Entre las mujeres y Dios
Del grupo de excelentes narradores norteamericanos actuales de origen judío, integrado por Saul Bellow, J. P. Donleavy, Bernard Malamud, John Updike, etcétera, en el mundo de habla castellana es especialmente conocido este último en la medida en que con una cierta regularidad, aunque de muy desigual manera, prácticamente ha sido traducida la totalidad de su obra, desde sus novelas y narraciones iniciales aparecidas en Seix-Barral, pasando por una etapa intermedia en que son editadas por Novelas y cuentos y Júcar, hasta llegar a las últimas que han sido puntualmente publicadas por Noguer.La continua y desigual sensación de fracaso que llena la vida de los personajes característicos de este grupo de escritores, seres en gran medida voluntariamente marginados que se dedican a observar una sociedad omnipotente desde unos escondites o formas de vida desde los que se consideran eventual mente a salvo, adquiere unas tonalidades muy particulares en el caso de los personajes de John Updike. Desde su primera novela, La feria del asilo (1959), hasta la última Cásate conmigo (1976), con un mínimo de variaciones se repite un mismo personaje, claro depositario de las inquietudes y las incertidumbres de su autor, que a pesar de la evidente situación privilegiada que ocupa en la sociedad, en la medida en que ejerce un trabajo bien remunerado y para el que está capacitado y vive rodeado de una familia, integrada por padres, mujer e hijos, que le quiere y con la cual se lleva bien, se encuentra inseguro, asustado e indeciso y por ello tiene todo tipo de remordimientos sobre los dos polos entre los cuales gira su vida: sus relaciones con las mujeres y con Dios.
Un mes de domingos
John Updike. Editorial Noguer. Barcelona, 1977.
Su desmedido amor hacia las mujeres, producto de su absoluta inseguridad, le hace tener sucesivas experiencias fuera del matrimonio, pero su concepción religiosa de la vida le impulsa a padecer un continuo remordimiento por sus acciones que le impulsa a huir de ellas, a tratar de arreglar la situación cuando se hace irreversible, a demostrar una absoluta honestidad que complica aún más las cosas.
En Un mes de domingos, octava y penúltima novela de Updike, publicada en Estados Unidos en 1975, y recientemente aparecida entre nosotros, su característico protagonista es ahora un clérigo protestante, que por sus irregularidades extraconyugales y el subsiguiente escándalo a que han dado lugar, ha sido castigado por su obispo a permanecer meditando sobre sus acciones durante un mes en una residencia, situada en un apartado y solitario lugar, para sacerdotes con problemas. Tal vez por ser tan evidente la contradicción existente en el personaje, como él mismo explica en la página 180 -«un hombre públicamente -comprometido con la bondad y la fidelidad engaña a su esposa, traiciona a una amante, es "impotente", con otra, explota la confianza y fidelidad de algunos que se acercan a él para guiarse, ve a su padre y a sus hijos como objetos extraños y amenazadores, y por todo eso no evidencia culpabilidad explícita, sino una suerte de obstinación resuelta, una idea de que los acontecimientos son como una extensión de cantos rodados en la que se le ha autorizado a uno a buscar cierto tesoro misterioso»-, resulta menos convincente el personaje y la situación en que se encuentra que cuando se trata de un brillante profesional, que vive en una zona residencial con su mujer y sus hijos y, después de tener una compleja aventura amorosa con una de sus vecinas, se siente terriblemente culpable y aplastado por la situación planteada y trata de arreglarla sin lograr conseguirlo.
Narrada en forma de diario, la novela se divide en treinta y una partes que el personaje ha escrito cada uno de los días de su destierro, y basada no en los hechos diarios, sino en el recuerdo de las acciones que le han llevado hasta allí, el esquema narrativo resulta excesivamente fragmentado en compartimientos al estar sucesivamente referidas sus distintas partes a las impresiones de la llegada, los recuerdos de los hechos más cercanos, los de aquellos otros que dieron lugar a la historia, los sermones dominicales, para finalizar con la descripción de su actividad en la residencia y el miedo que le produce la vuelta al hogar. También se ve afectada por estar dirigido el diario a una lectura específica, que da lugar a una especie de intriga que sólo se resuelve en la última página.
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