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Juan García Hortelano: "Barral desmitifica su persona hasta extremos sofocantes"

Ayer presentó "Los años sin excusa", memorias del editor catalán

Juan Garcia Hortelano presentó ayer, en la librería Cuatro Caminos, el libro de Carlos Barral Los años sin excusa, segundo tomo de sus memorias. «Una simpática peculiaridad del libro -dijo el señor Hortelano a EL PAIS- es que, siendo unas memorias, no hay nada de narcisismo. Son precisamente las memorias de una persona que tiene que destrozar su propia imagen, y eso, aunque esta imagen haya sido incorporada ya a su personalidad. Ahí está su dramatismo.»

«Creo que fue Borges -sigue Juan García Hortelano- el que una vez dijo algo que me impresionó: se refirió a esa maldita costumbre de denigrar otra cosa para elogiar algo. Yo trato de hablar de este libro sin compararlo ni siquiera con Años de penitencia, comparación que sería finalmente lícita porque es la primera parte de un mismo cuerpo. Y, naturalmente, a lo que me niego en absoluto es a compararle con otros libros de memorias tan sonados este año. Que éste ha sido un año de memorias.»Ese Juan García Hortelano -recuerda Carlos Barral en su libro-, «que, arrancado súbitamente del anonimato por un telegrama, llegaba al aeropuerto de Palma con un terno a rayas oscuras, cuello de camisa almidonado y corbata de seda color burdeos. "¡Maldición, hemos dado el premio a un guardia civil!", le dije, asustadísimo al verlo, a Jesús López Pacheco.» «Para hablar de las maldades del libro, que es lo más divertido -dice el señor Hortelano-, yo recuerdo, por ejemplo, a un muchacho delgado, pelo a cepillo, camisa caqui, y te juro que hasta que vi a Jesús López Pacheco a su lado no pude suponer que se trataba de un editor, sino de un recluta del cuerpo de paracaidistas.»

Y, ya más en serio, dice sobre Los años sin excusa: «Es un libro que cuenta muchos asuntos, y muy importantes. Por ejemplo, la actuación política, no sólo de una persona, sino de un grupo, las brutalidades de la censura, todos esos procesos de la amistad, y hay un capítulo, tal vez el más hermoso, en que hace un retorno de la memoria y vuelve a contar la infancia en la guerra civil. Cuenta una Barcelona espléndida, y plasma, sobre todo, ese contraste neurasténico, entre una imagen pública y una personalidad real, en la que desmitifica hasta extremos sofocantes esa actuación pública.»

«El libro -sigue el novelista Hortelano- cuenta incluso patéticamente el conflicto de un poeta metido a editor. Cuenta más la educación editorial -en el sentido de educación sentimental- y el estado de la literatura de aquellos años. »

Acerca de las diferencias con otros mundos de memorias, a los que el señor Hortelano se obstinó en no tomar como punto de referencia, ni siquiera nombrar, dijo: «Quizá lo más peculiar sea ese despiadado autoanálisis, y que, al mismo tiempo, sea una novela casi en sentido estricto. De hecho aunque nunca pierde el tono de memorias, describe, cuenta, crea personalidades y dialoga.»

Como lector, como personaje y como novelista, Hortelano enjuicia los hechos narrados en Los años sin excusa: «Creo que yo los contaría de otra manera. A veces coincido. A veces me sorprende, y digamos que enriquece mi visión sobre muchos personajes, que yo no había visto así. Curiosamente, de los personajes me gustan no tanto los que conozco como los que no conozco. Por ejemplo, yo no conocí a Costafreda, y me ha fascinado mucho. Ahora, después de leídas estas memorias de Barral, tengo la sensación de que sí he hablado con él alguna vez. Pero, bueno, lo esencial es que está muy bien escrito. Ni a mí ni a nadie nos gusta hablar de literatura en abstracto. En cambio, nos gusta mucho hablar de literatura... este libro de Carlos Barral tiene esa característica tan de agradecer: que nos va a permitir hablar de literatura.»

Barral: "Nombrar la experiencia acumulada"

El propio Carlos Barral, que como autor y editor llegó el pasado miércoles a Madrid para la presentación de su libro, hizo unas declaraciones a EL PAÍS sobre las que adelantamos lo que sigue: «Creo que las memorias surgen de la necesidad de dar nombre a un grupo de experiencias, seguramente para comprenderlas mejor. En este caso, se trata de unos años particularmente importantes para mí: los de consolidación de una profesión interesante, pero nada divertida, y de una vida literaria en la que los personajes que circulan son, de algún modo, definitivos para mí.»En el caso del autor, no deja de lado el debate en torno a este año literario español marcado por las memorias de distintos matices y colores: «Mis memorias no tienen nada que ver con esas otras de tipo político, ni tampoco con otras, como la Autobiografía de Federico Sánchez. Mientras Semprún la escribía, yo esperé siempre un testimonio personal de la vida clandestina, que hubiera sido muy necesaria y que lo sigue siendo, pero el libro es otra cosa. Se trata de resucitar un debate, en el que la experiencia personal sólo sirve como punto de apoyo. Y eso es otro tipo de empresa, mucho más ensayística que de creación. A mí me interesa menos.»

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