, en febrero, una visita que pensaba hacer a Bucarest en los cuatro primeros meses de este año.
Los novios españoles
Por si fuera poco, algunos españoles o españolas que quieren poner remedio a este alejamiento mutuo, por medio de un método tan contundente como el del matrimonio, se están dando de narices con la escasa comprensión de la burocracia rumana, y con el principio según el cual todo ciudadano rumano supone una «inversión del Estado» y no tiene derecho, por tanto, a abandonar el país, ni siquiera bajo el amparo del matrimonio con un extranjero.
En este momento, hay unos ocho españoles y españolas en esas condiciones, entre ellos uno, el señor Joaquín Domingo Pérez, camarero del club de Golf de Ginebra, que hasta ha recibido una recomendación del propio Marcelino Oreja para que el Consiliul de Stat (Consejo de Estado rumano) acelere los trámites de la boda (iniciados en 1974), y otra, la señorita Rosa Pies Garrido, empleada administrativa de un laboratorio madrileño -e integrante de las CCOO-, en cuya situación se ha interesado el señor Carrillo, cuya familia fue inquilina, en una época, de una casa de los abuelos de Rosa Pies, en Madrid. El caso de Domingo Pérez, que quiere casarse con la joven Mariana Ciurezo, de veintitrés años, estudiante de Energía, es uno de los más antiguos: ambos presentaron su solicitud en 1974, que fue rechazada por el Consiliul en octubre de 1975. El 15 de enero de 1976 interpusieron un nuevo recurso, rechazado el 1 de octubre de 1976. El 7 de enero de 1977 hicieron la tercera solicitud, y aún están esperando la respuesta.
Evidentemente, el Consiliul es un suegro difícil. Pero eso no parece importarle a otro de nuestros novios, el señor José María Arrillaga Otermin, técnico-montador, que conoce a su prometida rumana desde 1971; su demanda de matrimonio ha recibido ya dos negativas, pese a que uno de los dos hijos de su novia (es divorciada) ha renunciado a trasladarse a España. En su último escrito al Consiliul, el 15 de octubre pasado, Arrillaga Otermín, vasco de San Sebastián, advierte al organismo que no «renunciará» a su matrimonio, y que «no cejará» hasta conseguir la autorización correspondiente. Pero, entretanto, a la espera, la incertidumbre y los continuos viajes que los pretendientes españoles se ven obligados a hacer a Rumania, se unen las presiones de las autoridades de Bucarest sobre el partenaire rumano, que suele perder su trabajo -como le sucedió a Mariana Ciurezu- en cuanto anuncia su deseo de unirse a un extranjero. La dictadura del señor y la señora Ceaucescu se muestra tan intransigente ante estas cuestiones internacionales del corazón como, por ejemplo, frente a las de las minorías nacionales, sobre todo la de los húngaros.
Transilvania y los húngaros
Puede ser que las idas y venidas de Carrillo y Camacho, las vacaciones de Nazario Aguado en Constanza, los espectáculos de Lucero Tena en Bucarest, las entrevistas de Tierno Galván con Ceaucescu, la visita del embajador Lipati a Madrid y los acuerdos culturales que se acaban de firmar terminen por afianzar los incipientes vínculos entre Bucarest y Madrid, a pesar de los contenciosos sentimentales; pero el problema de Transilvania, que el mariscal Antonescu ganó para Rumania durante la segunda guerra mundial por haberse negado varias veces a recibirla de Hitler, constituye hoy uno de los diferendos más graves del Gobierno de Ceaucescu con los partidos y países «hermanos» del Este de Europa.
Durante las últimas semanas Bucarest ha multiplicado su propaganda en torno de Transilvania, y algunos expertos occidentales sostienen que el asunto puede derivar en una confrontación abierta entre Hungría y Rumania. La minoría húngara representa el 8,5% de la población total de Rumania (veintidós millones). Según Karoly Kiraly, ex miembro del Comité Central del partido, actualmente refugiado en Occidente, el Partido Comunista rumano está intensificando la represión de los húngaros de Transilvania mediante una fuerte discriminación en materia de trabajo, la reducción de las escuelas de idioma húngaro y la detención sistemática de los «patriotas» magiares. Para reivindicar la «rumanidad» de Transilvania, la radio oficial de Bucarest empezó incluso a recordar en febrero que Julio Verne se inspiró, para escribir su Castillo de los Cárpatos, en el castillo de Bran, que aún existe en la región. Lo cierto es que la última entrevista de Ceaucescu con Kadar para llegar a un arreglo no parece haber dado ninguna clase de resultados. Stefan Andrei, nuevo ministro rumano de Asuntos Exteriores y gran especialista en el tema, está preparando una nueva fórmula de negociación con Hungría, pero nadie espera que Bucarest acepte ninguna de las reinvidicaciones de Budapest sobre el territorio. En cambio, Ceaucescu parece decidido a mostrarse más transigente con la minoría alemana (1,8%) y con la judía: tras la visita del canciller Schmidt a Bucarest, Alemania le proporcionó créditos por setecientos millones de marcos, con los que, al parecer, se está «pagando» el pasaporte de los rumanos de origen alemán que ahora pueden regresar a la «madre patria», cuya cifra se mantiene en secreto. A su vez, Israel paga entre 3.000 y 5.000 dólares por cada judío rumano autorizado a «emigrar».
La Unión Soviética
Según algunos diplomáticos rumanos, la disputa con Hungría por Transilvania no lleva camino de acabar debido a las interferencias de la Unión Soviética, que respalda las aspiraciones de «recuperación» húngaras en la zona para obligar a Ceaucescu a abandonar su supuesta «independencia» en materia de política internacional.
Aunque en Occidente son muchos los que aún dudan acerca de los verdaderos alcances de esa «independencia», las relaciones entre Bucarest y Moscú no están viviendo, aparentemente, su mejor momento. A fines del año pasado, mientras el señor Niculesco-Mizil, estrella ascendente en el partido, preparaba en Pekín la próxima visita de Ceaucescu a China, el dictador rumano recibía en Bucarest a una importante delegación militar china. En los mismos días mantenía allí una tempestuosa entrevista con el general Kulikov, comandante en jefe del Pacto de Varsovia, quien visitó a Ceaucescu con el fin de lograr, sin obtenerlo, que Rumania cediera su territorio para las maniobras del Pacto. Unas semanas antes Ceaucescu, que hace gala de sus relaciones con Israel y Chile, había reiterado que la retirada de su aviación del sistema de defensa aérea del Pacto de Varsovia era «definitiva», y destacaba la «buena amistad, la solidaridad y la colaboración» con Pekín, palabras que contrastaron con la frialdad con que Rumania celebró el año pasado el sexagésimo aniversario de la Revolución rusa.
Tal distanciamiento respecto de la URSS Ceaucescu lo está completando ahora no sólo con una mayor aproximación a China, sino también a El Cairo -condenado por los soviéticos-, a Israel (Ceaucescu volvió a recibir en abril a Dayan), y a intentar una nueva mediación en el Líbano y en las negociaciones de paz sobre Oriente Próximo a Yugoslavia y a Polonia, en detrimento de Hungría, Checoslovaquia y Angola. No se hace eco, además, de las intentonas de la OUA y de Argelia -otro de los aliados de la URSS en África- en relación con las islas Canarias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.