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Reportaje:

El hombre muere antes que la mujer en las zonas industriales

Un español nacido en 1970 tenía la perspectiva de vivir hasta los 68,9 años (informe Foessa 75), mientras que una española podía llegar hasta los 74,4 1. En el caso específico de Vizcaya la diferencia entre hombres y mujeres llega casi a los seis años y en Francia alcanza ya los siete y medio. Curiosamente en el vecino país un hombre medio vive menos que en España, mientras que la mujer gala supera a la española.Dirá alguien que para este viaje no hacían falta tantos números. Al fin y al cabo desde siempre se ha creído que la mujer, por la suprema razón de serlo y casi por un misterio de la naturaleza, iba a vivir más años que el hombre y, en este sentido, parece que el número de viudas parece jugar a favor de esta teoría.

Estudios de población realiza dos en Europa occidental desde los siglos XVI al XIX han venido a demostrar que esta creencia es tan cierta como que el Sol giraba en torno a la Tierra. El último número de la revista demográfica francesa Population recoge abundantes datos sobre determinadas etapas con supermortalidad femenina.

Las pirámides de edad francesa del último siglo demuestran que la mortalidad femenina entre los veinte y los 35 años era muy superior a la masculina, para invertirse los papeles en edades superiores. Partos y embarazos, con una ciencia obstétrica todavía en mantillas, podrían ser, en buena medida, culpables de esta elevada mortalidad femenina, a la que, según los sociólogos franceses, contribuyó también el alto nivel de miseria, más acusado, al parecer, entre las mujeres.

El avance de la medicina, la mejoría de los estandard de vida y, en fin, el desarrollo económico hicieron que el panorama comenzase a cambiar a comienzos del siglo XX y que ya, a partir del año cuarenta, la mortalidad de las mujeres sea menor que la de los hombres en todos los escalones de edad.

La tesis defendida por el señor Marañón sobre la supermortalidad masculina en una sociedad industrial tiene un reflejo casi exacto en las estadísticas de Francia y España. En el vecino país, 9.727 de cada 10.000 niños sobreviven hasta los quince años, mientras que en España llegan sólo a 9.686.

Demuestra esto que la sanidad infantil ha alcanzado un mejor nivel por encima de los Pirineos, pero ello no impide que la diferencia disminuya a los veinte años y que a los treinta el número de supervivientes españoles sea mayor que el de franceses. De aquellos 10.000 niños iniciales, sólo 7.647 franceses llegan a cumplir los sesenta años frente a 6.907 españoles, y a los setenta años hay ya un margen de 850 supervivientes más en España.

Las cifras resultan, por otra parte, más reveladoras si al mismo tiempo se comparan los porcentajes de supervivencia entre las hembras. Aquí todos los datos son netamente favorables a las ciudadanas galas.

Cuando los demógrafos tratan de explicar los riesgos adicionales de fallecimiento que padece el hombre en una sociedad industrializada recurren en primer lugar a los accidentes de circulación y profesionales, para dejar el segundo puesto a las enfermedades propiciadas por el stress.

Algunos sociólogos se atreven a ir más lejos y aventuran para un futuro relativamente próximo una disminución de esa supermortalidad masculina a medida que el papel social de la mujer se equipare con el del hombre. Así, los accidentes de tráfico, que cobraban la mayoría de sus víctimas entre los hombres, han empezado ya a reducir desigualdades con la progresiva motorización de la mujer. Esto no quiere decir que vayan a morir menos hombres en la carretera, sino que aumentará el número de mujeres muertas y, por tanto, las cifras se equilibrarán.

Al margen de estas causas de mortalidad derivadas directamente de la mecanización, en los transportes o en el trabajo, hay dos grupos de enfermedades que de uno u otro modo se suelen incluir en el capítulo de los tributos que se cobra el desarrollo. Se trata de las que afectan al corazón y a los pulmones.

La incidencia de la vida urbana y la contaminación industrial hacen que en el capítulo de mortalidad por enfermedades pulmonares haya una notable diferencia entre las estadísticas relativas a Vizcaya y al conjunto de España. De cada cien vizcaínos mueren por esta causa 11,2, mientras que en el conjunto nacional el porcentaje desciende hasta un 9,8. En el caso de las mujeres las diferencias son todavía mayores: 12,9 muertes en Vizcaya frente a 9,1 en España.

El sociólogo Mikel Marañón dedica también una atención especial a los fallecimientos por cirrosis hepática, derivada fundamentalmente del excesivo consumo de alcohol. El desarraigo, la soledad, la agresión de los núcleos urbanos masificados, originan, a su juicio, un aumento de la ingestión de bebidas alcohólicas. De hecho, 4,4 de cada cien vizcaínos mueren por esta causa frente a un 3,5 en España.

Accidentes de tráfico, accidentes de circulación, enfermedades del corazón, asma, bronquitis y cirrosis hepática configuran un cuadro de enfermedades que hacen presa del hombre. Alguna ventaja había de tener la mujer en una sociedad machista, la de sobrevivirle a su presunto oponente. Si las victorias se miden por este baremo, habrá que convenir en que al final de todo al hombre termina por vencerle su propio afán de dominio.

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