En busca de caminos nuevos

Gonzalo Suárez es uno de los realizadores españoles de personalidad más acusada, y lo es paradójicamente por la amplia gama de estilos que en sus filmes desarrolla. Discutido y las más de las veces aceptado a medias cuando no a regañadientes es, sin embargo, de los pocos que arriesgan algo en nuestro raquítico mundo cinematográfico.Del drama a la novela tradicional, de Valle Inclán a sus Filmes de fantasía, Gonzalo Suárez ha luchado y lucha todavía por no encasillarse, por ensayar nuevos caminos, dentro de ese dificil apartado que ha dado en llamarse cine de autor. Lo normal viene siendo cuando el autor acierta, repetirse con habilidad hasta agotar la veta de un éxito primero. El público no pide otra cosa y, por supuesto, los exhibidores reciben con agrado nuevas variantes que eliminen todo riesgo. Tal ha sido y es todavía el panorama de la creación en el cine español, un cine no muy sobrado ciertamente de imaginación, encerrado en los estrechos límites de un mimetismo interior o externo.

Tras su último y excelente Parranda mal acogido por el público, y sin embargo, una de las obras mejores y mayores de la pasada temporada, lo normal hubiera sido volver a temas parecidos con una visión más a ras de tierra o, por decirlo de otro modo, con mayores servidumbres comerciales. Por el contrario, el realizador ha escogido el polo o puesto del humor, pero un humor tampoco demasiado fácil.

El humor español tradicional, negro o menos negro, el de las comedias de sexo y enredo habituales, ha sido suplantado aquí en gran parte por el cine de gags, que si bien a menudo resulta un poco intelectual, fiado a la palabra en ocasiones, a la larga consigue imponerse con eficacia. A través de una parábola simple y elemental, el realizador ha acumulado diálogos, secuelas, situaciones convertidas a veces en otros tantos homenajes que nos llevan desde los éxitos del cine mudo a las puertas del más elemental surrealismo. Historia a un tiempo divertida y delirante, mezcla de humor y sátira, sobre todo en su sengunda parte, se apoya muy eficazmente en el trabajo difícil e impecable de Marilina Ross y Fernando Fernán Gómez, que le dan su sentido exacto de farsa. A José Sacristán, en cambio, le ha tocado el papel más sencillo en teoría, pero el más desdibujado quizá por más real. En contraste con sus compañeros, su personalidad aparece como perdida en la ficción en torno, en el friso de personajes secundarios que componen un relato espectacular y disparatado, no exento a veces de reiteraciones.

Así, a medias entre el símbolo y la alusión concreta a realidades muy de hoy, Gonzalo Suárez nos trae una nueva muestra de su ingenio, que si en éste, su último filme, no aparece tan convincente como en sus inmediatos empeños anteriores, sí viene a confirmarle en cambio como uno de los pocos realizadores españoles que a lo largo de una ya amplia obra, intentan cada día sacarlo de sus manidos cauces habituales.