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Nuestra "tercera guerra mundial"

El secuestro del dirigente democristiano Aldo Moro, perpetrado ayer en Roma, es el más reciente, más espectacular, más sonado acto del terrorismo internacional. No será el último ni el más grave. En el mundo occidental y democrático, donde no existen rígidos regímenes policiales que coarten a la vez el disenso civil y el terrorismo, la invasión del terror se ha convertido en una verdadera guerra, una «tercera guerra mundial» larvada y endémica.Si a veces parece que la conciencia pública, embotada por años de atentados de estos guerrilleros de la sangre y el miedo, no reacciona ya ante cada nuevo ataque que se produce -la trágica muerte, esta madrugada, de un ex teniente de alcalde vasco ha causado una mitigada conmoción, como si de algo acostumbrado se tratara-, un suceso como el de Roma, por su enormidad, debería, al menos, servir para acelerar el proceso de defensa de las democracias frente al terror. Que las reacciones de asombro e ira no se diluyan, no se agoten inútilmente. Pocos, demasiado pocos países han suscrito los acuerdos antiterrorismo internacionales, y falta además el dar a esa red de autodefensa una estructura -policial, preventiva, investigativa-, sólida y, sobre todo, eficaz.

La eficacia debería ser el objetivo de los movimientos emprendidos por las democracias para erradicar el terrorismo, apoyándose en la experiencia de aquellos países, como Francia y, sobre todo, Estados Unidos, que mejores resultados han logrado en su lucha hasta la fecha. Pero esa eficacia, esos nuevos módulos de colaboración internacional para salvar el modo de vida occidental deben acompañarse de una faceta irrenunciable para todos nosotros: libertad.

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