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Justicia para Dámaso Gómez

Dámaso Gómez ha anunciado que se retira del, toreo. Su proyecto es despedirse de las aficiones con mayor solera, solemnizar el adiós en las plazas donde dejó los mejores recuerdos. Sólo falta que los empresarios estén dé acuerdo. Siempre los empresarios. Estos suelen decir que ofrecen lo que el público pide, pero muchas veces el público pide, y pide, y pide, y se encuentra como respuesta con lo que llaman «nuevos valores»: no otra cosa que los muy contados toreros objeto de lanzamiento comercial por parte de los. propios empresarios. Una cadena sin fin.

Un torero que se despide, veterano de muchas guerras frente al torazo con redaños, con veinticinco años de alternativa a las espaldas, es siempre noticia, y es cantada cabecera de cartel para todo aficionado y para cualquier público con me diana sensibilidad taurina. Si los empresarios lo ven así, Dámaso Gómez podrá hacer realidad su proyecto y a su vez -al final, muy al final, como siempre- de alguna manera se le hará justicia, pues ha vivido (sobrevivido, diríamos mejor) muchas temporadas de lucha contra el ganado más fiero, por un dinero no precisamente brillante. En estas circunstancias habría resultado lógico que Dámaso diera la imagen del legionario del toreo desmelenado, lidiador a la desesperada, desmadejado por los mil miedos de la muerte vista tan de cerca. Pero Dámaso siempre fue el contraste de toda lógica, en los ruedos sobre todo, que los pasea, ante el tremendo toraco cornalón y de sentido, como el que toma el sol por la Casa de Campo, y porque le parece bien le dice algo a uno de barrera a quien ni conoce -«ahora vas a ver torear al natural, macho»-, y liga un muletazo con otro, tan relajado que se diría que los da a la brisa ventera, en lugar de a la mole que empuja dos puñales de punta diamantina.O aparece un balón botando por la arena y lo toca de tacón para empalmar con un tiro al tendido, en una especie de taurofútbol, como ya ocurrió una vez en,la Monumental de Madrid.

En este coso, la afición ha aclamado al chamberilero Dámaso por sus dotes de lidiador; por sus pares de banderillas, de poco arte y mucho arrojo; por su dominio con la muleta; por la emoción de su incomprensible impavidez ante el peligro; por su vergüenza torera, en suma. La afición de Madrid siempre le hizo justicia. Ya es hora (última hora, al cabo, en la vida artística de un torero recio) que a otras aficiones les den las empresas la oportunidad de hacerle justicia también.

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