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Grave deterioro en las relaciones entre la Unión Soviética y Canadá

El descubrimiento de una red de espionaje soviética en Canadá, y la consiguiente expulsión de este país de casi un tercio de los funcionarios de la embajada de la URSS en Otawa, supone un serio deterioro de las relaciones entre Canadá y la Unión Soviética, que se habían incrementado notablemente en los últimos años. La reacción oficial soviética, hecha pública ayer, afirma que la finalidad de tal decisión supone un perjuicio para las relaciones mutuas.

La nota oficial soviética considera la expulsión como una «acción no amistosa, con fines abiertamente provocadores» y responsabiliza de ella a los servicios secretos canadienses que «sistemáticamente emprenden acciones con el fin de complicar las relaciones entre los dos países».Con anterioridad a esta toma de postura oficial, había sido suspendida, por parte soviética, una conferencia de prensa programada para ayer del general Beregovoi, jefe del programa espacial ruso, que se encuentra en Otawa, y se anunció el «retraso indefinido» de la visita a Canadá del ministro de Comercio de la URSS, Patolichev, anunciada para finales de este mes.

El ministro de Asuntos Exteriores de Canadá, Don Jamieson, reveló ante el Parlamento de Otawa los detalles de la operación, que no tiene nada que envidiar al más complejo argumento de una novela de espías. Un oficial de la sección de Inteligencia de la Real Policía Montada del Canadá estuvo entregando datos sin interés e informes falsos a los agentes soviéticos, que le pagaron a cambio más de 30.000 dólares (cerca de dos millones y medio de pesetas).

El oficial de la Policía Montada, cuyo nombre no fue revelado, informó a sus superiores, en abril del año pasado, de que funcionarios de la embajada soviética habían intentado que trabajara para el espionaje ruso, vendiéndoles datos sobre los servicios de inteligencia canadienses y sobre las personas más destacadas de los mismos. Desde entonces se montó una cuidadosa operación en la que el supuesto «agente doble» facilitaba datos a los rusos, de acuerdo con el contraespionaje canadiense, y recibía dinero de aquellos.

Aunque en algún momento las autoridades canadienses pensaron en expulsar de forma discreta a los diplomáticos soviéticos implicados, la Policía Montada consiguió que se le dejara seguir adelante con la operación secreta, hasta conseguir desmontar toda la red. El resultado fue que trece funcionarios rusos aparecieron implicados y que el Gobierno canadiense dictó orden de expulsión contra once de los que se encontraban en Ottawa y prohibió regresar a los dos restantes, que estaban en la URSS temporalmente.

Según los detalles facilitados por la Policía Montada, la operación clandestina tuvo muchos elementos de una película de espías desde los códigos secretos hasta las citas en parques públicos y el inevitable paquete de cigarrillos «amañado» para pasar en su interior fotografías o mensajes.

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