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Reportaje:Marruecos y el Sahara Occidental: un conflicto que permanece / 2

Una normalización llena de obstáculos

La mezquita de El Aaiún preside un vasto conjunto arquitectónico a medio construir destinado a convertirse en la futura Universidad Coránica del Sahara. Una pléyade de artistas llegados de Marrakech se afanan entre el andamiaje en medio del calor tórrido y el fuerte silbido del viento. El gobernador de la provincia, Said Uassu, contempla con orgullo las obras y enumera todo lo que está haciendo Marruecos en el Sahara occidental a costa de un incruento esfuerzo financiero: escuelas, viviendas, centros forrajeros, plantas potabilizadoras, etcétera.Para «organizar el nomadismo» de los saharauis, término utilizado por los marroquíes, a quien no les complace oír hablar de sedentarización forzada, se ha trazado un plan de urgencia cuya primera parte ha sido desplazar a El Aaiún, Smara y los demás lugares, a miles de marroquíes procedentes del norte del Reino, de Tetuán, Tánger y Larache, que comprenden y se expresan en español, para facilitar las relaciones con los nativos. Un doble salario y las facilidades que supone el residir en zona franca, con la posibilidad de adquirir artículos a bajo precio, tales como automóviles y televisores traídos de las vecinas Canarias, han motivado el éxodo voluntario, e interesado, de estos nuevos «pioneros» entre los que están representadas casi todas las profesiones: maestros de escuela, empleados de banca, funcionarios de policía, etcétera.

Por doquier imperan en El Aaiún las tiendas rebosantes de electrodomésticos japoneses y artículos españoles. Un nuevo «Eldorado» ha surgido aquí, donde los precios son el 25 % más baratos que en Las Palmas. El inspector de Finanzas, Mustapha, después de lamentarse agriamente de la «incomprensión» con que reciben los saharauís a los marroquíes («no quieren trabajar; viven con sus cabras y burros en los apartamentos que se les han ofrecido; tienen una mentalidad distinta a la nuestra ... »), admite con buen grado que en cada uno de los viajes que realiza a Agadir se permite el lujo de llevar catorce cartones de cigarrillos y varios aparatos eléctricos. Recientemente pudo adquirir un automóvil «Mercedes» importado de Canarias, que triplicará su valor en Casablanca. La «zona franca» está destinada teóricamente a beneficiar a los saharauis, a falta de otro comercio local, pero en ese sentido, la efectividad de la misma es harto discutible: En El Aaiún, el saharaui sigue viviendo en condiciones precarias, debido a que éstas han constituido su marco existencial desde épocas ancestrales y contempla con una mirada olímpica, de desprecio, el trasegar de los militares y civiles marroquíes a la búsqueda del último modelo de televisor en color o una cadena de alta fidelidad alemana.

El Gobierno marroquí espera poder demostrar a los saharauis que disponen de los mismos derechos y obligaciones que los demás súbditos del reino, no obstante las diferencias de etnia, hábitos y lingüística que los separan. Pero en la práctica se ha producido lo que algunos españoles que han pasado aquí una gran parte de sus vidas, califican como una fracasada tentativa de asimilación, cuyas consecuencias más inmediatas son la progresiva despersonalizaclón del ente humano saharaui.

Una minoría de saharauis residentes

El gobernador Uassu afirma haber recensado en El Aaiún a 45.000 saharauis basándose en el cambio de tarjetas de identidad españolas entregadas durante el censo realizado en 1974, por cédulas de identidad marroquíes. Esta sería una prueba irrefutable de que en las provincias saharianas controladas por Marruecos residen unas 55.000 de las 73.000 personas recensadas por España. Tales cifras resultan, sin embargo, totalmente desproporcionadas para los españoles que viven en El Aaiún, quienes nos recomendaron realizar un paseo por la ciudad para comprobar que en la misma habita un máximo de 4.000 a 4.500 personas nativas, habiendo cifrado en 25.000, una minoría, el número de saharauis que permanece en el territorio.

El saharaui es un hombre altivo y valiente, y estoy seguro de que mejor armados se hubieran levantado. Es cierto que el Polisario disponía aquí de muy poca audiencia, pero si mira usted a su alrededor observará que, movidos de un sentimiento de rechazo, todo saharaui es ahora un Polisario en potencia.

Ese mismo lenguaje lo hemos oído de la boca de los centenares de españoles que residen en El Aaiún, Bu-Craa o Cabo Bojador, algunos de los cuales residen en el Sah.ara occidental desde hace más de veinticinco años. En una de las localidades que visitamos, un antiguo miembro de la policía territorial española, que ejerce labores domésticas con los técnicos espanoles, nos hizo comprobar las huellas de tortura dejadas en su torso, piernas y abdomen, a raíz de la redada efectuada el 1 de este mes por las autoridades marroquíes, en prevención de manifestaciones de hostilidad hacia los participantes al congreso regional de diputados del partido ultranacionalista del «Istiqal», en presencia del ministro de Educación y altos dignatarios de esa formación política.

La práctica de métodos de tortura contra individuos sospechosos de pertenecer al Polisario nos fue confirmada por varios españoles, aun a sabiendas de que al hacerlo así ello suscitaría las iras del gobernador Uassu, el cual no da, el menor crédito a tales acusaciones. «Conozco todas las calumnias que le han contado los camioneros y comerciantes españoles -nos diría al recibirnos en su domicilio- y puedo asegurarle que aquí la vida es normal. Hacemos todo lo posible por elevar el nivel de vida de estas poblaciones. Más del 60% del presupuesto nacional marroquí del presente año se destinará al Sahara. Existe el proyecto de construir un ferrocarril desde Marrakech hasta El Aaiún, así como 2.000 kms. de carreteras asfaltadas.» El gobernador se queja de la poca calidad de la mano de obra saharaui, lo que obligaría a seguir contratando canarios y marroquíes de otras regiones.

Apego al nomadismo

Si el nativo contempla con desagrado su integración en el modo de vida importado por Marruecos, ello obedece no sólo a su ancestral apego al nomadismo, sino a dar por descontado que su adaptación forzada conduciría a desgajar de su persona una parte notoria de los valores morales e islámicos, con los que se siente protegido. Los saharauis entrevistados durante nuestra estancia en El Aaiún y Smara expresaron que a su llegada los marroquíes habían introdicido generosamente el alcohol y la droga, habiéndose producido muchas situaciones conflictivas. Posteriormente, las autoridades militares han prohibido el consumo de bebidas alcohólicas en El Aaiún, con la excepción de la «Casa de España», donde radica la Depositaría de los Bienes Españoles en el Sahara occidental.

Por razones obvias de seguridad, las patrullas militares marroquíes no permiten el libre desplazamiento de nómadas, en grupo, por el desierto, teniendo como norma el entregarlos a las autoridades civiles. «No nos interesa que se desplacen a derecha e izquierda -nos diría Uassu- porque aquí están mejor protegidos, aparte de que tras los últimos diez años de sequía, es natural que se instalen donde el agua les está garantizada. »

En opinión de los residentes españoles, las formas de vida tradicionales del saharaui no podrán alterarse sin reticencias ni en poco tiempo y la solución más adecuada sería que todos los estados saharlanos siguieran permitiendo el libre nomadeo sin preocuparse en poner un calificativo nacional, totalmente accesorio para la mentalidad de las tribus saharianas. En El Aaiún esta original tesis está descartada por completo por las autoridades civiles y militares, las cuales aluden a las «razzias» que, según ellas, habría efectuado Argelia entre los nómadas, para llenar los campos de refugiados instalados en la región de Tinduf.

No se han escatimado recursos para mentalizar a la gente e introducirla en una nueva forma de existencia. En la polvorienta Smara, un somnoliento funcionario, llegado de Tetuán, dirige la sucursal del « Banco de Comercio de Marruecos» con la misión de conceder créditos a los saharauis que deseen instalarse; hasta ahora el éxito de esa operación es bastante limitado, a pesar de lo cual, el citado empleado no parece haber perdido sus esperanzas.

Clima de inseguridad

Said Uassu espera que los visitantes extranjeros «dejen de venir con ideas fijas» y comprueben personalmente que la descolonización del Sahara ha llegado hasta la última fase. El libre desplazamiento por la ciudad justificaría la impresión inicial de normalización, si no fuera por la aprensión que se lee en los rostros. En la noche del 25 al 26 de febrero pasado se produjo el último ataque del Polisario a El Aaiún; tres granadas de mortero cayeron en el perímetro urbano, una al lado de la gasolinera, en los antiguos almacenes Sayas Araya; otra frente al hotel Parador, abriendo un enorme hueco en la calzada, y la última en el antiguo cuartel de artillería, la única que causó muertos y heridos que fueron intervenidos quirúrgicamente en el hospital español. Cuando esto ocurre, el gobernador Uassu no vacila en colocarse una pistola al cinto y contribuir, personalmente, a tranquilizar los ánimos, mientras la guarnición local desata una verdadera cortina de fuego más allá de la cintura de protección, tirando frenéticamente a contrabarrera.

El 12 de mayo pasado un grupo de comerciantes canarios quedó bloqueado durante toda la noche en el Parador a causa de otro ataque polisario. La profusión del número de impactos y la precisión de éstos (casi todos cayeron en las inmediaciones del cuartel del Tercio) permitía suponer que se trataba de una infiltración numerosa, aunque no se facilitó ningún dato oficial. Uno de los comerciantes que no ha dejado, por cierto, de seguir visitando regularmente El Aaiún, estima que tales hostigamientos contribuyen a fomentar un clima de inseguridad, situando los verdaderos límites del control efectivo que ejerce Marruecos en el territorio.

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