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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El entreacto de las reformas

La conclusión más importante que se obtiene de la lectura de este libro, bien documentado y bien escrito, es la confirmación de una arraigada creencia, producto del estudio y de la experiencia práctica del diario, vivir. Las fuerzas políticas de derechas, en sus diversos matices, son incapaces de gobernar este país. Y se da el caso peregrino, e inédito en otras latitudes, que aquí siempre gobernaron las derechas. Y, por supuesto, siempre gobernaron pésimamente mal. No importa la etiqueta con que se presentaran ante la opinión pública.En un momento dado creyeron conveniente adoptar la imagen de un liberalismo conservador de marcada fidelidad monárquica, como Romanones y Santiago Alba. En otra ocasión consideraron prudente y de habilidosa oportunidad jugar la carta de un reputilicanismo moderado, acentuando un supuesto carácter social-católico, como la Ceda.

Las reformas de la II República

Manuel Ramírez. Tucar Ediciones. Madrid 1977.

Para mantenerse en el poder llegaron a las más extrañas e incongruentes alianzas. En este aspecto, el papel representado por Alejandro Lerroux gana el campeonato de la desvergonzada picaresca política. Y cuando el fracaso es rotundo y la convivencia política imposible, se recurre al método tantas veces ensayado: la dictadura. Pero el remedio es peor que la enfermedad. Por ello, Talleyrand pudo decir a Napoleón: «Con las bayonetas, Sire, se puede hacer todo, menos una cosa: sentarse sobre ellas.»

Las derechas españolas no han tenido escrúpulos en sentarse sobre las bayonetas. Y los resultados, incluso para ellas mismas, han sido desastrosos. Y es que nadie ha mandado en la tierra nutriendo su mando esencialmente de otra cosa que de la opinión pública.

Manuel Ramírez, en su libro Las reformas de la II República, realiza un detenido estudio sobre temas del mayor interés sociopolítico de la época. Desde las relaciones de la Iglesia y el Estado hasta las reformas tributarias y fiscales. La génesis y desarrollo de dos característicos partidos, el Radical-Socialista y la Unión Republicana, con sus avatares y escisiones, son tratados con conocimiento y comprensión.

Pero, sin duda alguna, el trabajo más importante que se incluye en este volumen seáel titulado: «Cesión y reacción en las Cortes de la ll República española», que constituye un análisis del juego parlamentario de los partidos políticos.

Al comenzar este trabajo, el autor se plantea las siguientes interrogantes: ¿Qué actuación tuvieron los partidos en la política parlamentaria entonces? ¿Qué índice de coherencia cabe establecer entre las posturas mantenidas en el hemiciclo y sus propios programas políticos? ¿Cuándo y ante qué cedieron o quiénes y por qué no lo hicieron al amparo de un baluarte de intransigencia?

Porque ni su ceguera política les permitía reconocerlo -escribe el autor-, ni los intereses sociales y económicos que defendían estaban dispuestos a ello a costa del menor sacrificio, la derecha del momento intentó un punto de comprensión y diálogo ante este acaecer político.

En la derecha hubo, al comienzo, desorientación y, después, sencillamente, miedo. El miedo a las tímidas reformas se revistió de muchas cosas. Casi diríamos que las de siempre: la esencia de la Patria, la religión católica como cobertura ideológica, la apelación al carácter natural del derecho de la propiedad. Trágico destino de una historia de bandazos que nos acompaña desde las Cortes de Cádiz hasta hoy.

La clarificación de Manuel Ramírez no admite el cliché interpretativo de que a un lado estaban los buenos y desde su natural y dogmática verdad se sentían legitimados para acusar a los malos. El problema es mucho más complejo y, a la vez, muy simple. En este sentido son muy valiosos estudios como éste, de rigurosa investigación de nuestro inmediato pasado, para la mejor comprensión del presente y de un mañana muy próximo.

Al iniciar su campaña electoral, el 15 de octubre de 1933, José María Gil Robles decía: «Hay que ir a un Estado nuevo, y para ello se imponen deberes y sacrificios. Para realizar este ideal no vamos a detenernos en formas arcaicas. La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista del Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento se somete o le hacemos desaparecer. »

Y un mes más tarde, en una alocución radiada, expresaba: «Nosotros no sólo atacamos a la Constitución en su parte dogmática, donde se encuentran todos los atropellos a nuestra conciencia, sino también en su parte orgánica, que contiene un exceso de democracia: el parlamentarismo, que está hundiéndose en el mundo entero. Las derechas deben constituir la reserva para el porvenir cuando hayan fracasado los partidos de centro.»

Reveladora declaración del espíritu que tenían las derechas en boca de su máximo dirigente.

Algunos años más tarde, en su refugio de Estoril, Gil Robles escribe en su libro La Monarquía por la que yo luché: «Pensando en España el pesimismo invade mi ánimo. Franco se aferra al poder y, apoyado en la coalición de egoísmos, inmoralidades y miedos, cree que podrá hacer frente al torrente de odios que ha desatado en el mundo, Las clases conservadoras, cada día más egoístas, sostienen una situación que va a llevar derecho al abismo... Esa ceguera de los elementos derechistas.»

Tardía confesión, cuando ya no era posible la paz ni el entendimiento.

Quizá, como decía el rey Lear: «Los hombres somos moscas que los dioses matan por pasatiempo.» Pero no hay que olvidar que la historia, hoy como siempre, se deshace a fuerza de justicia.

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