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TEATRO Dramaturgia trágica con Sastre y Servet

Es muy importante para nuestra vida teatral que Alfonso Sastre salga de la fuerte maraña de pavores, indiferencias, desdenes y silencios que lo han envuelto en muchos años y, por supuesto, lo envuelven aún. No se trata sólo de la implacable persecución de la censura oficial. Se trata de la debilidad ideológica de quienes eran y se sentían sus afines por emoción y biología. Se trata del encogimiento de hombros ante el severo trabajo de un hombre poco dado a las complacencias sociales. Se trata, en fin de una actitud huidiza, bastante generalizada; ante la obra, extraordinariamente rigurosa, de un autor sin debilidades.Pero aquí está, otra vez, por fortuna, Alfonso Sastre. Llega a las franciscanas paredes de la Sala Cadarso, periferia de la constelación teatral de las grandes vías. Vuelve con el montaje precario, simple y ardiente del colectivo El Búho. Y lo que trae es nada menos que una propuesta que conjuga el trabajo sobre algunos aspectos de la vida de Miguel Servet, con la reconsideración, aquí y hoy, de la dramaturgia trágica.

La sangre y la ceniza

Autor. Alfonso Sastre. Montaje, dirección e interpretación: Colectivo de teatro «El Búho», integrado por Juan Margallo, Gerardo Vera, Abel Vitón, Petri Martínez, Juan Antonio Díaz, Luis Matilla, Santiago Ramos y Pedro Ojesto.

La historia de Servet, víctima de «la intolerancia» -como dice al casi hipócrita estela expiatoria de Ginebra- está contada al hilo del periplo Lyon-Vienne, Ginebra; es decir, desde que el físico español abandona su país hasta que muere en la hoguera, tras el feroz y combinado ataque final que abre la Inquisición y remata Calvino. Es la vida de un luchador por la libertad, un dialéctico, un activista que quiere hablar sin que el hacerlo suponga perder la vida. « ¡Qué diferencia con los mártires cristianos que se entregaban a los leones dulcemente! », comenta Guillermo Farel, juez en su causa criminal, al leerle la sentencia. («Te asusta mucho la muerte, ¿verdad, Miguel?». «Sí, pero muchísimo».)

Sobre ese encaje, Sastre -que ya había abordado la biografía del sabio tudelano en su libro Flores rojas para Miguel Servet- reflexiona sobre la intolerancia social y su bárbaro hábito de eliminar las disidencias, sobre la patética soledad de los perseguidos, sobre el terror, la opresión y las torturas. Y esta reflexión se especifica en una propuesta de dramaturgia libre -más aristotélica que brechtiana, por supuesto- que tantea la incorporación al manual clásico de «lo trágico» de elementos no clásicos -el periodismo, el circo, el «music-hall», los funambulistas, la deformaciones esperpénticas, los anacronismos distanciadores- que han probado su riqueza y validez para el discurso teatral de nuestro tiempo. No hay que decir, dado el rigor intelectual de Sastre, que esta propuesta va más allá de una mera incorporación «formal» de los elementos no trágicos. No es qué «recurra» a ellos. Es que los disuelve en e esquema general, obligándoles así a desenfatizar la propuesta que cobra, por contraste, un mayor tinte denunciante. Es, en efecto, esperpéntico, además de trágico, el talante del opresor y el énfasis de su comportamiento.

Hay que decir también, con toda claridad, que la versión ofrecida por el colectivo El Búho es seria y honradísima, pero también incompleta y muy, muy reducida. La sangre y la ceniza es un texto denso, hondo y trabajado en profundidad. La versión de El Búho contiene el máximo de lectura, que el colectivo puede ofrecer desde su economía general de medios y fuerzas. No es, naturalmente, bastante, para acercarse con plenitud al pensamiento de Alfonso Sastre.

Claro que esto se diría con acritud de no mediar la indiferencia de los demás ante la obra de Sastre, su desdén, su hostilidad, su menosprecio. Y, así, hay que aplaudir a estas gentes de El Búho que, al dar todo lo que tienen, no pueden ser obligadas a más. Diré, eso sí, que me perturba la tensión entre el brillante y continuado patetismo de la interpretación que da Juan Margallo al personaje de Servet y las superficialidades efectistas de casi todos sus compañeros. Puede que sea deliberado para marcar así el doble filo de la investigación sobre la tragedia «nueva», pero, entonces, la brevedad del soporte apenas si permite visibilizar la integración de elementos que me parece que está entre lo más interesante de la dramaturgia que Alfonso Sastre nos propone.

Alfonso Sastre: uno de esos mitos que este país crea para descargo de la razón de unos y para horror y condena de los mitificados. Alfonso Sastre: aguafiestas ético, político, social y teatral. Está bien. Puede que lo sea. Que ello no, haga olvidar a quienes se complacen en admirarle y mantenerle lejos que el destino de un dramaturgo, de un gran dramaturgo, es estar cerca, muy cerca de todos nosotros.

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