María Asquerino
Se me acerca en un estreno María Asquerino, con sus ojos engastados en las mil y una noches de Oliver:-Me han preguntado de Playboy por mis diez hombres preferidos eróticamente y te he metido a ti.
-¿Y ahora tengo que cumplir, María?
Va a publicar un libro, ya saben, hablando de los hombres que ha conocido sexualmente. Será la única antología en que no salgo, ahora que los tratadistas empiezan ya a sacarme en las antologías de posguerra. Y bien sabes tú, María, que hubiese preferido estar en tu libro a estar en Las mil mejores poesías de la lengua castellana.
Hace muchos años escribí un cuento dedicado a ella y que se titulaba La actriz. Pasó inadvertido. Inavedvertido incluso para ella, supongo. De eso se trataba. Si no, en vez de un cuento le hubiese escrito una carta. Y luego he inventado para ella una palabra que me gusta mucho: trasnochatriz.
Hay ya muchas mujeres que trasnochan, a pesar de los violadores, o a favor de los violadores, pero sólo ella, María, es trasnochatriz, hija o madre natural de la noche madrileña, mujer sin sueño de Paddington, de Carrousell, alta dama a quien la madrugada va poniendo anillos de humo, de cobre, de fiebre.
No tenemos ya en Madrid otro personaje como María Asquerino. No lo hemos tenido nunca. Y menos ahora que ha muerto Vitín Cortezo, una especie de Cocteau madriles que algunas noches paseaba su perro con un globo atado al cuello. Alguien me llamó un día, de parte de Vitín, para que yo le pusiese texto a un libro de dibujos del raro artista. Nunca lo hicimos y ahora es lo único que me hubiese apetecido escribir. Paco Nieva dice que no estaban los cruzados de la causa nocturna en el entierro de Vitín. ¿Estaba María, Paco?
Paco, Paco Nieva, último profesional del alba ramoniana (ayer he paseado por las plazoletas de Prosperidad, que es mismamente el barrio de doña Benita), me dice, contra el frío de las esquinas, que la noche madrileña ha muerto, que no hay nadie. Pero en algún sitio está María, gran actriz, quemándose los ojos en la sombra, fumando, esperando, y yo he visto, durante años, cómo los hombres llegan hasta ella, torpes, errados, equivocados, solos, jugando a lo difícil con lo fácil, o a la inversa. Definitivamente tontos. Ah, el miedo a ser uno de ésos.
Ahora que todas echan por delante sus romances, embarazos intra o extrauterinos, abortos, bodas, divorcios, casorios, cosas, para hacerse una carrera que no tienen, María Asquerino es el ejemplo de emancipada sin pancartas, que primero ha trabajado con fidelidad y entusiasmo, hasta ser la que es, y ahora cuenta por escrito la historia del corazón, no con el verso diurno de Aleixandre, sino con la prosa nocturna de su caligrafía femenina y, a pesar de todo -pues no faltaba más-, intimista, recatada.
Siempre, aunque ella no lo sepa, la he puesto como ejemplo de fémina sin feminismo, de mujer que ha empezado por hacerse un hombre y un nombre, que se ha independizado sin proclamas, en la guerra como en la guerra, en el amor como en el amor, y digo que si todas hicieran como ella, más trabajo vocacional y menos congresos, más vocación trabajadora y menos asambleas, ya tendríamos resuelto el problema de la mujer en España.
Todos los días salen en este periódico cartas abiertas dándole vueltas al rollo del feminismo. Una mujer emancipada -y podría dar otros nombres y apellidos- empieza a emanciparse por el trabajo asumido en pura ética marxista, aunque María no haya leído a Marx, y hace bien. Dama sin otros anillos que los de su soledad independiente, puede hoy juzgar a los hombres en un libro, docente y distante, y estoy seguro de que lo hará con ternura, porque encima es apacible de corazón. Y los ojos, María, los gastados y engastados ojos.
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