Chinos, marroquíes y franceses se disputan la influencia sobre el presidente Daddah
Una de las primeras cosas curiosas que se pueden observar en Nuak chott son las largas tilas de chinos. Hay tilas de hasta quince y veinte chinos, todos ellos limpios y tranquilos con sus chaquetas Mao, entre las calles cubiertas de arena. Entran y salen de su embajada sin atropellarse —en la embajada donde también duermen en largas tilas de literas superpuestas— y se deslizan silenciosos, entre los árabes y los negros, siempre en actitud cortés, como 105 antiguos estudiantes de humanidades de Oxford.
Son sin duda, personas muy ocupadas: en unos años le han dado a Nuakchott un moderno centro polideportivo, un sistema excelente de electricidad y de agua potable y dentro de poco terminarán allí un puerto de aguas profundas que servirá para desarrollar la industria del pescado y facilitar las exportaciones de minerales hacia Europa. Esta embajada de la República Popular China cuenta con alrededor de seiscientos funcionarios, y por tanto constituye. con mucho, la presencia extranjera mas numerosa en Mauritania, excluida la francesa y el ejército marroquí.
Otro de los aspectos curiosos de la capital mauritana, pero que en este caso no puede verse, es el francés monsieur Campourci, consejero técnico de la Presidencia. Diplomáticos con varios años en Nuakchott no han tenido nunca el privilegio de conversar media hora seguida con monsieur Campourci. Sin embargo, este hombre es el autor de casi toda la estructura jurídica, política y constitucional de Mauritania. Sus vínculos actuales con París resultan tan misteriosos como su persona pero su influencia sobre el señor Daddah parece ser determinante. «El presidente —me dijo un diplomático norteamericano— no hace absolutamente nada sin consultar a monsieur Campourci. Su única debilidad conocida es la propia Mauritania, sobre la que no admite ninguna clase de críticas.» Por lo demás, se sabe que en 1972 tuvo dificultades con el Gobierno francés, cuando el presidente Daddah decidió darle a su régimen lo que muchos aún llaman un «giro a la izquierda» y en unas horas expulsó a los « consejeros» militares que Francia había instalado en Mauritaria en 1961, tras la independencia del país.
Pero la influencia de, monsieur Campourci no es exclusiva. En el cogollo del poder aparece una figura femenina, la señora Daddah, Marianne, también francesa, de algo más de cincuenta años, a quien los introducidos atribuyen una función moderadora, de extremado realismo político y, al mismo tiempo de contacto con las «masas». Marianne desempeña cargos importantes en organismos oficiales y ha conseguido que el partido —partido «popular» único— empiece a romper las molduras del ghetto estrictamente árabe o erguibat (tribu a la que, por cierto, no pertenece Daddah), y se extienda, aunque con muchas dificultades a la población negra, cuyo número supera —o triplica— a la de los erguibats o los imraguens (tribu árabe de la costa). Tanto el padre como un hermano de la señora Daddah están muy ligados al Partido Socialista Francés. Tal relación habría sido la que facilitó una reciente visita que un consejero del comité ejecutivo de ese partido, y otro socialista significativo efectuaron a Rabat hace apenas unos días.
En los arreglos previos para hacer posible tal visita intervino, entre otros, el propio ministro de Asuntos Exteriores de Rabat, M'Hamed Bucetta, gran personalidad del Istiqial, el partido nacionalista conservador marroquí. No cabe duda de que el tema de conversación entre los socialistas franceses y los marroquíes y mauritanos es el del Sahara y el del Polisario. Rabat y Nuakchott pretenden, evidentemente, que la intervención del señor Francois Mitterrand compense la del señor Felipe González, a quien acusan de haberse transformado en la «correa de transmisión polisaria» en Europa. En ese sentido conviene tener en cuenta las declaraciones hechas por Mitterrand a fines de noviembre, extremadamente cautelosas sobre el tema.
En tal terreno, y en el de los negros, que disponen ya de varias organizaciones secretas en Nuakchott y en Nuadhibu —organizaciones antiárabes que preocupan al Gobierno—, es mucho, seguramente, lo que puede hacer la seño ra Marianne Daddah. Su «mauritanismo» como el de Campourci, se muestra también a fondo, ya ella se atribuye una de las frases que suele repetir el presidente a todos los visitantes extranjeros. a propósito de las diferentes tribus árabes: «En Mauritania queremos ser una sola y gran tribu: la tribu Mauritana.» Sea como fuere, estas dos figuras de Marianne y Campourci recuerdan a la de Jean Collin, francés, ininterrumpidamente ministro del Interior de Senegal desde su independencia, y reflejan el grado de influencia que Francia sigue conservando, por una vía otra, en África Occidental.
Reticencia erguibat
Por razones políticas, religiosas y culturales, la tribu de los erguibat, la más numerosa del país, observa con reticencias tanto la gravitación europea como, por ejemplo, la china, cuyos esfuerzos deportivos o industriales chocan a veces con el Corán. El polideportivo chino, la mejor construcción de Nuakchott, es aceptado con gusto, a estímulos del Gobierno «mauritanista», por los negros, pero los erguibats lo miran con indiferencia. Feten Ould Erguib, multimillonario y personalidad de peso en la tribu, se resiste incluso a entrar en el edificio.
A mediados de este año se empezaron a oír en Marruecos. Mauritania y Mali rumores sobre un presunto levantamiento de los erguibats contra el régimen de Daddah. Feten Ould Erguib y otros notables árabes aparecían entre los posibles simpatizantes de la insurrección, aunque no entre sus instigadores directos. Detrás de esos jefes naturales muchos señalaron a Argelia y al Polisario.
Las relaciones de Feten Ould Erguib con el Gobierno Daddah parecen asentarse en la actualidad en una mezcla de compromiso y de frialdad. Ould Erguib, propietario de una gran empresa de construcción en Nuakchott y en otras ciudades, fue una de las principales fuentes financieras del Frente Polisario, cuando la organización Saharaui disfrutaba, antes de 1975, de un status legal en Mauritania. No se sabe si su actitud ha cambiado desde entonces y, aparentemente, Ould Erguib se cuida de que no se sepa, lo que no deja de inquietar a algunos sectores del Gobierno. Sí se sabe que El Uali, el dirigente pro-libio del Polisario, no sólo conversó unos días antes de morir con el presidente Daddah, sino también con Ould Erguib. Otro hecho: durante la noche del 8 de junio de 1976, después del primer ataque del Polisario a Nuakchott, una muchedumbre, en su mayoría negra, atacó la residencia del potentado y comenzó a incendiarla. Varios grupos oficiales le adjudicaban, aún en ese momento, cuando el Polisario ya había roto con Daddah, concomitancias con los guerrilleros, y lo cierto es que la gendarmería y los bomberos tardaron bastante en acudir a su casa. No obstante, la empresa de Ould Erguib sigue adelante con su plan de construcción de viviendas modernas en el barrio de las embajadas.
Una extraña maniobra
La campaña de rumores desata da en Nuakchott entre el 24 y el 25 de noviembre último, ha sido interpretada por los diplomáticos extranjeros instalados en Mauritania de muy diversas maneras. Para algunos se ha tratado de una acción bien orquestada por Argelia y el Polisario, que cuenta en la capital con un nuevo delegado secreto (el anterior fue reemplazado en julio) y con más de cincuenta células. Para otros fue un golpe de los servicios secretos marroquíes, que habrían intentado así obtener de Daddah mayores concesiones durante el viaje que hizo a Marruecos, precisamente el día 24. Finalmente, un tercer grupo se inclina a pensar en las motivaciones internas. En ese caso, la maniobra no habría sido dirigida exactamente contra Daddah, sino contra uno de sus más antiguos colaboradores, Salah, que había quedado a cargo de la presidencia ese día. Esa fue también la tesis difundida inmediatamente por la radio argelina.
La lucha por el poder, o por los restos de poder que Daddah y sus consejeros de la cúspide dejan a disposición de los diferentes niveles gubernamentales, parece ser en Mauritania tan aguda como en el resto de los países árabes, sobre todo a partir de 1972, cuando el presidente, aconsejado por Campourci y Marianne Daddah, decidió incorporar a su Gobierno a los kadihines, organización de estudiantes izquierdistas formados en Francia, que hasta entonces constituían la oposición clandestina al régimen. Frente a ministros «derechistas» y pro-marroquíes, como Salah o Ahmed Ulsidi Baba, se levanta, particularmente en el área económica, un frente supuestamente «izquierdista», representado por el ministro de Planeamiento Económico, Sidi Cheik Abdahalli —muy molesto, el 25 de noviembre, por la suspensión de la visita del presidente del INI—, y por su director general, Mustafá Ould Abdeirrahman, portavoz destacado de los kadihines, quien en 1972 fue sacado directamente de la cárcel y puesto en un despacho oficial. Entre estos «izquierdistas» brilla también con luz propia el ministro de Pesca, Abdallahi OuId Ismahil, poco entusiasta del acuerdo pesquero con España.
Pero el ala pro-marroquí se ha visto reforzada en noviembre por el nombramiento, en el Ministerio de Defensa y en la jefatura del Estado Mayor, del coronel Embarik Ould Buna, que sustituyó al coronel Viah Malluf, «demasiado ambicioso de poder», según los diplomáticos franceses. Aparte del descubrimiento de importantes yacimientos de uranio en la frontera con Argelia, esta confrontación de tendencias ideológicas es la que ha merecido en los últimos días los informes más extensos de las embajadas, que tratan de disputar influencia a los franceses, los marroquíes y los chinos, es decir: la soviética, con 160 funcionarios; la norteamericana, con 55, y la española con cuatro o cinco.
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