¿A quién le importa Francis?
Tres intérpretes de base técnica aceptable, capaces de expresa el humor y la ironía, de buen control de voz, de fuerte subrayado gestero, un habilísimo y sensible decorador un director que irrumpió fulminantemente con promesas del oro y el moro; una comedia imbécil y la nada, el aburrimiento más profundo, el desinterés, la inacabable reiteración de escenas machaconas, repetitivas hasta la saciedad, calcadas sobre el viejo molde de la vieja comedia norteamericana y centroeuropea que fue un hallazgo clarificador hace veinte, treinta, cuarenta años y extinguió el ciclo de las parejas y los triángulos.¿Cómo vamos a admitir, a estas alturas, la comedia de boulevard si a estas alturas, entre otras cosas, ya no hay bulevares? ¿Qué sentido tiene para nosotros este género «sin peligro ni sorpresa» que aspira, todo lo más, a reelaborar combinaciones amorosas presentando la repintada vejez como un eco de la evolución de las costumbres? ¿Aspirando a una franqueza cínica restauradora de la muy anticuada comedia realista? No es posible. El mantenimiento de la relación clásica tan definitoria del género, sólo es posible apretando las líneas y los efectos, purificando los personajes y sobre todo, dialogando.
Querido Francis, de Ariel Cortazo
Dirección: Angel García Morervo. Decoración: Emilio Burgos. Intérpretes: Marisa de Leza, María Luisa Merlo y Alberto de Mendoza. En el teatro de la Comedia.
No hay un sólo instante en que anticuada o no esa fórmula del diálogo brillante relampaguee en el texto de Cortazo. El entrecruzamiento de los monótonos e inconmovibles personajes, el epidérmico choque de sus pequeños egoísmos, es un trote cansino sobre el duro terreno de una exposición sin interés y sin vida. Todo el movimiento de la comedia moderna está sostenido sobre algo que a Cortazo no le interesa nada: un humanismo nuevo. La comedia contemporánea lo ha buscado obligando al espectador a entrar en contradicción consigo mismo, a reír con el absurdo, a participar, incluso, involuntariamente. Cosas discutibles, claro. Pero que no permiten el salto hacia atrás.
Los esfuerzos de Leza, Mendoza y Merlo, gentes notables por otros trabajos, sirven de poco frente a un texto así. García Moreno, además, le ha dado un compás de grandes lentitudes que sirve para agravar la inanidad de los silencios, los gritos o las idas y venidas. Se trata de intérpretes simpáticos que tratan de hacer «su número» sacrificando los matices a la búsqueda de la risa o la sonrisa mecánica. Todo inútil. Sin intérpretes, ya se sabe, no hay espectáculo teatral. Sin texto, tampoco.
Babelia
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